El hombre que puede haber salvado a Internet del caos cibernético total es un informático de 29 años de Seattle llamado Dan Kaminsky. En febrero, por pura casualidad, se encontró con un error en el sistema de asignación de direcciones de Internet del que todavía no quiere revelar demasiados detalles. “Es pronto –dice–. Primero quiero que el problema se haya solucionado a gran escala y luego descubriré los detalles.”
Lo que Kaminsky descubrió es un error de dimensiones titánicas, presente en la red desde el mismo día de su nacimiento formal en los años ochenta, que permitiría a cualquier hacker, o pirata informático, secuestrar la libreta de direcciones web, conocida como Sistema de Nombres de Dominio, y redireccionar el tráfico de Internet a sitios falsos en los que se podrían hacer con datos valiosísimos, como números de cuentas bancarias, datos privados o contraseñas personales. Cuando lo descubrió, Kaminsky, director de Penetración de Pruebas de Seguridad en la consultora IOActive, decidió colaborar con dos frentes.
“Primero me puse en contacto con los grandes proveedores de Internet y luego con el Departamento de Seguridad Interior”, explica. “La respuesta de ambas partes fue magnífica.” El 31 de marzo se reunió con representantes de los 16 grandes de Internet de Estados Unidos en el cuartel general de Microsoft en Redmond, en el Estado de Washington. “Les expuse la situación y decidieron que no había más opción que cooperar y trabajar conjuntamente en parches de seguridad idénticos, para evitar una catástrofe”, contó.
Este investigador avisó también al gobierno, a través del Equipo de Emergencia y Respuesta Informática del Departamento de Seguridad Interior. Colaborando con Kaminsky, estos agentes del gobierno de Estados Unidos revelaron la existencia de este fallo el pasado 8 de julio, y advirtieron que “el tráfico web, el correo electrónico y otros datos importantes de la red pueden ser redireccionados bajo el control de los atacantes”.
En ese momento, Microsoft, Cisco y otras empresas proveedoras de Internet comenzaron a proporcionar sus parches de seguridad, como descargas y actualizaciones automáticas de los sistemas operativos. “Que el gobierno haya tomado cartas en este asunto y que lo haya hecho de este modo revela la gravedad del asunto”, explica Kaminsky. “Además, es la primera vez que las grandes empresas de la red se coordinan de esta manera y trabajan de forma conjunta y a marchas forzadas”, acota.
Por supuesto, ésta no es la primera ocasión en que se descubre un fallo en la red. “Pero hasta ahora, los hackers eran capaces de atacar los terminales. Podían secuestrar tu computadora, podían hacerse con el control de una red”, añade. “Pero ahora, lo que hemos descubierto no es un fallo local, sino un gran envenenamiento de la red a través del cual estas personas podrían secuestrar todas las páginas web, aprovechando un agujero en la libreta de direcciones de Internet, su banco de datos primordial.”
Muchos son los casos de ciberterrorismo que se viven a diario. A principios de julio, los servidores de Icann, organización no lucrativa que administra las correspondencias entre nombres de páginas web y direcciones IP, fueron atacados por un grupo de hackers turcos autodenominados NetDevilz, o Diablos de la Red.
Kaminsky prometió revelar más detalles sobre su descubrimiento “cuando la resolución del problema esté más avanzada”. Lo hará mañana en la conferencia sobre informática Black Hat, la mayor del mundo en materia de seguridad cibernética. Su testimonio se podrá seguir en directo a través de la dirección blackhat.com.
El masivo fallo descubierto, que todavía contamina a millones de computadoras en todo el mundo, puede ser detectado por los usuarios. Kaminsky creó una página web en la que pueden comprobar si su computadora es vulnerable. En doxpara.com se accede a un botón denominado check my DNS. Si el internauta confirma que su nombre de servidor es susceptible de ser atacado dispone de una solución fácil de implementar.
La página web opendns.com creó una red entre Estados Unidos y Europa en la que se proporciona un sistema de nombres de dominio blindado. Es, en otras palabras, un listín telefónico alternativo al que no afecta el fallo descubierto por Kaminsky. En esta dirección se ofrecen, de forma gratuita, dos direcciones de servidores de nombres de dominio seguras: 208.67.222.222 y 208.67.220.220. Ambas se pueden introducir en la correspondiente casilla en las Propiedades de Protocolo de Internet de cualquier computadora.
David Alandete / El País de Madrid.
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junio 29, 2009
Dejate de Joker
Es posible que Batman, el caballero de la noche sea la más ambiciosa de las muchas películas de superhéroes filmadas y estrenadas en las últimas dos décadas. Si las historietas de los paladines de la justicia más conspicuos y perdurables nacieron y a menudo funcionaron como reflejos y productos de sus tiempos, la segunda versión cinematográfica del hombre murciélago diseñada por el director Christopher Nolan es lo más explícitamente político que se haya hecho con el personaje. Una película que nos enrostra como ninguna otra sus aspiraciones de artefacto cultural importante, su perfecta autoconciencia de que esto es mucho más que un juego evasivo para nenes. De ser signo y marca de su época.
Y no es que la película esté siempre a la altura de sus propias ambiciones, pero hay que concederle al menos una cosa: la mayor parte del tiempo consigue ser perturbadora en sus ideas y –un poco menos– en su forma de exponerlas. The Dark Night –ése es su título original– es algo así como la evolución final de un personaje que en 69 años de historia ha sufrido muchas vueltas, infinitos giros y renacimientos, y en especial muchos retrocesos; y a la vez es una suerte de regreso a su punto de partida. Algo se intuye en las escenas iniciales de la película, cuando se hace presente en la escena del crimen un tipo vestido de traje de goma y capa oscura y manejando un arma de fuego, y que no es Batman sino uno de los muchos imitadores que –entre Batman inicia y esta continuación directa– salieron a hacer justicia por mano propia. “Vigilantes” nocturnos probablemente tan locos como el superhéroe cuya imagen tomaron prestada, pero con mucha menos preparación. Es apenas un detalle argumental que después no se desarrolla, pero que alcanza para establecer el estado de situación y la atmósfera espesa que cae sobre esa Chicago retro-futurista que es Ciudad Gótica: la densidad de una sociedad enferma de violencia, paranoica, permanentemente en estado de alerta y al borde de una histeria explosiva. Y a su vez remite al primer Batman del historietista Bob Kane, el que apareció en las páginas de la revista Detective Comics a partir de mayo de 1939: un sujeto vestido de rata voladora que sale por las noches con una pistola cargada y dispuesto a usarla. Un escuadrón de la muerte de un solo hombre.
Mi noche triste
Aunque nació como encargo de una editorial que buscaba capitalizar el éxito de Superman (creado apenas un año antes), aquel hombre murciélago original fue menos deudor de la ciencia ficción de su época que de la literatura policial de consumo rápido y barato, un género que había encontrado su lugar entre las angustias de la década que arrastró los coletazos de la Depresión. El personaje en principio solitario, delineado por Kane con la asistencia (insuficientemente acreditada) del guionista Bill Finger, fue un éxito, y el año siguiente tuvo su propia revista, pero en una versión un poco aligerada. Ya había sido ablandado por la incorporación de Robin, que le daba al psicópata nocturno alguien con quien hablar, evitándoles a los guionistas tener que englobar (poner en globitos) cada uno de sus soliloquios mentales, y a la vez haciéndolo un poquito menos demente, más accesible para la identificación con el lector. Los tiempos duros siguieron, y al terminar la Segunda Guerra las editoriales, lejos de permitir que sus comics canalizaran el nuevo repertorio de temores y ansiedades de toda una generación, decidieron reformularlos como un espacio de evasión. El resultado (sumado al Comics Code que impuso una autocensura generalizada) fue cierta infantilización del medio, cuyos argumentos se perfilaron cada vez más hacia la ciencia ficción y la especulación fantástica más ingenua. Para los años ’60, muchos superhéroes empezaron a cotizar en baja: en ese contexto fue posible que la primera encarnación de Batman para el cine o la televisión, desde los tempranos seriales estrenados en 1943 y 1949, fuera esa parodia pop que devino uno de los programas de culto más recordados de la televisión norteamericana, pero que a la vez pareció acabar para siempre con toda posibilidad de volver a tomarse en serio al personaje. La serie con Adam West y Burt Ward, que se extendió a razón de dos capítulos semanales (siempre “a la misma batihora y por el mismo baticanal”) entre 1966 y 1968, era brillante, no sólo en sus colores y en sus diseños de arte psicodélicos sino también por sus guiones, que seguían funcionando como una fantasía paladinesca para los chicos más chicos, y simultáneamente como comedia para los adultos, tematizando los desbordes de la imaginación tecnocientífica de su época, pero con un evidente optimismo y fe en el progreso y en la humanidad, aunque todavía no hubieran transcurrido tres años desde el asesinato de JFK, y en una década con no pocas convulsiones políticas y sociales. El mundo criminal quedó, al menos por dos años, reducido a una pandilla de coloridos chiflados que en el fondo no eran más que asaltantes de bancos y ladrones de joyas con cierto gusto por los gestos teatrales.
Mientras tanto, las historietas hicieron lo que pudieron para mantener una franquicia moribunda lo suficientemente “seria”, pero no fue hasta entrados los ’80, después de dos salvajes ciclos de reaganomics, que un par de guionistas consiguieron devolverle al tipo de las orejas puntiagudas algo de la negritud de sus orígenes. En 1986, el dibujante y guionista Frank Miller (el responsable de las historietas Sin City y 300) creó la serie El regreso del Señor de la Noche, que junto con Año Uno (1987) y The Killing Joke (1988), del guionista Alan Moore (el creador de al menos tres “novelas gráficas” adultas: Watchmen, V de Vendetta y Desde el infierno), relanzaron al personaje. Habían hecho falta casi 50 años, atravesar toda la Guerra Fría y que el alerta se volviera una vez más hacia adentro, hacia las calles y la economía doméstica, para que Batman, el vigilante callejero, volviera a recobrar su razón de ser. Las amenazas externas siempre fueron, en todo caso, un trabajo para Superman, afincado en Metrópolis, pero ciudadano del mundo; las motivaciones de Bruno Díaz están arraigadas en la mugre cotidiana.
Entonces, con esos nuevos referentes de historieta a mano, la Warner finalmente produjo la primera película de Batman para un público más o menos adulto; y Tim Burton pudo desplegar su pasión por el diseño de producción dark, pero esencialmente inocente alrededor de Michael Keaton y Jack Nicholson. La película de Burton era irremediablemente nocturna: cuando no es de noche en Ciudad Gótica, el cielo está nublado; y el disfraz de su personaje le permitía moverse a discreción en las sombras. Burton logró capturar el rediseño visual del personaje, la oscuridad circundante como proyección de una oscuridad interior insondable. Aunque no dejaba de ser una negrura de diseño, de dirección de arte, puramente estética, en esta película empezaron a definirse algunos detalles conceptuales que perdurarían en cada una de las siguientes versiones cinematográficas: el batidisfraz como suerte de armadura a prueba de balas, y el batimóvil como vehículo blindado, porque ya no se trata tan sólo de tiempos criminales; hay una guerra en las calles.
Batman vuelve (también de Burton, 1992) ahondó un poco en esa senda: el enmascarado ya no está acá para meter presos a unos cuantos pandilleros sueltos más o menos maníacos sino que va en busca del crimen organizado. Y el crimen a gran escala es el que teje alianzas con el poder político: el inescrupuloso empresario Max Shreck (Christopher Walken) le inventaba al Pingüino (Danny DeVito) una carrera de funcionario público, con la meta de incrustarlo en la intendencia y así tomar por asalto Ciudad Gótica a través de sus negociados espurios (ladrón de guante blanco, proveedor de la patria contratista, el maquiavélico plan de Shreck consistía en robarle a la ciudad su suministro de energía eléctrica para después revendérselo más caro). El verdadero crimen es la corrupción de alto nivel, entretejida con las redes burocráticas del Estado.
Después de los dos despropósitos del director Joel Schumacher (Batman eternamente y Batman y Robin, con Val Kilmer y George Clooney, respectivamente), que volvieron a sumir al personaje en un ridículo sin fondo, la saga debió ser reanudada, una vez más. Christopher Nolan, que venía de hacer Memento y Noches blancas, devolvió al personaje a sus tiempos: si, al igual que la Ciudad Gótica de Burton o incluso todavía más, la nueva y caótica urbe tiene bastante de la Chicago años ’40, Batman inicia (2005) fue una película insoslayablemente post 11 de septiembre. Batman inicia creó un mundo repleto de freaks peligrosos e intentó saldar cuentas abiertas desde los comienzos del personaje, interrogándose sobre el origen de esos freaks, dedicándole un rato importante al trauma originario del héroe freak (Bruce Wayne/Bruno Díaz, en su infancia, testigo del asesinato a sangre fría de sus padres), y preguntándose por todos esos juguetes hi-tech que hasta entonces dimos por sentados: ¿cómo hace para fabricarse el batimóvil, el batitraje, la baticomputadora, sin exponer su doble identidad? La respuesta está en un departamento marginal de las Wayne Industries consagrado a desarrollos científicos militares. Las cosas se vuelven menos cool y más funcionales, utilitarias: en lugar y bien lejos del batimóvil con súper onda de los ’60, entra en escena un pequeño tanque todo terreno, apto para la guerra en el desierto como en el asfalto. Lo mismo vale para su nueva armadura negra, con sus alas de kevlar que se extienden para permitirle volar. También se les provee a los padres de Bruce Wayne una enorme conciencia de clase: proveniente de una familia que ha sido multimillonaria por al menos seis generaciones, el padre de Bruno Díaz educa a su hijo en las injusticias distributivas del capitalismo, le señala a aquellos que han nacido sin sus privilegios y la necesidad de hacer siempre algo por ellos. Un elemento central de Batman inicia es el monorriel que provee un sistema de transporte y comunicación económico, moderno y popular alrededor del cual se organiza la urbe y que, se nos informa, nació de un proyecto de Wayne padre. La fatal ironía de la historia es que a los padres de Bruce los mata justamente uno de esos desarrapados a los que intentaba ayudar en esa sociedad golpeada por la depresión. Y hay más: las explicaciones siguen acumulándose a medida que avanza la película. Si siempre pudo sonar un poco arbitrario que un personaje con semejantes poderes (nunca sobrenaturales sino económicos, tecnológicos, de recursos informativos y de formación intelectual y física) se dedicara a combatir el crimen tan sólo en una ciudad, ahora Ciudad Gótica ya no es una pequeña gran urbe sino la capital misma de la maldad, la corrupción, la podredumbre humana; donde la policía está comprada, donde no quedan instituciones sanas. Una secta milenaria que se hace llamar La Liga de las Sombras, con su ejército de ninjas liderado por un tal Ra’s Al Ghul y que se autoadjudica la prerrogativa de mantener a raya el mal en el mundo (“incendiamos Roma, incendiamos Londres; a Ciudad Gótica intentamos destruirla a través de la economía”), planea hundirla en el terror y borrarla del mapa. Con un plan secreto e invisible: envenenar el aire y el agua con un alucinógeno capaz de desquiciar a toda la población. Aquella primera película de Nolan hizo del terrorismo –y el gas venenoso particularmente, tres años después de la paranoia del ántrax– una presencia explícita y una referencia obvia a terrores contemporáneos.
