octubre 31, 2005

Hay que ser muy macho para ser tierno


Ultimamente se reitera, en especial en los medios, un chiste lamentable: observar en varones una cierta manera de quebrar las muñecas. Apenas eso resultaría evidencia cautiva o clandestina de (¡ay!) una supuesta falta de hombría. Vaya estupidez. He visto repetidamente ese sketch de humor fácil en donde todo gira alrededor de la manera en que se produce la torsión y caída de la mano hacia atrás. A veces, la típica situación de comedia se traslada a la vida real y en oficinas o facultades se condena a todo aquel que flexiona los miembros superiores de una determinada manera, como una contraseña de poca hombría.

Creo, más bien, que en esta tierra de hijos del rigor lo que se condena es la ternura. La necesaria ternura para reconocer públicamente que uno se equivoca y que no siempre la culpa la tienen los demás. Para consentir como propio el derecho de la pérdida. Para admitir que, con frecuencia, uno duda, está asustado y tiembla. Para, en fin, permitirse perder la manito en lontananza.

Nos cuenta el diccionario que tierno es aquel dotado para la blandura, autorizado para la delicadeza, condicionado para la flexibilidad. Es también aquel ser con la posibilidad de impresionarse y sensibilizarse por cualquier expresión extraña o ajena. Es complejo ser barra tierna en un país en donde mandan diversas e insoportables barras bravas de toda calaña y de cualquier clase social. Es demasiado riesgoso ser y parecer un tierno sin ligarse el sambenito de gil, la marca de flojo o el garrón de tonto irredento. Tierno es el que puede y sabe abrir su corazón; tierno es el que acepta cuestionarse y revisarse a fondo, como quien se practica una radiografía periódica de las emociones; el que traspone ciertos bordes y es capaz de desafiar algunos límites, aunque eso no lo haga quedar como un duque.

Hay que ser muy macho para ser tierno en la Argentina. Es que cuando se examina la historia reciente de esta nación de torcedores de brazos, se verifica que en la primera línea de su frente práctico y moral se ubicaron mujeres, madres y abuelas, y no varones, que se quedaron perplejos, paralizados de miedo, tumbados de depresión o simularon tener que seguir en sus ocupaciones. Por eso, los tiernos de hoy jamás osarán decir que las mujeres, ajenas y sobre todo propias, son unas brujas y, todavía menos, unas jabrus.

Para el tierno en general, aceptar los vaivenes del mundo, asumir las renuncias, sufrir las postergaciones, luchar contra los modelos tradicionales, es una pelea constante; en especial, porque se arranca desde la derrota. Y para el tierno nativo, la dificultad es doble, porque influye la particular condición del machismo argentino, la ardua imposibilidad de aceptar las derrotas y de demostrarnos buenos perdedores, sin ser señalados como tontos, débiles o irresolutos. Por eso, los tiernos no sólo están entre nosotros: están en nosotros. Hay un tierno en el alma. Anímese a descubrirlo.

Carlos Ulanovsky

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