La nueva película retoma las cosas exactamente donde las dejó aquel inicio: el teniente –todavía no ascendido a comisionado– Gordon (Fierro para los seguidores de la serie televisiva) le da las gracias a Batman por evitar la hecatombe, pero se permite dejarle una inquietud: ahora que las autoridades han debido valerse de una pequeña gran ayuda parapolicial para detener un poco el caos, ¿qué pasará con la “escalada” entre justicieros y criminales? Armas cada vez más grandes y poderosas, explosiones más destructivas, ambos bandos subiendo la apuesta. Nolan pareció decidido a hablar –como no lo hicieron las resurrecciones de Superman, ni de Hulk, ni de Spiderman– bien directamente del Occidente contemporáneo, de sus terrores internos, su todos contra todos y la falta de una respuesta institucional sólida, a partir de una línea argumental casi tan vieja como la propia historieta de Batman: la del payaso terrorista.
EL PAYASO TERRORISTA
El Guasón, el Joker de Batman, el caballero de la noche, es, sin vueltas, un terrorista. Y lo que es más importante todavía en medio del virus que ha obligado a inventar orígenes y explicaciones a todo y a todos (superhéroes extraterrestres, freaks urbanos, monstruos verdes, caníbales) en el Hollywood actual: es un terrorista fabricado puertas adentro. Podría ser el tipo que un día entró a la universidad decidido a vaciar su ametralladora sobre sus compañeros y sus docentes. A este Joker no le interesa el dinero: apenas lo usa para fabricarse chascos más grandes y más siniestros, para seguir provocando terror. Hay una escena muy elocuente en la que junta una enorme montaña de dólares, la usa de colchón y luego le prende fuego. Lo que busca el Guasón es desestabilizar; hacer estallar lo que ya está latente entre la ciudadanía. En un par de momentos de resonancias demasiado obvias, el Guasón comunica sus amenazas con videítos de baja resolución, acaso a lo Al Qaida. Ya no es el
freak que se crea mutuamente con Batman sino un tipo con una historia personal terrible, pero perfectamente cotidiana (al parecer, papá era un tipo violento), que es peligroso porque, como un hombre bomba, se comporta como si no tuviera nada que perder. El modus operandi del Joker consiste en poner a civiles contra civiles: “Hacelos tener miedo un par de días y vas a ver cómo se matan entre ellos”. El guión de El caballero de la noche juega con la misma tesis de la reciente La niebla, la película de Frank Darabont basada en un relato de Stephen King, en la que un grupo de personas queda atrapado en un supermercado, rodeadas por una neblina que oculta una amenaza que no alcanzan a distinguir, y entre quienes enseguida surgen recelos y se forman facciones, y antes de que hayan pasado siquiera dos días, ya asoman los fanáticos religiosos desesperados, capaces de reclamar sacrificios humanos para salvarse. Pero (la de Batman es una franquicia muy grande que está generando películas demasiado caras como para animarse a ser condenada por misántropa), a diferencia de La niebla, El caballero de la noche no lleva su oscura, peligrosa propuesta hasta las últimas consecuencias.
LAS ULTIMAS CONSECUENCIAS
Un aire de gravedad recorre todas estas instancias de Batman, el caballero de la noche, una película desprovista de todo sentido del humor (con algunas excepciones a cargo del Joker), la más oscura que se le ha dedicado al personaje. No se propicia ninguna simpatía por los personajes del “bando del bien”; Batman está cada vez más aislado del mundo, frío, insoportable; todo el tiempo parece proponerse la posibilidad de que se está volviendo loco y peligroso, quizás hasta fascista, y de que esté a punto de perder el control y de ponerse por encima del resto de los mortales. Nolan eleva la apuesta poniéndole un villano a su medida. “No quisimos hacer todo de noche”, dijo en una entrevista. “Si Batman controla la noche en Ciudad Gótica, entonces el Joker es mucho más peligroso de día, y por lo tanto las escenas diurnas se vuelven mucho más amenazantes y más interesantes. ¿Cómo hace Bruce Wayne para lidiar con todo esto también durante el día?”
El otro gran tema del nuevo Batman es el fin de las instituciones. A falta de una respuesta efectiva por parte de las autoridades, aparecen por todos lados justicieros individuales que se mueven al margen de la ley. Entre policías comprados por la mafia y alcaldes que parecen atados de manos, el comisionado recurre a uno de estos psicópatas de doble personalidad como si lo tuviera a sueldo (¡la batiseñal!). En El caballero de la noche se presenta al personaje del fiscal Harvey Dent (actuación consagratoria de Aaron Eckhardt), que en plena campaña, dice algo así como: “Cuando recuperemos la paz civil y volvamos al orden, ya se ajustarán cuentas con Batman por todas las veces que violó la ley; pero mientras tanto, es lo mejor que tenemos”. Dent es, a su vez, el Caballero Blanco de Ciudad Gótica, el hombre en el que la ley ve una esperanza, una posibilidad de devolverle la administración de justicia al sector público. Hasta Bruce Wayne ve en Dent alguna chance de retirar a su otro yo de una buena vez, lo que lo decide a bancarle su campaña política. Pero antes queda un pequeño trabajo por hacer: retirar al payaso terrorista de las calles. Para eso habrá que violar una o dos reglas más: a sus batijuguetes, Batman suma esta vez un “sonar” que le permite guiarse en la oscuridad, pero que además opera como un sistema de vigilancia panóptico, a través de la red de comunicaciones por telefonía celular de Ciudad Gótica. En otras palabras: sí, Batman puede, si quiere, escuchar las conversaciones privadas de todos sus conciudadanos. Su experto-en-tecnología de confianza, Lucius Fox (el tipo que le proveyó el batimóvil, el batitraje y el resto de sus baticosas, interpretado de vuelta por Morgan Freeman), le advierte que esta vez está yendo demasiado lejos; que su nuevo artilugio implica la concentración de demasiado poder en una sola persona. Y aunque Batman insiste en que es sólo por esta vez, en que es por un bien mayor, su discurso suena conocido: “Para defender la libertad y el bienestar de los habitantes de Ciudad Gótica es necesario violar algunos de sus derechos básicos, como el de su privacidad”. Corren tiempos de guerra, y Batman se está volviendo más Halcón que murciélago.
Una carta marcada
Si es cierto aquello de que una película es tan interesante como lo es su villano, Batman, el caballero de la noche va por el podio de las películas de superhéroes. The Joker, El Guasón, apareció por primera vez en el número 1 de la revista Batman, en abril de 1940, y lleva casi siete décadas sobreviviendo a todos los cambios y las versiones que jalonaron la saga, mostrándose a prueba de chistes malos y reinvenciones serias con cara de poker.
Durante mucho tiempo, tres personas se disputaron su autoría: Bob Kane, Bill Finger (respectivamente, el creador de Batman y su co-creador no acreditado) y el dibujante Jerry Robinson. Su imagen original estuvo directamente inspirada en la caracterización del actor alemán Conrad Veidt (el mayor Strasser de Casablanca) en la película muda de 1928 The Man who Laughs, adaptación de la novela de Victor Hugo en la que el protagonista lleva una sonrisa permanente que el rey de Francia le ha marcado con violencia en la cara. El único aporte de Robinson al personaje habría sido el naipe con el comodín que el Joker deja a modo de firma cerca de sus víctimas mortales; o al menos eso decía Kane en los ’90 para terminar con el mito sobre la paternidad del personaje. Aunque no son pocos los que consideran que Kane era un auténtico ladrón que jamás accedió a compartir crédito con sus colaboradores.
En sus primeras apariciones, el Guasón dejó más de 35 cadáveres. Desde aquella historieta inicial fue retratado como un sociópata, un asesino serial que mata por diversión, dejando los rostros de sus víctimas paralizados en una grotesca sonrisa. Pero el Comics Code que censuró las historietas en Norteamérica en los años ’50 forzó a los editores de la serie a volver menos peligroso al personaje, cuyos rasgos más siniestros fueron entonces suavizados hasta convertirlo en la figura mucho más vulgar de un asaltante con un par de señas de identidad propias. Se le han dado varios orígenes, pero el más recurrente es ese en el que cae en una pileta de desechos tóxicos que deja su rostro blanco, su cabello verde, sus labios rojos y en esa mueca fatal permanente.
El primer actor que encarnó al Joker fue César Romero en la serie camp de los años ’60 (y en la película que se hizo en el ’66 con el reparto televisivo). Romero interpretó a su villano con la misma convicción que le hubiera entregado de haberse tratado de una serie policial adulta en vez de un programa paródico, haciendo evidente la potencia dramática del personaje. Su risa histérica, su sonrisa imborrable (sobre la que, en los primeros planos, podía detectarse el bigote anchoíta que el actor se resistía a afeitarse, debajo del maquillaje blanco), sus movimientos de muñeco maldito: todo lo convertía en el mayor y más temible de los freaks disfrazados a los que el bueno de Batman debía hacer frente ayudando a un departamento de policía que parecía no servir para nada. En los años ’70 comenzó el ciclo de resurrecciones viñeta a viñeta que intentaron devolverle su espesor inicial: primero fue The Joker’s Five Way Revenge (guión de Dennis O’Neil y dibujos de Neal Adams, dos responsables de toda una etapa más o menos seria del “encapotado”), en donde se lo mostró como un maníaco que asesina un poco al azar, y se le confirió una mandíbula puntiaguda destinada a darle un perfil tenebroso. Más tarde, El regreso del Señor de la Noche (The Dark Night Returns, 1986, de Frank Miller) lo proyectó al futuro: recién salido del hospital psiquiátrico, el Arkham Asylum, el Guasón se declaraba curado y reformado en público para, apenas después, sembrar de bombas un parque de diversiones lleno de nenes. En La broma asesina (The Killing Joke, 1988, del guionista Alan Moore y el dibujante Brian Bolland) se redefinió el origen del personaje: “A veces –dice el Guasón sobre su propio trauma originario– lo recuerdo de una manera, a veces de otra. Si debo tener un pasado, prefiero que sea multiple choice”. El inglés Moore, que hizo su aporte desde la Inglaterra del thatcherismo y los altos niveles de desempleo, retrató al Joker como un comediante de stand up fracasado y que, con un hijo en camino y ahogado por sus penurias económicas, acepta un encargo presuntamente menor de una banda criminal: el golpe a una fábrica de naipes cuyo acceso es a través de un laboratorio. Todo lo que puede salir mal sale mal y, en plena fuga de la ley, se produce el accidente en el tanque tóxico que lo deforma de por vida. Lo fundamental es que el personaje es humanizado al conocerse su historia previa: “Lo único que se necesita para reducir al hombre más cuerdo del mundo a la locura, es un mal día. ¿Vos tuviste un mal día una vez, no es cierto? Tuviste un mal día en el que todo cambió”, le dice el psicópata a su contraparte vestido de murciélago.
Cuando Batman volvió al cine por primera vez en más de dos décadas y con estas historietas trágicas (y Año 1, de Miller) como referentes cercanos, el primer villano invitado fue, inevitablemente, el Guasón. El guión de la película de Tim Burton (1989) sumergía a Batman y a su archinémesis en una calesita psicologista al crearles orígenes cruzados: cerca del final, en un flashback, se nos revela que así como Batman es en parte responsable por el accidente del Guasón en la planta química, fue el Guasón quien, años atrás, cuando era un joven delincuente callejero, mató de dos tiros a los padres de Bruno Díaz. El Joker de Jack Nicholson conseguía ser perturbador –mucho humor negro y esa sonrisa acentuada por la cara de asco que el actor venía entrenando desde El resplandor, de Kubrick–, pero corría con desventaja: nunca dejábamos de ver a Jack Nicholson detrás del maquillaje. En eso Batman, el caballero de la noche encontró algo enteramente nuevo: Heath Ledger –en la última actuación que llegó a completar antes de morir por sobredosis de tranquilizantes, en enero pasado– realmente desaparece en su personaje. Inspirado, se dice, en el Alex de La naranja mecánica y en Sid Vicious, de la historia previa del Joker sólo conocemos la versión que él nos cuenta –que papá, de chico, le habría abierto con un cuchillo esa sonrisa de la que no pudo descansar nunca más– y apenas atisbamos su cara lavada en un único plano. La versión para la prensa cuenta que Ledger realmente se obsesionó por sacar adelante una creación original y que se encerró en una habitación de hotel por un mes tratando de encontrar gestos y una voz propia. Y los resultados están a la vista. Es el primer Guasón que no está sonriendo todo el tiempo, pero que tiene permanentemente presente su desfiguración: Ledger se esmeró en cada uno de sus pequeños tics, como el de pasarse la lengua por los labios, como si la mueca violenta que porta en la cara le resecara la boca todo el tiempo. Su Joker está en sintonía con las aspiraciones “realistas” de Christopher Nolan; menos circo colorinche y más locura verdadera. Un Guasón que no quiere dinero, no quiere un puesto político; un fundamentalista del Mal que sólo quiere destrucción; el producto de una sociedad violenta que quiere que esta misma sociedad se autodestruya. Un loco peligroso, como su mayor enemigo; pero en el fondo apenas más que un tipo con la cara y el pelo medio despintados; un anormal perfectamente normal. “El Joker para nosotros no tiene arco dramático, no tiene desarrollo, no aprende nada a lo largo de la película”, explicó Nolan en una entrevista. “Es un absoluto: atraviesa la película un poco como el tiburón de Spielberg; es antes que nada un catalizador de la acción, y la gente reacciona a lo que él hace. Para esto necesitaba un actor que no tuviera miedo, que estuviera completamente preparado para tomar un papel icónico y apropiárselo. Antes de que tuviéramos siquiera un guión, Heath Ledger me dijo que él podía hacerlo. Ambos lo vimos de la misma manera: un personaje enteramente consagrado a la idea de pura anarquía, al deseo de buscar el caos, de echar abajo todo a su alrededor sólo para su diversión.” Y un temerario que desdeña las armas de fuego con un argumento noble aprendido de su propia experiencia personal: de cara al cuchillo, las víctimas revelan, en el último instante, su rostro verdadero.
Mariano Kairuz
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Y no es que la película esté siempre a la altura de sus propias ambiciones, pero hay que concederle al menos una cosa: la mayor parte del tiempo consigue ser perturbadora en sus ideas y –un poco menos– en su forma de exponerlas. The Dark Night –ése es su título original– es algo así como la evolución final de un personaje que en 69 años de historia ha sufrido muchas vueltas, infinitos giros y renacimientos, y en especial muchos retrocesos; y a la vez es una suerte de regreso a su punto de partida. Algo se intuye en las escenas iniciales de la película, cuando se hace presente en la escena del crimen un tipo vestido de traje de goma y capa oscura y manejando un arma de fuego, y que no es Batman sino uno de los muchos imitadores que –entre Batman inicia y esta continuación directa– salieron a hacer justicia por mano propia. “Vigilantes” nocturnos probablemente tan locos como el superhéroe cuya imagen tomaron prestada, pero con mucha menos preparación. Es apenas un detalle argumental que después no se desarrolla, pero que alcanza para establecer el estado de situación y la atmósfera espesa que cae sobre esa Chicago retro-futurista que es Ciudad Gótica: la densidad de una sociedad enferma de violencia, paranoica, permanentemente en estado de alerta y al borde de una histeria explosiva. Y a su vez remite al primer Batman del historietista Bob Kane, el que apareció en las páginas de la revista Detective Comics a partir de mayo de 1939: un sujeto vestido de rata voladora que sale por las noches con una pistola cargada y dispuesto a usarla. Un escuadrón de la muerte de un solo hombre.
Mi noche triste
Aunque nació como encargo de una editorial que buscaba capitalizar el éxito de Superman (creado apenas un año antes), aquel hombre murciélago original fue menos deudor de la ciencia ficción de su época que de la literatura policial de consumo rápido y barato, un género que había encontrado su lugar entre las angustias de la década que arrastró los coletazos de la Depresión. El personaje en principio solitario, delineado por Kane con la asistencia (insuficientemente acreditada) del guionista Bill Finger, fue un éxito, y el año siguiente tuvo su propia revista, pero en una versión un poco aligerada. Ya había sido ablandado por la incorporación de Robin, que le daba al psicópata nocturno alguien con quien hablar, evitándoles a los guionistas tener que englobar (poner en globitos) cada uno de sus soliloquios mentales, y a la vez haciéndolo un poquito menos demente, más accesible para la identificación con el lector. Los tiempos duros siguieron, y al terminar la Segunda Guerra las editoriales, lejos de permitir que sus comics canalizaran el nuevo repertorio de temores y ansiedades de toda una generación, decidieron reformularlos como un espacio de evasión. El resultado (sumado al Comics Code que impuso una autocensura generalizada) fue cierta infantilización del medio, cuyos argumentos se perfilaron cada vez más hacia la ciencia ficción y la especulación fantástica más ingenua. Para los años ’60, muchos superhéroes empezaron a cotizar en baja: en ese contexto fue posible que la primera encarnación de Batman para el cine o la televisión, desde los tempranos seriales estrenados en 1943 y 1949, fuera esa parodia pop que devino uno de los programas de culto más recordados de la televisión norteamericana, pero que a la vez pareció acabar para siempre con toda posibilidad de volver a tomarse en serio al personaje. La serie con Adam West y Burt Ward, que se extendió a razón de dos capítulos semanales (siempre “a la misma batihora y por el mismo baticanal”) entre 1966 y 1968, era brillante, no sólo en sus colores y en sus diseños de arte psicodélicos sino también por sus guiones, que seguían funcionando como una fantasía paladinesca para los chicos más chicos, y simultáneamente como comedia para los adultos, tematizando los desbordes de la imaginación tecnocientífica de su época, pero con un evidente optimismo y fe en el progreso y en la humanidad, aunque todavía no hubieran transcurrido tres años desde el asesinato de JFK, y en una década con no pocas convulsiones políticas y sociales. El mundo criminal quedó, al menos por dos años, reducido a una pandilla de coloridos chiflados que en el fondo no eran más que asaltantes de bancos y ladrones de joyas con cierto gusto por los gestos teatrales.
Mientras tanto, las historietas hicieron lo que pudieron para mantener una franquicia moribunda lo suficientemente “seria”, pero no fue hasta entrados los ’80, después de dos salvajes ciclos de reaganomics, que un par de guionistas consiguieron devolverle al tipo de las orejas puntiagudas algo de la negritud de sus orígenes. En 1986, el dibujante y guionista Frank Miller (el responsable de las historietas Sin City y 300) creó la serie El regreso del Señor de la Noche, que junto con Año Uno (1987) y The Killing Joke (1988), del guionista Alan Moore (el creador de al menos tres “novelas gráficas” adultas: Watchmen, V de Vendetta y Desde el infierno), relanzaron al personaje. Habían hecho falta casi 50 años, atravesar toda la Guerra Fría y que el alerta se volviera una vez más hacia adentro, hacia las calles y la economía doméstica, para que Batman, el vigilante callejero, volviera a recobrar su razón de ser. Las amenazas externas siempre fueron, en todo caso, un trabajo para Superman, afincado en Metrópolis, pero ciudadano del mundo; las motivaciones de Bruno Díaz están arraigadas en la mugre cotidiana.
Entonces, con esos nuevos referentes de historieta a mano, la Warner finalmente produjo la primera película de Batman para un público más o menos adulto; y Tim Burton pudo desplegar su pasión por el diseño de producción dark, pero esencialmente inocente alrededor de Michael Keaton y Jack Nicholson. La película de Burton era irremediablemente nocturna: cuando no es de noche en Ciudad Gótica, el cielo está nublado; y el disfraz de su personaje le permitía moverse a discreción en las sombras. Burton logró capturar el rediseño visual del personaje, la oscuridad circundante como proyección de una oscuridad interior insondable. Aunque no dejaba de ser una negrura de diseño, de dirección de arte, puramente estética, en esta película empezaron a definirse algunos detalles conceptuales que perdurarían en cada una de las siguientes versiones cinematográficas: el batidisfraz como suerte de armadura a prueba de balas, y el batimóvil como vehículo blindado, porque ya no se trata tan sólo de tiempos criminales; hay una guerra en las calles.
Batman vuelve (también de Burton, 1992) ahondó un poco en esa senda: el enmascarado ya no está acá para meter presos a unos cuantos pandilleros sueltos más o menos maníacos sino que va en busca del crimen organizado. Y el crimen a gran escala es el que teje alianzas con el poder político: el inescrupuloso empresario Max Shreck (Christopher Walken) le inventaba al Pingüino (Danny DeVito) una carrera de funcionario público, con la meta de incrustarlo en la intendencia y así tomar por asalto Ciudad Gótica a través de sus negociados espurios (ladrón de guante blanco, proveedor de la patria contratista, el maquiavélico plan de Shreck consistía en robarle a la ciudad su suministro de energía eléctrica para después revendérselo más caro). El verdadero crimen es la corrupción de alto nivel, entretejida con las redes burocráticas del Estado.
Después de los dos despropósitos del director Joel Schumacher (Batman eternamente y Batman y Robin, con Val Kilmer y George Clooney, respectivamente), que volvieron a sumir al personaje en un ridículo sin fondo, la saga debió ser reanudada, una vez más. Christopher Nolan, que venía de hacer Memento y Noches blancas, devolvió al personaje a sus tiempos: si, al igual que la Ciudad Gótica de Burton o incluso todavía más, la nueva y caótica urbe tiene bastante de la Chicago años ’40, Batman inicia (2005) fue una película insoslayablemente post 11 de septiembre. Batman inicia creó un mundo repleto de freaks peligrosos e intentó saldar cuentas abiertas desde los comienzos del personaje, interrogándose sobre el origen de esos freaks, dedicándole un rato importante al trauma originario del héroe freak (Bruce Wayne/Bruno Díaz, en su infancia, testigo del asesinato a sangre fría de sus padres), y preguntándose por todos esos juguetes hi-tech que hasta entonces dimos por sentados: ¿cómo hace para fabricarse el batimóvil, el batitraje, la baticomputadora, sin exponer su doble identidad? La respuesta está en un departamento marginal de las Wayne Industries consagrado a desarrollos científicos militares. Las cosas se vuelven menos cool y más funcionales, utilitarias: en lugar y bien lejos del batimóvil con súper onda de los ’60, entra en escena un pequeño tanque todo terreno, apto para la guerra en el desierto como en el asfalto. Lo mismo vale para su nueva armadura negra, con sus alas de kevlar que se extienden para permitirle volar. También se les provee a los padres de Bruce Wayne una enorme conciencia de clase: proveniente de una familia que ha sido multimillonaria por al menos seis generaciones, el padre de Bruno Díaz educa a su hijo en las injusticias distributivas del capitalismo, le señala a aquellos que han nacido sin sus privilegios y la necesidad de hacer siempre algo por ellos. Un elemento central de Batman inicia es el monorriel que provee un sistema de transporte y comunicación económico, moderno y popular alrededor del cual se organiza la urbe y que, se nos informa, nació de un proyecto de Wayne padre. La fatal ironía de la historia es que a los padres de Bruce los mata justamente uno de esos desarrapados a los que intentaba ayudar en esa sociedad golpeada por la depresión. Y hay más: las explicaciones siguen acumulándose a medida que avanza la película. Si siempre pudo sonar un poco arbitrario que un personaje con semejantes poderes (nunca sobrenaturales sino económicos, tecnológicos, de recursos informativos y de formación intelectual y física) se dedicara a combatir el crimen tan sólo en una ciudad, ahora Ciudad Gótica ya no es una pequeña gran urbe sino la capital misma de la maldad, la corrupción, la podredumbre humana; donde la policía está comprada, donde no quedan instituciones sanas. Una secta milenaria que se hace llamar La Liga de las Sombras, con su ejército de ninjas liderado por un tal Ra’s Al Ghul y que se autoadjudica la prerrogativa de mantener a raya el mal en el mundo (“incendiamos Roma, incendiamos Londres; a Ciudad Gótica intentamos destruirla a través de la economía”), planea hundirla en el terror y borrarla del mapa. Con un plan secreto e invisible: envenenar el aire y el agua con un alucinógeno capaz de desquiciar a toda la población. Aquella primera película de Nolan hizo del terrorismo –y el gas venenoso particularmente, tres años después de la paranoia del ántrax– una presencia explícita y una referencia obvia a terrores contemporáneos.
La nueva película retoma las cosas exactamente donde las dejó aquel inicio: el teniente –todavía no ascendido a comisionado– Gordon (Fierro para los seguidores de la serie televisiva) le da las gracias a Batman por evitar la hecatombe, pero se permite dejarle una inquietud: ahora que las autoridades han debido valerse de una pequeña gran ayuda parapolicial para detener un poco el caos, ¿qué pasará con la “escalada” entre justicieros y criminales? Armas cada vez más grandes y poderosas, explosiones más destructivas, ambos bandos subiendo la apuesta. Nolan pareció decidido a hablar –como no lo hicieron las resurrecciones de Superman, ni de Hulk, ni de Spiderman– bien directamente del Occidente contemporáneo, de sus terrores internos, su todos contra todos y la falta de una respuesta institucional sólida, a partir de una línea argumental casi tan vieja como la propia historieta de Batman: la del payaso terrorista.
EL PAYASO TERRORISTA
El Guasón, el Joker de Batman, el caballero de la noche, es, sin vueltas, un terrorista. Y lo que es más importante todavía en medio del virus que ha obligado a inventar orígenes y explicaciones a todo y a todos (superhéroes extraterrestres, freaks urbanos, monstruos verdes, caníbales) en el Hollywood actual: es un terrorista fabricado puertas adentro. Podría ser el tipo que un día entró a la universidad decidido a vaciar su ametralladora sobre sus compañeros y sus docentes. A este Joker no le interesa el dinero: apenas lo usa para fabricarse chascos más grandes y más siniestros, para seguir provocando terror. Hay una escena muy elocuente en la que junta una enorme montaña de dólares, la usa de colchón y luego le prende fuego. Lo que busca el Guasón es desestabilizar; hacer estallar lo que ya está latente entre la ciudadanía. En un par de momentos de resonancias demasiado obvias, el Guasón comunica sus amenazas con videítos de baja resolución, acaso a lo Al Qaida. Ya no es el
freak que se crea mutuamente con Batman sino un tipo con una historia personal terrible, pero perfectamente cotidiana (al parecer, papá era un tipo violento), que es peligroso porque, como un hombre bomba, se comporta como si no tuviera nada que perder. El modus operandi del Joker consiste en poner a civiles contra civiles: “Hacelos tener miedo un par de días y vas a ver cómo se matan entre ellos”. El guión de El caballero de la noche juega con la misma tesis de la reciente La niebla, la película de Frank Darabont basada en un relato de Stephen King, en la que un grupo de personas queda atrapado en un supermercado, rodeadas por una neblina que oculta una amenaza que no alcanzan a distinguir, y entre quienes enseguida surgen recelos y se forman facciones, y antes de que hayan pasado siquiera dos días, ya asoman los fanáticos religiosos desesperados, capaces de reclamar sacrificios humanos para salvarse. Pero (la de Batman es una franquicia muy grande que está generando películas demasiado caras como para animarse a ser condenada por misántropa), a diferencia de La niebla, El caballero de la noche no lleva su oscura, peligrosa propuesta hasta las últimas consecuencias.
LAS ULTIMAS CONSECUENCIAS
Un aire de gravedad recorre todas estas instancias de Batman, el caballero de la noche, una película desprovista de todo sentido del humor (con algunas excepciones a cargo del Joker), la más oscura que se le ha dedicado al personaje. No se propicia ninguna simpatía por los personajes del “bando del bien”; Batman está cada vez más aislado del mundo, frío, insoportable; todo el tiempo parece proponerse la posibilidad de que se está volviendo loco y peligroso, quizás hasta fascista, y de que esté a punto de perder el control y de ponerse por encima del resto de los mortales. Nolan eleva la apuesta poniéndole un villano a su medida. “No quisimos hacer todo de noche”, dijo en una entrevista. “Si Batman controla la noche en Ciudad Gótica, entonces el Joker es mucho más peligroso de día, y por lo tanto las escenas diurnas se vuelven mucho más amenazantes y más interesantes. ¿Cómo hace Bruce Wayne para lidiar con todo esto también durante el día?”
El otro gran tema del nuevo Batman es el fin de las instituciones. A falta de una respuesta efectiva por parte de las autoridades, aparecen por todos lados justicieros individuales que se mueven al margen de la ley. Entre policías comprados por la mafia y alcaldes que parecen atados de manos, el comisionado recurre a uno de estos psicópatas de doble personalidad como si lo tuviera a sueldo (¡la batiseñal!). En El caballero de la noche se presenta al personaje del fiscal Harvey Dent (actuación consagratoria de Aaron Eckhardt), que en plena campaña, dice algo así como: “Cuando recuperemos la paz civil y volvamos al orden, ya se ajustarán cuentas con Batman por todas las veces que violó la ley; pero mientras tanto, es lo mejor que tenemos”. Dent es, a su vez, el Caballero Blanco de Ciudad Gótica, el hombre en el que la ley ve una esperanza, una posibilidad de devolverle la administración de justicia al sector público. Hasta Bruce Wayne ve en Dent alguna chance de retirar a su otro yo de una buena vez, lo que lo decide a bancarle su campaña política. Pero antes queda un pequeño trabajo por hacer: retirar al payaso terrorista de las calles. Para eso habrá que violar una o dos reglas más: a sus batijuguetes, Batman suma esta vez un “sonar” que le permite guiarse en la oscuridad, pero que además opera como un sistema de vigilancia panóptico, a través de la red de comunicaciones por telefonía celular de Ciudad Gótica. En otras palabras: sí, Batman puede, si quiere, escuchar las conversaciones privadas de todos sus conciudadanos. Su experto-en-tecnología de confianza, Lucius Fox (el tipo que le proveyó el batimóvil, el batitraje y el resto de sus baticosas, interpretado de vuelta por Morgan Freeman), le advierte que esta vez está yendo demasiado lejos; que su nuevo artilugio implica la concentración de demasiado poder en una sola persona. Y aunque Batman insiste en que es sólo por esta vez, en que es por un bien mayor, su discurso suena conocido: “Para defender la libertad y el bienestar de los habitantes de Ciudad Gótica es necesario violar algunos de sus derechos básicos, como el de su privacidad”. Corren tiempos de guerra, y Batman se está volviendo más Halcón que murciélago.
Una carta marcada
Si es cierto aquello de que una película es tan interesante como lo es su villano, Batman, el caballero de la noche va por el podio de las películas de superhéroes. The Joker, El Guasón, apareció por primera vez en el número 1 de la revista Batman, en abril de 1940, y lleva casi siete décadas sobreviviendo a todos los cambios y las versiones que jalonaron la saga, mostrándose a prueba de chistes malos y reinvenciones serias con cara de poker.
Durante mucho tiempo, tres personas se disputaron su autoría: Bob Kane, Bill Finger (respectivamente, el creador de Batman y su co-creador no acreditado) y el dibujante Jerry Robinson. Su imagen original estuvo directamente inspirada en la caracterización del actor alemán Conrad Veidt (el mayor Strasser de Casablanca) en la película muda de 1928 The Man who Laughs, adaptación de la novela de Victor Hugo en la que el protagonista lleva una sonrisa permanente que el rey de Francia le ha marcado con violencia en la cara. El único aporte de Robinson al personaje habría sido el naipe con el comodín que el Joker deja a modo de firma cerca de sus víctimas mortales; o al menos eso decía Kane en los ’90 para terminar con el mito sobre la paternidad del personaje. Aunque no son pocos los que consideran que Kane era un auténtico ladrón que jamás accedió a compartir crédito con sus colaboradores.
En sus primeras apariciones, el Guasón dejó más de 35 cadáveres. Desde aquella historieta inicial fue retratado como un sociópata, un asesino serial que mata por diversión, dejando los rostros de sus víctimas paralizados en una grotesca sonrisa. Pero el Comics Code que censuró las historietas en Norteamérica en los años ’50 forzó a los editores de la serie a volver menos peligroso al personaje, cuyos rasgos más siniestros fueron entonces suavizados hasta convertirlo en la figura mucho más vulgar de un asaltante con un par de señas de identidad propias. Se le han dado varios orígenes, pero el más recurrente es ese en el que cae en una pileta de desechos tóxicos que deja su rostro blanco, su cabello verde, sus labios rojos y en esa mueca fatal permanente.
El primer actor que encarnó al Joker fue César Romero en la serie camp de los años ’60 (y en la película que se hizo en el ’66 con el reparto televisivo). Romero interpretó a su villano con la misma convicción que le hubiera entregado de haberse tratado de una serie policial adulta en vez de un programa paródico, haciendo evidente la potencia dramática del personaje. Su risa histérica, su sonrisa imborrable (sobre la que, en los primeros planos, podía detectarse el bigote anchoíta que el actor se resistía a afeitarse, debajo del maquillaje blanco), sus movimientos de muñeco maldito: todo lo convertía en el mayor y más temible de los freaks disfrazados a los que el bueno de Batman debía hacer frente ayudando a un departamento de policía que parecía no servir para nada. En los años ’70 comenzó el ciclo de resurrecciones viñeta a viñeta que intentaron devolverle su espesor inicial: primero fue The Joker’s Five Way Revenge (guión de Dennis O’Neil y dibujos de Neal Adams, dos responsables de toda una etapa más o menos seria del “encapotado”), en donde se lo mostró como un maníaco que asesina un poco al azar, y se le confirió una mandíbula puntiaguda destinada a darle un perfil tenebroso. Más tarde, El regreso del Señor de la Noche (The Dark Night Returns, 1986, de Frank Miller) lo proyectó al futuro: recién salido del hospital psiquiátrico, el Arkham Asylum, el Guasón se declaraba curado y reformado en público para, apenas después, sembrar de bombas un parque de diversiones lleno de nenes. En La broma asesina (The Killing Joke, 1988, del guionista Alan Moore y el dibujante Brian Bolland) se redefinió el origen del personaje: “A veces –dice el Guasón sobre su propio trauma originario– lo recuerdo de una manera, a veces de otra. Si debo tener un pasado, prefiero que sea multiple choice”. El inglés Moore, que hizo su aporte desde la Inglaterra del thatcherismo y los altos niveles de desempleo, retrató al Joker como un comediante de stand up fracasado y que, con un hijo en camino y ahogado por sus penurias económicas, acepta un encargo presuntamente menor de una banda criminal: el golpe a una fábrica de naipes cuyo acceso es a través de un laboratorio. Todo lo que puede salir mal sale mal y, en plena fuga de la ley, se produce el accidente en el tanque tóxico que lo deforma de por vida. Lo fundamental es que el personaje es humanizado al conocerse su historia previa: “Lo único que se necesita para reducir al hombre más cuerdo del mundo a la locura, es un mal día. ¿Vos tuviste un mal día una vez, no es cierto? Tuviste un mal día en el que todo cambió”, le dice el psicópata a su contraparte vestido de murciélago.
Cuando Batman volvió al cine por primera vez en más de dos décadas y con estas historietas trágicas (y Año 1, de Miller) como referentes cercanos, el primer villano invitado fue, inevitablemente, el Guasón. El guión de la película de Tim Burton (1989) sumergía a Batman y a su archinémesis en una calesita psicologista al crearles orígenes cruzados: cerca del final, en un flashback, se nos revela que así como Batman es en parte responsable por el accidente del Guasón en la planta química, fue el Guasón quien, años atrás, cuando era un joven delincuente callejero, mató de dos tiros a los padres de Bruno Díaz. El Joker de Jack Nicholson conseguía ser perturbador –mucho humor negro y esa sonrisa acentuada por la cara de asco que el actor venía entrenando desde El resplandor, de Kubrick–, pero corría con desventaja: nunca dejábamos de ver a Jack Nicholson detrás del maquillaje. En eso Batman, el caballero de la noche encontró algo enteramente nuevo: Heath Ledger –en la última actuación que llegó a completar antes de morir por sobredosis de tranquilizantes, en enero pasado– realmente desaparece en su personaje. Inspirado, se dice, en el Alex de La naranja mecánica y en Sid Vicious, de la historia previa del Joker sólo conocemos la versión que él nos cuenta –que papá, de chico, le habría abierto con un cuchillo esa sonrisa de la que no pudo descansar nunca más– y apenas atisbamos su cara lavada en un único plano. La versión para la prensa cuenta que Ledger realmente se obsesionó por sacar adelante una creación original y que se encerró en una habitación de hotel por un mes tratando de encontrar gestos y una voz propia. Y los resultados están a la vista. Es el primer Guasón que no está sonriendo todo el tiempo, pero que tiene permanentemente presente su desfiguración: Ledger se esmeró en cada uno de sus pequeños tics, como el de pasarse la lengua por los labios, como si la mueca violenta que porta en la cara le resecara la boca todo el tiempo. Su Joker está en sintonía con las aspiraciones “realistas” de Christopher Nolan; menos circo colorinche y más locura verdadera. Un Guasón que no quiere dinero, no quiere un puesto político; un fundamentalista del Mal que sólo quiere destrucción; el producto de una sociedad violenta que quiere que esta misma sociedad se autodestruya. Un loco peligroso, como su mayor enemigo; pero en el fondo apenas más que un tipo con la cara y el pelo medio despintados; un anormal perfectamente normal. “El Joker para nosotros no tiene arco dramático, no tiene desarrollo, no aprende nada a lo largo de la película”, explicó Nolan en una entrevista. “Es un absoluto: atraviesa la película un poco como el tiburón de Spielberg; es antes que nada un catalizador de la acción, y la gente reacciona a lo que él hace. Para esto necesitaba un actor que no tuviera miedo, que estuviera completamente preparado para tomar un papel icónico y apropiárselo. Antes de que tuviéramos siquiera un guión, Heath Ledger me dijo que él podía hacerlo. Ambos lo vimos de la misma manera: un personaje enteramente consagrado a la idea de pura anarquía, al deseo de buscar el caos, de echar abajo todo a su alrededor sólo para su diversión.” Y un temerario que desdeña las armas de fuego con un argumento noble aprendido de su propia experiencia personal: de cara al cuchillo, las víctimas revelan, en el último instante, su rostro verdadero.
Mariano Kairuz
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Homofobia.com
Internet funciona como un espejo del mundo real, y un espejo amplificado, que como en un juego se repite hasta el infinito. Es decir: claro que hay homofobia en el mundo real. Por lo tanto, hay homofobia en Internet. Pero lo que la red permite es una ampliación del discurso de odio y una difusión que, en la gran mayoría de los casos, estos grupos o individuos no tendrían. Y aunque cada país tiene su odio incubándose, y en muchos casos expresado, los sitios con más frecuencia aparecen originados en países que hace poco han tenido una acción afirmativa hacia la comunidad gay. En este momento, gracias a la ley que aprueba el matrimonio entre personas del mismo sexo en España y Estados Unidos, sitios de ambos países arden de prejuicio y rabia, y se propagan; no debería sorprenderle a nadie que, además, estos sitios pertenezcan por lo general a grupos religiosos, en su mayoría cristianos evangélicos en pico de fanatismo exaltado.
Dios es odio
El sitio homofóbico más famoso de la red es www.godhatesfags.com
Y si no fuera por la red, es dudoso que sus fundadores hubieran podido conseguir su extraña celebridad fuera de Estados Unidos. Se trata, entonces, del sitio de la Iglesia de Westboro en Topeka, Kansas, organización religiosa cuya historia es tan retorcida que merece un cuento de Flannery O’Connor, por lo menos. Fue fundada en 1995 por el reverendo calvinista Fred Phelps, y casi la totalidad de los fieles está compuesta por la familia del ya anciano predicador, quien no les permite a sus devotos matrimonios fuera de la iglesia (son en total 71 personas, aunque algunos estiman que con algunos parientes más la cifra sería de 150). El principal enemigo de Phelps, desde sus inicios, fue la homosexualidad: parece que lo que lo enloqueció en su momento fue la actividad sexual de hombres gays en un parque cercano a su casa. ¿Fred se habrá sentido atraído? Como sea, el lugar de encuentro, que el reverendo visitaba en paseos, fue el disparador de la locura (así consta en un documental escalofriante sobre la iglesia llamado Fall from Grace). Desde que existe Internet, los de Westboro han lanzado una campaña espeluznante desde su sitio: para Phelps, toda actividad sexual fuera de la cama matrimonial es una abominación, pero yacer con alguien del mismo sexo directamente envía a los participantes al infierno y, para él, es un crimen que merece la pena de muerte. Su misión como ministro de Dios en esta tierra, cree Phelps, es hacérselo saber a los pecadores.
¿Cómo? Bueno, tiene varias tácticas, pero la más cruel es hacer piquetes en los funerales de hombres y mujeres gays. En muchos casos, sobre todo en los años ‘80, se trataba de gente que había muerto como consecuencia del sida (que, para Phelps, es por supuesto una maldición divina). Allí se paraban y se siguen parando, con sus carteles que dicen cosas como: “Dos derechos gays: sida e infierno” o “Cuando los maricas mueren, Dios se ríe”. No sólo hacen “protestas” en funerales de personas gays: también lo hacen en los servicios para aquellos que “promueven ese estilo de vida”. Hace seis meses, cuando murió el actor Heath Ledger (de 29 años), que interpretó a un vaquero gay en la película de Ang Lee, Brokeback Mountain, la iglesia de Westboro amenazó con aparecerse por ahí (el video de Phelps anunciando su acción e insultando a Ledger puede verse en http://www.signmovies.net/videos/signmovies/hih.html). El cuerpo fue enterrado en Australia, país natal de actor, así que la familia se ahorró este espanto agregado. Pero lo sufren demasiado seguido muchísimas personas anónimas en todo el país: hasta hoy, la iglesia ha gastado 250 mil dólares en viajes para sus piquetes.
Pero quizá lo más escandaloso no sea toda esta locura. Lo más escandaloso es que la iglesia de Phelps se hizo aún más “famosa” —es decir, alcanzó a los canales de televisión y consiguió varios documentales (uno puede verse en YouTube y se llama The Most Hated Family in America)— cuando comenzó a hacer demostraciones en funerales de veteranos de Irak. ¿Por qué los odia también Phelps? Porque odia a todo el mundo, y porque dice que el estado federal le puso una bomba en el patio para detener su prédica. Y porque está convencido de que Dios es un Dios de odio, tal como según él lo demuestra el Antiguo Testamento, y que no tendrá piedad con sus detestadas criaturas. Es sintomático que, recién cuando se trató de los jóvenes héroes soldados, la intolerancia de este anciano demente y su familia llegó a la televisión. Antes proliferaban las denuncias, pero los de Westboro se consideraban poco más que un chiste de mal gusto. Aunque están monitoreados por la Liga Anti-Difamación de Estados Unidos, que los consideran un grupo de “odio”, no se ha encontrado (o buscado) la forma legal de detenerlos.
La voz de la reforma
Y la Iglesia de Westboro además se encarga, por supuesto, de brindar asilo para quienes son rechazados por lo que ellos consideran “censura” a su libertad de expresión, mientras que quienes detienen sus discursos de odio sencillamente hablan de delito. Es el caso de Donnie Davis, un pastor de Houston, Texas, que además es músico y “homosexual reformado”. Tiene una canción llamada “The Bible Song” que fue rechazada por servicios online como YouTube o MySpace. La Iglesia de Westboro le prestó lugar, por supuesto. El sitio de Donnie se llama www.lovegodsway.org (“amor a la manera de Dios”) y él es un hombre de unos cuarenta años, de rostro redondo y bonachón; está un poco excedido de peso, toca la guitarra y sonríe todo el tiempo. Pero la canción de marras, escondida detrás de ese título genérico, tiene una letra que seguro hace las delicias del reverendo Phelps, y que fue el motivo de rechazo para su difusión online en los sitios más populares: “Dios odia a los putos / Si vos los sos, te odia también / Leé la Biblia, asegurate de entrar al cielo, no hay puerta de atrás / Jesús, el salvador, es el único hombre para mí”. En su sitio tiene una guía para padres donde los orienta sobre las bandas y músicos “gays” que deben prohibirles a sus hijos: ahí, en tierno montón, están desde los Rolling Stones hasta ¡Kansas!, pasando por The Cure (Donnie acota “usan maquillaje”) y Rufus Wainwright. Además tiene un programa de rehabilitación llamado C.H.O.P.S. cuyo subtítulo es “Cambiando a los homosexuales en gente normal”. No explica mucho el método, sólo dice que se trabaja con el testimonio y la plegaria. Predecible. Donnie, además, está un poco confundido. Su héroe es Oscar Wilde, de quien dice: “Fue un homosexual reformado. Vio sus errores en prisión, se arrepintió y murió como cristiano”. El pobre Oscar, malentendido una vez más.
Donnie Davis es lo que podríamos llamar un loco suelto, y su sitio es tan ofensivo como patético, y hasta gracioso. Pero hay otras organizaciones que tienen fuerte presencia y difusión en Internet que no son ningún chiste. Forman parte de la Mayoría Moral de Estados Unidos, la misma que tiene en jaque el derecho al aborto en ese país, la misma que hará muy difícil que se consiga la unión entre personas del mismo sexo fuera de los estados menos conservadores, la misma que defiende el derecho a portar armas, niega la evolución darwiniana y el calentamiento global.
Los lobbistas bíblicos
El sitio de la American Family News Network es www.onenewsnow.com y de lo que se encarga es de “traducir” las noticias para los cristianos del mundo de habla inglesa y de dar su propia perspectiva con columnas de opinión, y demás. El director es un canadiense llamado Fred Jackson, lo que viene a demostrar que esta suerte de integrismo cristiano no es exclusiva de EE.UU. Todo parece muy respetuoso, empezando por el sobrio diseño de la página. Pero basta con cliquear sobre alguna de las columnas especializadas en género para ver de qué va esta gente. Escribe en la última edición un señor abogado llamado Matt Barber: “Probablemente han escuchado la frase relativista que dice ‘el casamiento gay no le hará daño a nadie. ¡Vivan y dejen vivir!’. Bueno, no compren esto por un minuto. Recientemente, la Suprema Corte de California, con cuatro doctores Frankenstein vestidos con trajes negros, han soltado la paradójica abominación llamada ‘matrimonio del mismo sexo’ en el país. ¿No es la palabra abominación un poco fuerte? No, señor. Dios la usó. Y les voy a dar un ejemplo de por qué lo hizo. La ciudadana de Virginia, Lisa Miller, madre de una niña de seis años llamada Isabella, estuvo ‘envuelta’ en la homosexualidad por un corto tiempo. Por suerte encontró la libertad del destructivo modo de vida gay —como lo han hecho otros muchos— a través de una relación personal con Jesucristo; y hoy, junto a Isabella, es cristiana. Desde hace cinco años, Lisa e Isabella han estado intentando vivir sus vidas en paz en su casa de Virginia. Pero desafortunadamente no han podido porque el oscuro pasado de Lisa vuelve para atormentarla. Están siendo el blanco de un vicioso ataque legal de parte de militantes homosexuales. Escandalosamente, y gracias a la presión de estos grupos, la Suprema Corte de Vermont sentenció en marzo que Lisa debe compartir la custodia de su propia hija con Janet Jenkins, una mujer que, por un corto período de tiempo, fue la ‘compañera civil’ de Lisa. Jenkins no es familiar de Isabella, y es una extraña para la niña. A pesar de esto, la Corte le concedió visitas parentales. La pequeña Isabella, que le tiene terror a esta extraña y está comprensiblemente confundida por su bizarro estilo de vida, ha sufrido un tremendo trauma emocional. Incluso hay preocupaciones sobre su bienestar físico”.
No hace falta enumerar, porque están clarísimas, las infamias que incluye esta infame columna. Pero sí hay que aclarar que grupos como éste no son excepciones: son organizaciones con intereses y poder político que encuentran militancia y votos en los ciudadanos más conservadores e intolerantes; y hay que decir que consiguen ese poder con pasmosa frecuencia.
Otro grupo particularmente desagradable —porque, al menos, se podría esperar de ellas cierta solidaridad por género, pero ¡todo lo contrario!— son las Concerned Women of America, que están en www.cwfa.org. Traducimos: son las “Mujeres Preocupadas de América” y se ocupan de una amplia agenda pasmosamente conservadora y anacrónica, con especial énfasis en el tema gay. ¿Cuál es su estrategia básica? Demostrar que el movimiento y el activismo gay son un lobby de poder maquiavélico, y así dar vuelta el argumento que se esgrime contra estas organizaciones conservadoras: “Ellos son los poderosos, no nosotros”. (El movimiento gay de EE.UU. es muy poderoso, ciertamente, ¡pero eso no es algo malo!) Dicen, por ejemplo: “Los americanos que se identifican como gays o lesbianas son apenas el 3 por ciento de la población. Aun así el movimiento homosexual, liderado por grupos de presión extremista como la Campaña por los Derechos Humanos (HRC), representa, per capita, uno de los más poderosos y ricos lobbies políticos, con un presupuesto anual de 50 millones”.
Las mujeres no son las únicas que sorprenden por su falta de solidaridad. Una de las voces homófobas más clamorosas es la del reverendo Ken Hutcherson, ex jugador de los Dallas Cowboys —la homofobia en el deporte es tema aparte y merece su propia nota—, hombre de raza negra que lidera la iglesia Antioch Bible Search (http://www.abchurch.org/); hace poco amenazó con que sus fieles “abandonarían” los servicios de Microsoft porque la empresa acepta empleados homosexuales. En una nota le preguntaron por qué un hombre negro, teniendo en cuenta la historia de su gente, era homofóbico. Y dijo: “¿Usted vio a algún homosexual que tuviera que sentarse en la parte de atrás de un ómnibus, como nos pasó a los negros? Bueno, yo nunca vi ninguno. No se los discrimina”.
La homofobia, se sabe, no conoce de límites, ni de razones.
En la Madre Patria
Muchos arden de furia y odio en España. Claro, recién salió el matrimonio, que fue la excusa perfecta para darle voz a tanto resentimiento semiadormecido: han encontrado una causa. Sus voces se pueden encontrar sobre todo en el sitio http://hazteoir.org o “la web del ciudadano activo”. De tendencia católica furibunda, también tiene una pátina de sentido común que se desmorona ante una breve navegación. Llaman a protestar ante iniciativas como ésta: “El Ayuntamiento de Toledo promueve este año la ‘Semana del Orgullo Gay’ bajo el lema ‘Toledo entiende’, con un programa de actividades en el que se incluyen iniciativas orientadas a los niños y adolescentes, y con propuestas de actuación en el ámbito escolar. Envía al alcalde de Toledo tu más firme rechazo a esta iniciativa que atenta contra la infancia”. O hace una crónica de la marcha del orgullo gay de esta manera: “Veréis que hay ofensas a los católicos (alusiones a los curas, a monseñor Rouco Varela, a Su Santidad el Papa), al rey, al PP, a la familia. Y eso sin contar lo que no se ve: aparte de ‘carrozas’ desde las que sonaba a todo trapo ‘La Internacional’, o los ataques a gritos contra la Iglesia y sus miembros, o a la familia, a mí personalmente me llamó la atención una familia formada por, al menos, el matrimonio y un hijo de unos cinco años, al que se acercó una persona que desfilaba a decirle algo, y el padre de la criatura dijo a voz en grito: ‘Es gay’ (refiriéndose al niño) ¡Hasta ese punto llega el adoctrinamiento que propugna esta gente y sus simpatizantes!”. HazteOir se define como una organización civil formada por “amigos”, que pretende involucrar a la gente en la política. Aceptan donaciones con tarjeta de crédito, cheque o transferencia bancaria, y el sitio se traduce automáticamente al catalán, euskera, gallego, valenciano, portugués, inglés, francés, italiano, alemán, rumano, polaco, ruso, y hasta tiene versión para ciegos. Entre otros servicios, ofrecen un modelo para escribir cartas de lectores a diarios: automáticamente, desde el sitio, se envían cadenas de mails a 120 medios entre los que se cuentan El País, El Mundo, La Razón, ABC, La Vanguardia, El Periódico de Catalunya, 20 Minutos, Metro Madrid, La Gaceta de los Negocios, La Voz de Galicia, El Diario Vasco, El Correo Español, Heraldo de Aragón, El Norte de Castilla, La Voz de Asturias, y muchos más. La parte más escalofriante de HazteOir es, como suele ocurrir en Internet, el foro. Basta un ejemplo: un comentario de Roberto Baldini, miembro del foro que no se oculta bajo ningún anonimato, y escribe: “Lo dijimos cien mil veces: los niños criados por homosexuales (los pocos adoptados y los que provienen de paternizaciones fraudulentas —inseminación de lesbianas por sementales y arrendamiento de vientres por gays—) no salen monstruos, ni les crece el rabo o aparecen con un tercer ojo, pero de seguro tienen y tendrán graves problemas de conducta, adaptación, bajo rendimiento escolar, rebeldía, sexualidad reprimida (en los varones), sinergia sexual excesiva (en las niñas), mayor exposición para imitar conductas homosexuales y un relajamiento del tabú del incesto. Sólo la inhumana militancia del lobby gay puede someter a los niños a tal experimento envidiable por los ‘científicos’ nazis”.
Y todo esto dedicándoles apenas un párrafo a los bloggers homófobos, que proliferan como hongos y que son imparables. Algunos mantienen una fachada, como www.elentir.info, que es católico y publica textos titulados “Orgullo intolerante”, donde sólo pone foto de una marcha gay en la que se ve una pancarta que incluye la foto de un obispo en llamas... y linkea a los ya ubicuos HazteOir. Otros son más kamikazes, no permiten comentarios y sólo dejan su odio ahí, fermentando en el ciberespacio: es el caso del blogger peruano Fucking Life: “Esos malnacidos, y al decir malnacidos lo digo en serio, ¿gustarles alguien de su mismo sexo? Y, a veces, más patético aun, ¿vestirse como el sexo opuesto? Pero más me voy a referir a los maricones, no a las lesbianas, porque aunque igual son denigrantes, más odio y asco me causan los hombres que creen e intentan (de una manera grotesca, ridícula y deficiente) imitar a una mujer (llegando a ser una copia barata y mal hecha de una mujer). Y luego estos desgraciados hijos de la grandísima perra exigen respeto y tolerancia con desfiles más denigrantes y nauseabundos que pueden haber, cargando sus cartelitos y vestidos con plumas, tops, ¡shorts! ¡Exigiendo respeto! ¡Exigiendo respeto los muy hijos de puta! Los primeros que faltan el respeto a toda la población son ellos, con su forma de vestir y de actuar. ¿Acaso no se dan cuenta de que no son personas normales, y que más bien son la causa de un trauma sufrido en algún momento de su vida? Son sólo bodrios repulsivos e inmundos ante la sociedad”. ¿Un consuelo? El demente de Fucking Life también odia a los pobres, los “cholos”, la Iglesia, Dios y a los tarotistas; apenas postea desde febrero de este año y no permite comments, así que no intenten ir a darle una patada simbólica en la cabeza, porque tiene inhabilitada la interacción.
Mariana Enriquez
SOY / © 2000-2008 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Todos los Derechos Reservados
Dios es odio
El sitio homofóbico más famoso de la red es www.godhatesfags.com
Y si no fuera por la red, es dudoso que sus fundadores hubieran podido conseguir su extraña celebridad fuera de Estados Unidos. Se trata, entonces, del sitio de la Iglesia de Westboro en Topeka, Kansas, organización religiosa cuya historia es tan retorcida que merece un cuento de Flannery O’Connor, por lo menos. Fue fundada en 1995 por el reverendo calvinista Fred Phelps, y casi la totalidad de los fieles está compuesta por la familia del ya anciano predicador, quien no les permite a sus devotos matrimonios fuera de la iglesia (son en total 71 personas, aunque algunos estiman que con algunos parientes más la cifra sería de 150). El principal enemigo de Phelps, desde sus inicios, fue la homosexualidad: parece que lo que lo enloqueció en su momento fue la actividad sexual de hombres gays en un parque cercano a su casa. ¿Fred se habrá sentido atraído? Como sea, el lugar de encuentro, que el reverendo visitaba en paseos, fue el disparador de la locura (así consta en un documental escalofriante sobre la iglesia llamado Fall from Grace). Desde que existe Internet, los de Westboro han lanzado una campaña espeluznante desde su sitio: para Phelps, toda actividad sexual fuera de la cama matrimonial es una abominación, pero yacer con alguien del mismo sexo directamente envía a los participantes al infierno y, para él, es un crimen que merece la pena de muerte. Su misión como ministro de Dios en esta tierra, cree Phelps, es hacérselo saber a los pecadores.
¿Cómo? Bueno, tiene varias tácticas, pero la más cruel es hacer piquetes en los funerales de hombres y mujeres gays. En muchos casos, sobre todo en los años ‘80, se trataba de gente que había muerto como consecuencia del sida (que, para Phelps, es por supuesto una maldición divina). Allí se paraban y se siguen parando, con sus carteles que dicen cosas como: “Dos derechos gays: sida e infierno” o “Cuando los maricas mueren, Dios se ríe”. No sólo hacen “protestas” en funerales de personas gays: también lo hacen en los servicios para aquellos que “promueven ese estilo de vida”. Hace seis meses, cuando murió el actor Heath Ledger (de 29 años), que interpretó a un vaquero gay en la película de Ang Lee, Brokeback Mountain, la iglesia de Westboro amenazó con aparecerse por ahí (el video de Phelps anunciando su acción e insultando a Ledger puede verse en http://www.signmovies.net/videos/signmovies/hih.html). El cuerpo fue enterrado en Australia, país natal de actor, así que la familia se ahorró este espanto agregado. Pero lo sufren demasiado seguido muchísimas personas anónimas en todo el país: hasta hoy, la iglesia ha gastado 250 mil dólares en viajes para sus piquetes.
Pero quizá lo más escandaloso no sea toda esta locura. Lo más escandaloso es que la iglesia de Phelps se hizo aún más “famosa” —es decir, alcanzó a los canales de televisión y consiguió varios documentales (uno puede verse en YouTube y se llama The Most Hated Family in America)— cuando comenzó a hacer demostraciones en funerales de veteranos de Irak. ¿Por qué los odia también Phelps? Porque odia a todo el mundo, y porque dice que el estado federal le puso una bomba en el patio para detener su prédica. Y porque está convencido de que Dios es un Dios de odio, tal como según él lo demuestra el Antiguo Testamento, y que no tendrá piedad con sus detestadas criaturas. Es sintomático que, recién cuando se trató de los jóvenes héroes soldados, la intolerancia de este anciano demente y su familia llegó a la televisión. Antes proliferaban las denuncias, pero los de Westboro se consideraban poco más que un chiste de mal gusto. Aunque están monitoreados por la Liga Anti-Difamación de Estados Unidos, que los consideran un grupo de “odio”, no se ha encontrado (o buscado) la forma legal de detenerlos.
La voz de la reforma
Y la Iglesia de Westboro además se encarga, por supuesto, de brindar asilo para quienes son rechazados por lo que ellos consideran “censura” a su libertad de expresión, mientras que quienes detienen sus discursos de odio sencillamente hablan de delito. Es el caso de Donnie Davis, un pastor de Houston, Texas, que además es músico y “homosexual reformado”. Tiene una canción llamada “The Bible Song” que fue rechazada por servicios online como YouTube o MySpace. La Iglesia de Westboro le prestó lugar, por supuesto. El sitio de Donnie se llama www.lovegodsway.org (“amor a la manera de Dios”) y él es un hombre de unos cuarenta años, de rostro redondo y bonachón; está un poco excedido de peso, toca la guitarra y sonríe todo el tiempo. Pero la canción de marras, escondida detrás de ese título genérico, tiene una letra que seguro hace las delicias del reverendo Phelps, y que fue el motivo de rechazo para su difusión online en los sitios más populares: “Dios odia a los putos / Si vos los sos, te odia también / Leé la Biblia, asegurate de entrar al cielo, no hay puerta de atrás / Jesús, el salvador, es el único hombre para mí”. En su sitio tiene una guía para padres donde los orienta sobre las bandas y músicos “gays” que deben prohibirles a sus hijos: ahí, en tierno montón, están desde los Rolling Stones hasta ¡Kansas!, pasando por The Cure (Donnie acota “usan maquillaje”) y Rufus Wainwright. Además tiene un programa de rehabilitación llamado C.H.O.P.S. cuyo subtítulo es “Cambiando a los homosexuales en gente normal”. No explica mucho el método, sólo dice que se trabaja con el testimonio y la plegaria. Predecible. Donnie, además, está un poco confundido. Su héroe es Oscar Wilde, de quien dice: “Fue un homosexual reformado. Vio sus errores en prisión, se arrepintió y murió como cristiano”. El pobre Oscar, malentendido una vez más.
Donnie Davis es lo que podríamos llamar un loco suelto, y su sitio es tan ofensivo como patético, y hasta gracioso. Pero hay otras organizaciones que tienen fuerte presencia y difusión en Internet que no son ningún chiste. Forman parte de la Mayoría Moral de Estados Unidos, la misma que tiene en jaque el derecho al aborto en ese país, la misma que hará muy difícil que se consiga la unión entre personas del mismo sexo fuera de los estados menos conservadores, la misma que defiende el derecho a portar armas, niega la evolución darwiniana y el calentamiento global.
Los lobbistas bíblicos
El sitio de la American Family News Network es www.onenewsnow.com y de lo que se encarga es de “traducir” las noticias para los cristianos del mundo de habla inglesa y de dar su propia perspectiva con columnas de opinión, y demás. El director es un canadiense llamado Fred Jackson, lo que viene a demostrar que esta suerte de integrismo cristiano no es exclusiva de EE.UU. Todo parece muy respetuoso, empezando por el sobrio diseño de la página. Pero basta con cliquear sobre alguna de las columnas especializadas en género para ver de qué va esta gente. Escribe en la última edición un señor abogado llamado Matt Barber: “Probablemente han escuchado la frase relativista que dice ‘el casamiento gay no le hará daño a nadie. ¡Vivan y dejen vivir!’. Bueno, no compren esto por un minuto. Recientemente, la Suprema Corte de California, con cuatro doctores Frankenstein vestidos con trajes negros, han soltado la paradójica abominación llamada ‘matrimonio del mismo sexo’ en el país. ¿No es la palabra abominación un poco fuerte? No, señor. Dios la usó. Y les voy a dar un ejemplo de por qué lo hizo. La ciudadana de Virginia, Lisa Miller, madre de una niña de seis años llamada Isabella, estuvo ‘envuelta’ en la homosexualidad por un corto tiempo. Por suerte encontró la libertad del destructivo modo de vida gay —como lo han hecho otros muchos— a través de una relación personal con Jesucristo; y hoy, junto a Isabella, es cristiana. Desde hace cinco años, Lisa e Isabella han estado intentando vivir sus vidas en paz en su casa de Virginia. Pero desafortunadamente no han podido porque el oscuro pasado de Lisa vuelve para atormentarla. Están siendo el blanco de un vicioso ataque legal de parte de militantes homosexuales. Escandalosamente, y gracias a la presión de estos grupos, la Suprema Corte de Vermont sentenció en marzo que Lisa debe compartir la custodia de su propia hija con Janet Jenkins, una mujer que, por un corto período de tiempo, fue la ‘compañera civil’ de Lisa. Jenkins no es familiar de Isabella, y es una extraña para la niña. A pesar de esto, la Corte le concedió visitas parentales. La pequeña Isabella, que le tiene terror a esta extraña y está comprensiblemente confundida por su bizarro estilo de vida, ha sufrido un tremendo trauma emocional. Incluso hay preocupaciones sobre su bienestar físico”.
No hace falta enumerar, porque están clarísimas, las infamias que incluye esta infame columna. Pero sí hay que aclarar que grupos como éste no son excepciones: son organizaciones con intereses y poder político que encuentran militancia y votos en los ciudadanos más conservadores e intolerantes; y hay que decir que consiguen ese poder con pasmosa frecuencia.
Otro grupo particularmente desagradable —porque, al menos, se podría esperar de ellas cierta solidaridad por género, pero ¡todo lo contrario!— son las Concerned Women of America, que están en www.cwfa.org. Traducimos: son las “Mujeres Preocupadas de América” y se ocupan de una amplia agenda pasmosamente conservadora y anacrónica, con especial énfasis en el tema gay. ¿Cuál es su estrategia básica? Demostrar que el movimiento y el activismo gay son un lobby de poder maquiavélico, y así dar vuelta el argumento que se esgrime contra estas organizaciones conservadoras: “Ellos son los poderosos, no nosotros”. (El movimiento gay de EE.UU. es muy poderoso, ciertamente, ¡pero eso no es algo malo!) Dicen, por ejemplo: “Los americanos que se identifican como gays o lesbianas son apenas el 3 por ciento de la población. Aun así el movimiento homosexual, liderado por grupos de presión extremista como la Campaña por los Derechos Humanos (HRC), representa, per capita, uno de los más poderosos y ricos lobbies políticos, con un presupuesto anual de 50 millones”.
Las mujeres no son las únicas que sorprenden por su falta de solidaridad. Una de las voces homófobas más clamorosas es la del reverendo Ken Hutcherson, ex jugador de los Dallas Cowboys —la homofobia en el deporte es tema aparte y merece su propia nota—, hombre de raza negra que lidera la iglesia Antioch Bible Search (http://www.abchurch.org/); hace poco amenazó con que sus fieles “abandonarían” los servicios de Microsoft porque la empresa acepta empleados homosexuales. En una nota le preguntaron por qué un hombre negro, teniendo en cuenta la historia de su gente, era homofóbico. Y dijo: “¿Usted vio a algún homosexual que tuviera que sentarse en la parte de atrás de un ómnibus, como nos pasó a los negros? Bueno, yo nunca vi ninguno. No se los discrimina”.
La homofobia, se sabe, no conoce de límites, ni de razones.
En la Madre Patria
Muchos arden de furia y odio en España. Claro, recién salió el matrimonio, que fue la excusa perfecta para darle voz a tanto resentimiento semiadormecido: han encontrado una causa. Sus voces se pueden encontrar sobre todo en el sitio http://hazteoir.org o “la web del ciudadano activo”. De tendencia católica furibunda, también tiene una pátina de sentido común que se desmorona ante una breve navegación. Llaman a protestar ante iniciativas como ésta: “El Ayuntamiento de Toledo promueve este año la ‘Semana del Orgullo Gay’ bajo el lema ‘Toledo entiende’, con un programa de actividades en el que se incluyen iniciativas orientadas a los niños y adolescentes, y con propuestas de actuación en el ámbito escolar. Envía al alcalde de Toledo tu más firme rechazo a esta iniciativa que atenta contra la infancia”. O hace una crónica de la marcha del orgullo gay de esta manera: “Veréis que hay ofensas a los católicos (alusiones a los curas, a monseñor Rouco Varela, a Su Santidad el Papa), al rey, al PP, a la familia. Y eso sin contar lo que no se ve: aparte de ‘carrozas’ desde las que sonaba a todo trapo ‘La Internacional’, o los ataques a gritos contra la Iglesia y sus miembros, o a la familia, a mí personalmente me llamó la atención una familia formada por, al menos, el matrimonio y un hijo de unos cinco años, al que se acercó una persona que desfilaba a decirle algo, y el padre de la criatura dijo a voz en grito: ‘Es gay’ (refiriéndose al niño) ¡Hasta ese punto llega el adoctrinamiento que propugna esta gente y sus simpatizantes!”. HazteOir se define como una organización civil formada por “amigos”, que pretende involucrar a la gente en la política. Aceptan donaciones con tarjeta de crédito, cheque o transferencia bancaria, y el sitio se traduce automáticamente al catalán, euskera, gallego, valenciano, portugués, inglés, francés, italiano, alemán, rumano, polaco, ruso, y hasta tiene versión para ciegos. Entre otros servicios, ofrecen un modelo para escribir cartas de lectores a diarios: automáticamente, desde el sitio, se envían cadenas de mails a 120 medios entre los que se cuentan El País, El Mundo, La Razón, ABC, La Vanguardia, El Periódico de Catalunya, 20 Minutos, Metro Madrid, La Gaceta de los Negocios, La Voz de Galicia, El Diario Vasco, El Correo Español, Heraldo de Aragón, El Norte de Castilla, La Voz de Asturias, y muchos más. La parte más escalofriante de HazteOir es, como suele ocurrir en Internet, el foro. Basta un ejemplo: un comentario de Roberto Baldini, miembro del foro que no se oculta bajo ningún anonimato, y escribe: “Lo dijimos cien mil veces: los niños criados por homosexuales (los pocos adoptados y los que provienen de paternizaciones fraudulentas —inseminación de lesbianas por sementales y arrendamiento de vientres por gays—) no salen monstruos, ni les crece el rabo o aparecen con un tercer ojo, pero de seguro tienen y tendrán graves problemas de conducta, adaptación, bajo rendimiento escolar, rebeldía, sexualidad reprimida (en los varones), sinergia sexual excesiva (en las niñas), mayor exposición para imitar conductas homosexuales y un relajamiento del tabú del incesto. Sólo la inhumana militancia del lobby gay puede someter a los niños a tal experimento envidiable por los ‘científicos’ nazis”.
Y todo esto dedicándoles apenas un párrafo a los bloggers homófobos, que proliferan como hongos y que son imparables. Algunos mantienen una fachada, como www.elentir.info, que es católico y publica textos titulados “Orgullo intolerante”, donde sólo pone foto de una marcha gay en la que se ve una pancarta que incluye la foto de un obispo en llamas... y linkea a los ya ubicuos HazteOir. Otros son más kamikazes, no permiten comentarios y sólo dejan su odio ahí, fermentando en el ciberespacio: es el caso del blogger peruano Fucking Life: “Esos malnacidos, y al decir malnacidos lo digo en serio, ¿gustarles alguien de su mismo sexo? Y, a veces, más patético aun, ¿vestirse como el sexo opuesto? Pero más me voy a referir a los maricones, no a las lesbianas, porque aunque igual son denigrantes, más odio y asco me causan los hombres que creen e intentan (de una manera grotesca, ridícula y deficiente) imitar a una mujer (llegando a ser una copia barata y mal hecha de una mujer). Y luego estos desgraciados hijos de la grandísima perra exigen respeto y tolerancia con desfiles más denigrantes y nauseabundos que pueden haber, cargando sus cartelitos y vestidos con plumas, tops, ¡shorts! ¡Exigiendo respeto! ¡Exigiendo respeto los muy hijos de puta! Los primeros que faltan el respeto a toda la población son ellos, con su forma de vestir y de actuar. ¿Acaso no se dan cuenta de que no son personas normales, y que más bien son la causa de un trauma sufrido en algún momento de su vida? Son sólo bodrios repulsivos e inmundos ante la sociedad”. ¿Un consuelo? El demente de Fucking Life también odia a los pobres, los “cholos”, la Iglesia, Dios y a los tarotistas; apenas postea desde febrero de este año y no permite comments, así que no intenten ir a darle una patada simbólica en la cabeza, porque tiene inhabilitada la interacción.
Mariana Enriquez
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La yegua y el montañista
En el banco, frente a las ventanillas, había tres colas y ninguna era muy larga, pero la de la izquierda estaba casi desierta. Era la que estaba disponible para los clientes VIP. Llegué y leí los tres letreros: VIP, Personas y Empresas. Hice un rápido repaso mental sobre mi propia condición y me paré en la de Personas. Delante de mí, último en esa fila, acababa de ubicarse un hombre alto, apenas canoso pero de aspecto juvenil, vestido con jeans y campera de montañista. Colgaba de su espalda una mochila de una marca muy cara, que le daba un aire de turista o extranjero; supuse que era un hombre de paso por ese microcentro atestado de mediodía. Ni tuve tiempo de pararme con todo el peso en una de mis piernas, que es lo que uno hace cuando se autoacomoda en una cola de banco atrás de una docena de personas. Llegó otro hombre, más viejo y trajeado, que sobre mi oído preguntó:
–¿Las tres colas son iguales? ¿Por qué en ésta no hay nadie?
El hombre alto con campera de montañista se dio vuelta y le dijo:
–Esa es para los giles que pagan quince pesos más por mes para que los atiendan más rápido.
–No me digas –le dijo el viejo trajeado, ubicándose en mi fila. Quedé hecha un sandwich entre ambos, lo cual no habría sido grave si los dos se hubiesen quedado callados como corresponde en una cola de banco, caray, que uno va al banco a hacer un trámite que siempre prefiere obviar, y en todo caso cualquier persona normal comenta o bien que el clima de Buenos Aires está tremendo, o bien que es una vergüenza que haya tan pocos cajeros en todos los bancos. ¿O hay acaso alguien en este mundo que se sienta a sus anchas en una cola de banco? Yo pensaba que no, pero me equivocaba. El montañista era un hombre que se sentía a sus anchas en todas partes, se diría que el mundo era suyo por la seguridad con la que hablaba, y también por el tono de voz elevado que hacía que todos escucháramos lo que decía. Sobre todo yo, que estaba hecha un jamón entre el montañista y el viejo trajeado. El montañista era una de esas personas que no pueden controlar su incontinencia verbal y cerebral. Y su flujo mental era tremendo.
–En Chile esto no pasa –le dijo el montañista al viejo trajeado. Era tan alto y yo soy tan petisa que el tipo ni siquiera tenía que hacer un mínimo gesto para mirar al viejo. Sencillamente, me salteaba.
–¿En Chile? ¡No! ¡Qué va a pasar! –dijo el viejo.
–¿Conocés Chile? –le preguntó el montañista, que debía tener unos treinta años menos que el viejo, pero que como se sentía tan seguro de sí mismo y era tan comunicativo, tuteó al viejo durante toda esa conversación, dándole incluso ánimo, con el tuteo, para que el viejo de-senrollara la lengua.
–Sí, estuve muchas veces en Chile. Tengo dos grandes amigos. Viven en Las Condes.
–Yo tengo mi oficina en Las Condes, mirá qué casualidad. ¿A qué se dedican tus amigos? Conozco mucha gente por ahí.
–Son generales. De carabineros.
–¡Ah, qué bien! ¡Generales! –dijo el montañista. Yo ya empezaba a mirar para el costado, a la fila que decía Empresas. Había menos gente. Un jovencito también trajeado y con una escarapela en la solapa revisaba unas boletas. Un cadete, seguro.
–Sí, son dos grandes amigos. Dos caballeros –dijo el viejo–. Si los paran con el auto, ¿vos te creés que sacan la credencial para presentarse como generales? Eso haría un milico de acá. ¡No! Primero escuchan si estuvieron en falta, escuchan con todo respeto y ojo, que los carabineros que los paran también son muy respetuosos. Por favor, señor, si es tan amable, tenga usted la amabilidad, ¿viste? Mucha educación.
–Típico de Chile, claro. Una educación increíble.
–Recién si les están por hacer una boleta o es muy necesario, ahí sí se dan a conocer. Pero no como acá, que todo el mundo saca chapa antes de tiempo.
–Es que este país es el peor del mundo, hermano –le dijo el montañista–. Y que me perdone si hay algún peronista presente, pero el cáncer de este país se llamó Juan Domingo Perón. No sé si estás de acuerdo –dijo, chequeando, aunque era evidente que su “que me perdone” era equivalente a un “me cago en que haya un peronista en esta fila”.
El montañista era, definitivamente, un camorrero. Y yo, que agarro no sólo los guantes que me tiran sino también los que se caen, me empecé a morder la lengua. Y eso que no soy peronista.
–¡Pero sí! –dijo el viejo, creo que sin haber prestado mucha atención a aquello con lo que estaba de acuerdo, incluso más allá de estar de acuerdo, porque estaba perdido en sus evocaciones–. Mis amigos son dos tipos de primera. Qué bien la hemos pasado cada vez que los fui a visitar. Fuimos a Valparaíso un verano.
–Las Condes es el barrio más fashion, diríamos –dijo el montañista, que estaba atrapado a su vez en su propio relato y al que era evidente que el hermoso verano del que amenazaba hablarle el viejo le importaba tres pitos.
–Las Condes. Muy lindo barrio. Fuimos una vez a Reñaca también.
–Yo tengo mi oficina en Las Condes –repitió el montañista–, la abrimos hace poco. Un lujo. En Chile nadie le tiene miedo al lujo, como acá, que hay que pedir disculpas si uno es más capaz que los demás para hacer guita. ¿Vos qué hacés?
–Soy jubilado. Hago trámites –dijo el viejo. Yo pensé que su lugar estaba entonces en la fila de al lado, pero a esa altura no iba a meterme en esa conversación ni aunque bajara Dios en persona a ofrecerme crecer quince centímetros de golpe. Y eso que para mí sería importante.
–Te voy a decir una cosa –le dijo el montañista–. La culpa de cómo nos van las cosas la tenemos todos, todos, todos, todos, todos.
–Todos –sintetizó el viejo.
–Porque no nos ponemos los pantalones largos –agregó el montañista–. Mirá: yo soy sanjuanino, mi familia tiene una calera y estamos trabajando en Chile pero, qué te puedo decir, de maravillas. Vendemos a lo loco. Los chilenos no miran para arriba. Miran todos para abajo. Es un país que tiene mucho que agradecerle a un señor, a un verdadero señor que se llamó Augusto Pinochet.
A esa altura yo quería ser más petisa de lo que soy. Hundirme en la junta de las baldosas de porcelanato, hacerme engrudo, evaporarme, porque me venían unas ganas feroces de ser varón y de decirle vamos afuera, macho, que te cago a trompadas. Pero últimamente, con todo esto del campo, estoy muy irritable. Y no sé si ustedes lo advirtieron, pero salvo la gente muy descarada, la gente muy jodida o la gente muy de mierda, en general, hasta en los taxis, reina un silencio de radio para no herir susceptibilidades ajenas o acaso para evitar irse a las manos. Ese clima de distensión que hemos logrado gracias al voto no positivo de Cobos (y del que hablan sobre todo los radicales y Chiche Duhalde) es una escenografía a la que en cualquier momento se le cae el techo o una puerta. Lo que hay es discreción y hartazgo de estar tan enemistados. Pero queda gente como este montañista, al que me tuve que seguir aguantando. Ya me pasó de levantarme precipitadamente de la mesa de un bar, después de pedirle a un mozo:
–Cobrame pronto porque si esta vieja de la mesa de al lado sigue hablando le parto un sifón en la cabeza.
Vuelvo al banco. Yo estaba haciendo ejercicios de respiración que nunca aprendí en yoga, porque yoga no hice, pero bueno, me imagino cómo serán: uno respira profundo, profundo, con el diafragma, y se concentra en el aire que inspira, y después lo va soltando despacio, tratando de concentrarse sólo en el aire, tratando de no escuchar a un montañista que dice:
–Tenemos a esta yegua gobernando, ¿te das cuenta? ¡Una yegua! ¿Y no hacemos nada? ¿Por qué aguantamos? –parecía estar interpelando a todo ser viviente que lo escuchara en el banco.
–Y... –dijo el viejo, que a pesar de tener amigos carabineros no había ido al banco a buscar roña. Hasta él se empezó a sentir incómodo. Eran varios los que daban vuelta las cabezas, y cada uno parecía calibrar su reacción, porque ninguno lo miraba asintiendo. Es que más allá de lo que decía el montañista, su prepotencia y su inadecuación lo hacían un blanco perfecto de hipotéticos escupitajos, que yo me imaginaba por millones. El pendejo de la cola de al lado, el de la escarapela, me puso cara de “qué pelotudo” y yo le hice cara de “impresionante”.
Por suerte la cola había ido avanzando y le tocó a él. Fue hasta la ventanilla y dijo, fuerte, para que nadie se lo perdiera:
–Quiero retirar diez mil pesos de mi cuenta.
La cajera le dijo algo que no se escuchó. El montañista habló fuerte:
–¿Tanto problema por diez mil pesos? ¿Qué son diez mil pesos? Qué país de mierda.
La cajera acercó la boca a la ventanilla y dijo, también en tono alto:
–Tiene que esperar veinte minutos. Si no va a hacer el trámite déjele el turno al que sigue.
–Bueno, nena, dale. En este país...
–Lo de nena se lo guarda. Ponga el pin –le dijo ella.
El montañista puso el pin y lo mandaron a sentarse y a esperar veinte minutos. Me tocó a mí. Hice mi trámite. Salí de ahí y me fui a terapia. Cuando llegué le dije a mi analista:
–Yo no sé qué me pasa. Ando con ganas de patear montañistas con la calle.
Mi analista se acomodó en su sillón y preguntó:
–¿En qué sentido?
Sandra Russo
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–¿Las tres colas son iguales? ¿Por qué en ésta no hay nadie?
El hombre alto con campera de montañista se dio vuelta y le dijo:
–Esa es para los giles que pagan quince pesos más por mes para que los atiendan más rápido.
–No me digas –le dijo el viejo trajeado, ubicándose en mi fila. Quedé hecha un sandwich entre ambos, lo cual no habría sido grave si los dos se hubiesen quedado callados como corresponde en una cola de banco, caray, que uno va al banco a hacer un trámite que siempre prefiere obviar, y en todo caso cualquier persona normal comenta o bien que el clima de Buenos Aires está tremendo, o bien que es una vergüenza que haya tan pocos cajeros en todos los bancos. ¿O hay acaso alguien en este mundo que se sienta a sus anchas en una cola de banco? Yo pensaba que no, pero me equivocaba. El montañista era un hombre que se sentía a sus anchas en todas partes, se diría que el mundo era suyo por la seguridad con la que hablaba, y también por el tono de voz elevado que hacía que todos escucháramos lo que decía. Sobre todo yo, que estaba hecha un jamón entre el montañista y el viejo trajeado. El montañista era una de esas personas que no pueden controlar su incontinencia verbal y cerebral. Y su flujo mental era tremendo.
–En Chile esto no pasa –le dijo el montañista al viejo trajeado. Era tan alto y yo soy tan petisa que el tipo ni siquiera tenía que hacer un mínimo gesto para mirar al viejo. Sencillamente, me salteaba.
–¿En Chile? ¡No! ¡Qué va a pasar! –dijo el viejo.
–¿Conocés Chile? –le preguntó el montañista, que debía tener unos treinta años menos que el viejo, pero que como se sentía tan seguro de sí mismo y era tan comunicativo, tuteó al viejo durante toda esa conversación, dándole incluso ánimo, con el tuteo, para que el viejo de-senrollara la lengua.
–Sí, estuve muchas veces en Chile. Tengo dos grandes amigos. Viven en Las Condes.
–Yo tengo mi oficina en Las Condes, mirá qué casualidad. ¿A qué se dedican tus amigos? Conozco mucha gente por ahí.
–Son generales. De carabineros.
–¡Ah, qué bien! ¡Generales! –dijo el montañista. Yo ya empezaba a mirar para el costado, a la fila que decía Empresas. Había menos gente. Un jovencito también trajeado y con una escarapela en la solapa revisaba unas boletas. Un cadete, seguro.
–Sí, son dos grandes amigos. Dos caballeros –dijo el viejo–. Si los paran con el auto, ¿vos te creés que sacan la credencial para presentarse como generales? Eso haría un milico de acá. ¡No! Primero escuchan si estuvieron en falta, escuchan con todo respeto y ojo, que los carabineros que los paran también son muy respetuosos. Por favor, señor, si es tan amable, tenga usted la amabilidad, ¿viste? Mucha educación.
–Típico de Chile, claro. Una educación increíble.
–Recién si les están por hacer una boleta o es muy necesario, ahí sí se dan a conocer. Pero no como acá, que todo el mundo saca chapa antes de tiempo.
–Es que este país es el peor del mundo, hermano –le dijo el montañista–. Y que me perdone si hay algún peronista presente, pero el cáncer de este país se llamó Juan Domingo Perón. No sé si estás de acuerdo –dijo, chequeando, aunque era evidente que su “que me perdone” era equivalente a un “me cago en que haya un peronista en esta fila”.
El montañista era, definitivamente, un camorrero. Y yo, que agarro no sólo los guantes que me tiran sino también los que se caen, me empecé a morder la lengua. Y eso que no soy peronista.
–¡Pero sí! –dijo el viejo, creo que sin haber prestado mucha atención a aquello con lo que estaba de acuerdo, incluso más allá de estar de acuerdo, porque estaba perdido en sus evocaciones–. Mis amigos son dos tipos de primera. Qué bien la hemos pasado cada vez que los fui a visitar. Fuimos a Valparaíso un verano.
–Las Condes es el barrio más fashion, diríamos –dijo el montañista, que estaba atrapado a su vez en su propio relato y al que era evidente que el hermoso verano del que amenazaba hablarle el viejo le importaba tres pitos.
–Las Condes. Muy lindo barrio. Fuimos una vez a Reñaca también.
–Yo tengo mi oficina en Las Condes –repitió el montañista–, la abrimos hace poco. Un lujo. En Chile nadie le tiene miedo al lujo, como acá, que hay que pedir disculpas si uno es más capaz que los demás para hacer guita. ¿Vos qué hacés?
–Soy jubilado. Hago trámites –dijo el viejo. Yo pensé que su lugar estaba entonces en la fila de al lado, pero a esa altura no iba a meterme en esa conversación ni aunque bajara Dios en persona a ofrecerme crecer quince centímetros de golpe. Y eso que para mí sería importante.
–Te voy a decir una cosa –le dijo el montañista–. La culpa de cómo nos van las cosas la tenemos todos, todos, todos, todos, todos.
–Todos –sintetizó el viejo.
–Porque no nos ponemos los pantalones largos –agregó el montañista–. Mirá: yo soy sanjuanino, mi familia tiene una calera y estamos trabajando en Chile pero, qué te puedo decir, de maravillas. Vendemos a lo loco. Los chilenos no miran para arriba. Miran todos para abajo. Es un país que tiene mucho que agradecerle a un señor, a un verdadero señor que se llamó Augusto Pinochet.
A esa altura yo quería ser más petisa de lo que soy. Hundirme en la junta de las baldosas de porcelanato, hacerme engrudo, evaporarme, porque me venían unas ganas feroces de ser varón y de decirle vamos afuera, macho, que te cago a trompadas. Pero últimamente, con todo esto del campo, estoy muy irritable. Y no sé si ustedes lo advirtieron, pero salvo la gente muy descarada, la gente muy jodida o la gente muy de mierda, en general, hasta en los taxis, reina un silencio de radio para no herir susceptibilidades ajenas o acaso para evitar irse a las manos. Ese clima de distensión que hemos logrado gracias al voto no positivo de Cobos (y del que hablan sobre todo los radicales y Chiche Duhalde) es una escenografía a la que en cualquier momento se le cae el techo o una puerta. Lo que hay es discreción y hartazgo de estar tan enemistados. Pero queda gente como este montañista, al que me tuve que seguir aguantando. Ya me pasó de levantarme precipitadamente de la mesa de un bar, después de pedirle a un mozo:
–Cobrame pronto porque si esta vieja de la mesa de al lado sigue hablando le parto un sifón en la cabeza.
Vuelvo al banco. Yo estaba haciendo ejercicios de respiración que nunca aprendí en yoga, porque yoga no hice, pero bueno, me imagino cómo serán: uno respira profundo, profundo, con el diafragma, y se concentra en el aire que inspira, y después lo va soltando despacio, tratando de concentrarse sólo en el aire, tratando de no escuchar a un montañista que dice:
–Tenemos a esta yegua gobernando, ¿te das cuenta? ¡Una yegua! ¿Y no hacemos nada? ¿Por qué aguantamos? –parecía estar interpelando a todo ser viviente que lo escuchara en el banco.
–Y... –dijo el viejo, que a pesar de tener amigos carabineros no había ido al banco a buscar roña. Hasta él se empezó a sentir incómodo. Eran varios los que daban vuelta las cabezas, y cada uno parecía calibrar su reacción, porque ninguno lo miraba asintiendo. Es que más allá de lo que decía el montañista, su prepotencia y su inadecuación lo hacían un blanco perfecto de hipotéticos escupitajos, que yo me imaginaba por millones. El pendejo de la cola de al lado, el de la escarapela, me puso cara de “qué pelotudo” y yo le hice cara de “impresionante”.
Por suerte la cola había ido avanzando y le tocó a él. Fue hasta la ventanilla y dijo, fuerte, para que nadie se lo perdiera:
–Quiero retirar diez mil pesos de mi cuenta.
La cajera le dijo algo que no se escuchó. El montañista habló fuerte:
–¿Tanto problema por diez mil pesos? ¿Qué son diez mil pesos? Qué país de mierda.
La cajera acercó la boca a la ventanilla y dijo, también en tono alto:
–Tiene que esperar veinte minutos. Si no va a hacer el trámite déjele el turno al que sigue.
–Bueno, nena, dale. En este país...
–Lo de nena se lo guarda. Ponga el pin –le dijo ella.
El montañista puso el pin y lo mandaron a sentarse y a esperar veinte minutos. Me tocó a mí. Hice mi trámite. Salí de ahí y me fui a terapia. Cuando llegué le dije a mi analista:
–Yo no sé qué me pasa. Ando con ganas de patear montañistas con la calle.
Mi analista se acomodó en su sillón y preguntó:
–¿En qué sentido?
Sandra Russo
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No pasarán
Para la Iglesia Católica, las mujeres tenemos dos opciones. Ser vírgenes o pecaminosas. Desde el principio ha sido así y parece imposible modificar el estereotipo. Se pueden elegir entonces dos modelitos básicos: castidad, pureza y mutismo a la manera de la Virgen María, o desobediencia y provocación de Eva con manzana en la boca y diablo entre las piernas, al tono.
Si arrancamos tirando el paraíso por la borda, muy difícilmente seamos aceptadas para dirigir un rebaño. Ni siquiera postularíamos para oveja. Y si aceptamos la castidad, menos. Hay que permanecer en silencio. Así que pura o depravada es igual, las limitaciones son claras: se niega absolutamente la participación activa de las mujeres en las élites de poder eclesiástico. Y fundamentalmente, se prohíbe abrir la boca. Sin voz propia, la interpretación de la palabra divina es un imposible.
El Nuevo Testamento nos alecciona así:
“...pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación. ¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios, o sólo a vosotros ha llegado? Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor. Mas el que ignora, ignore” (1ª Cor. 14:33-40).
“La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1ª Timoteo 2:11-12).
Pero tranquilas, no solamente nos cierran las puertas del Vaticano. La Iglesia Anglicana enfrenta en este momento una amenaza de ruptura, encabezada por 500 sacerdotes, que abandonarían la comunidad si prospera la propuesta de ordenar mujeres obispos en el sínodo general previsto para este mes de julio. Unas 15 provincias episcopales votaron a favor del nombramiento de mujeres obispos incluyendo Australia, Brasil, Canadá, América Central, México, Filipinas, Sudáfrica y Estados Unidos, pero el ala conservadora provocaría un cisma antes que aceptar semejante posibilidad.
LA HISTORIA DE JUANA
Las versiones acerca de la existencia de la papisa la sitúan a mediados del 800 después de Cristo y fueron publicadas en el siglo XIII por varios historiadores de la época. Su existencia fue aceptada por la Iglesia Católica hasta el siglo XVI, momento en el que decidieron negar el asunto. A partir de entonces llegaron a decir que la fantasía habría surgido como una burla al papa Juan VIII, de mano blanda y carácter ambiguo, al que sus detractores llamaban Papisa Juana. El papa Juan VIII murió en 882, en circunstancias extrañas. Algunos apuntan que fue envenenado y que tardaba tanto en morir que fue rematado a martillazos. Otros aseguran que la mujer era Benedicto III. Sin embargo, en varias representaciones medievales de la papisa Juana, aparece con el nombre de Juan VII. Su imagen se encuentra en multitud de grabados y tablas medievales, o en crónicas de la época, como “Crónica Universal de Metz”, escrita alrededor de 1250 y en ediciones subsecuentes de la “Mirabilia Urbis Romae” del siglo XII.
Juana, Agnes, Gilberta o Margarita, era hija de un clérigo y desde muy chica fue instruida por su padre en las artes liberales: gramática, dialéctica, retórica, aritmética, geometría, astronomía y música, además de estudiar latín y otras lenguas modernas.
Como Juana deseaba continuar sus estudios fuera de la casa paterna, la única opción posible era la carrera eclesiástica, absolutamente vedada para las mujeres. Por lo que decidió modificar su aspecto con un hábito de fraile y adoptar un nombre masculino. Como Johannes Anglicus –Juan el Inglés– consiguió un trabajo de copista. Más tarde, viajó por distintos monasterios de Europa y se relacionó con las figuras más influyentes del momento, sorprendiendo a todos con su carisma y erudición. Después de codearse con la emperatriz Teodora de Constantinopla, pasó por la corte alemana y llegó por fin a Roma.
Según algunos cronistas, en Roma fue admitida como profesor de la Schola Graecorum, antiguo colegio de diáconos, donde enseñó y obtuvo el título de Príncipe de los sabios. Gracias a sus brillantes disertaciones, la nobleza, los cardenales y los sacerdotes admiradores de su palabra la postularon como sucesora de León IV, del que había sido secretario de asuntos internacionales. Fue consagrada en San Pedro en el año 855 por unanimidad.
Los problemas para Juana habrían comenzado en el segundo año de su papado.
VISITA INOPORTUNA
Nadie había notado sus facciones femeninas, ni su inmaculada palidez, lo único destacable era su tamaño. El Papa crecía como el Nilo. Pero es sabido que los altos cargos provocan ensanchamiento de estómago y apetito sin freno. Sin embargo, Juana no había engordado. Estaba embarazada, uno de sus asistentes era el padre de la criatura y la criatura no tuvo mejor idea que nacer en una procesión de rogaciones desde San Pedro a Letrán, en el camino que va del Coliseo a San Clemente.
Imagine usted al cortejo solemne interrumpido por la caída intempestiva del líquido amniótico, los dolores de parto y los berridos del recién llegado. El espanto se dibujó en las sotanas, las palabras sacrilegio y demonio llenaron las bocas beatas y aquello pasó de procesión a vía crucis, en menos que canta un gallo. Las versiones hablan de turbas enfurecidas, piedras, caballos desbocados con la papisa a la rastra, muerte instantánea, prisión, convento y otras formas de castigo non sanctas. Según Martín de Troppau, quien fuera capellán penitenciario en Roma hasta 1278, tras el parto Juana fue destituida e hizo penitencia hasta el último de sus días. Su hijo sobrevivió y llegó a ser obispo de Ostia, donde fue enterrada la rebelde.
Otros aseguran que en el lugar del nacimiento fue enterrada junto a su hijo, oportunamente ahogado por los sacerdotes, y que sobre su tumba erigieron más tarde una capillita con estatua de mármol alusiva, donde aparecía la papisa con hábitos sacerdotales y bebé en brazos. Benedicto III habría ordenado destruir la construcción, aunque las ruinas se conservaron hasta el siglo XV.
El caso es que a partir de entonces las procesiones papales esquivaban el camino donde se había producido el hecho. Tal vez para evitar nuevos alumbramientos o quizá para negar el insólito suceso.
DEL VATICANO AL TAROT
La figura de Juana era conversación recurrente a la salida de la iglesia medieval. Su existencia no era puesta en duda, aunque se multiplicaran principios y finales para ella o su descendencia. Si bien la historia está llena de interrogantes, no es fácil desmentir la existencia de la papisa. Una cantidad nada despreciable de documentos –alrededor de 500– dan cuenta de su papado. Autores como Petrarca o Boccaccio la mencionan en sus escritos, documentos del siglo XV hablan de la estatua de “La mujer papa con su hijo en brazos”.
El monje benedictino Marianus Scotus (1028-86), en algunos de sus manuscritos de su Historiographia escribe sobre lo acontecido en el año 854: “El Papa León murió en las Calendas de agosto. Fue reemplazado por Juana, una mujer, que reinó por dos años, cinco meses, y cuatro días”.
Gotfrid de Viterbo, secretario de la Corte Imperial, en su obra el Pantheon, de 1185, señala que “después del papa León IV, Juana, el papa femenino, reinó durante dos años”.
A partir de la reforma católica en el XVI, la Iglesia comienza a negar progresivamente a Juana, mientras los protestantes aseguran su existencia. Algunos autores han llegado a decir que fue un invento luterano para desprestigiar a la Iglesia romana. También se comentaba que estando camino a San Pedro, Lutero se encontró frente a una estatua ubicada en una de las vías, en la que aparecía una mujer con el cetro y la mitra papal, sosteniendo a un niño. “Estoy sorprendido –habría declarado– de cómo los papas permiten que la estatua permanezca allí.” Cuarenta años más tarde, la estatua había desaparecido.
Hay quien afirma que la aventura femenina fue la causante de esa fea costumbre vigente hasta el siglo XVI de palpar las partes pudendas de los aspirantes a papa antes de ser consagrados. Sin embargo, otros sostienen que la silla en cuestión era para desalentar a eunucos. En una ceremonia conocida como de “inspección”, el candidato a Papa ocupaba la Sella Stercoraria y un diácono sopesaba genitales, verificaba que estaba todo en su lugar y declaraba por fin: “Habet!”, mientras la concurrencia daba gracias al Señor.
En fin, algunos negaban y otros afirmaban su existencia, pero el acervo popular la inmortalizó en forma de naipe. Efectivamente, el tarot de Marsella, nacido en la Edad Media, concedió a la Papesse la carta número dos de los Arcanos mayores. El naipe que representa la sabiduría femenina. Aunque años más tarde su figura fuera rebautizada, oportunamente, como la Sacerdotisa.
ESCLARECIMIENTO PAPAL
Por si alguna despistada no hubiera comprendido que las mujeres están excluidas de las jerarquías de gobierno y de las estructuras del poder católico, y frente a reclamos femeninos de igualdad en los estamentos religiosos, Juan Pablo II emitió el siguiente comunicado, antes de abandonarnos:
“...con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”.
Carta Apostólica. Ordinatio sacerdotalis del papa Juan Pablo II, sobre la ordenación sacerdotal reservada sólo a los hombres.
No sorprende que frente a este panorama se niegue la existencia de Juana. Tal vez fue sólo una violenta alegoría para demostrar lo que podía esperar una mujer si se atrevía a ocupar el sillón de San Pedro.
Lo que sí sorprende es cómo han resistido hasta nuestros días algunas estructuras tan explícitamente misóginas.
Fernanda García Lao
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Si arrancamos tirando el paraíso por la borda, muy difícilmente seamos aceptadas para dirigir un rebaño. Ni siquiera postularíamos para oveja. Y si aceptamos la castidad, menos. Hay que permanecer en silencio. Así que pura o depravada es igual, las limitaciones son claras: se niega absolutamente la participación activa de las mujeres en las élites de poder eclesiástico. Y fundamentalmente, se prohíbe abrir la boca. Sin voz propia, la interpretación de la palabra divina es un imposible.
El Nuevo Testamento nos alecciona así:
“...pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación. ¿Acaso ha salido de vosotros la palabra de Dios, o sólo a vosotros ha llegado? Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor. Mas el que ignora, ignore” (1ª Cor. 14:33-40).
“La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1ª Timoteo 2:11-12).
Pero tranquilas, no solamente nos cierran las puertas del Vaticano. La Iglesia Anglicana enfrenta en este momento una amenaza de ruptura, encabezada por 500 sacerdotes, que abandonarían la comunidad si prospera la propuesta de ordenar mujeres obispos en el sínodo general previsto para este mes de julio. Unas 15 provincias episcopales votaron a favor del nombramiento de mujeres obispos incluyendo Australia, Brasil, Canadá, América Central, México, Filipinas, Sudáfrica y Estados Unidos, pero el ala conservadora provocaría un cisma antes que aceptar semejante posibilidad.
LA HISTORIA DE JUANA
Las versiones acerca de la existencia de la papisa la sitúan a mediados del 800 después de Cristo y fueron publicadas en el siglo XIII por varios historiadores de la época. Su existencia fue aceptada por la Iglesia Católica hasta el siglo XVI, momento en el que decidieron negar el asunto. A partir de entonces llegaron a decir que la fantasía habría surgido como una burla al papa Juan VIII, de mano blanda y carácter ambiguo, al que sus detractores llamaban Papisa Juana. El papa Juan VIII murió en 882, en circunstancias extrañas. Algunos apuntan que fue envenenado y que tardaba tanto en morir que fue rematado a martillazos. Otros aseguran que la mujer era Benedicto III. Sin embargo, en varias representaciones medievales de la papisa Juana, aparece con el nombre de Juan VII. Su imagen se encuentra en multitud de grabados y tablas medievales, o en crónicas de la época, como “Crónica Universal de Metz”, escrita alrededor de 1250 y en ediciones subsecuentes de la “Mirabilia Urbis Romae” del siglo XII.
Juana, Agnes, Gilberta o Margarita, era hija de un clérigo y desde muy chica fue instruida por su padre en las artes liberales: gramática, dialéctica, retórica, aritmética, geometría, astronomía y música, además de estudiar latín y otras lenguas modernas.
Como Juana deseaba continuar sus estudios fuera de la casa paterna, la única opción posible era la carrera eclesiástica, absolutamente vedada para las mujeres. Por lo que decidió modificar su aspecto con un hábito de fraile y adoptar un nombre masculino. Como Johannes Anglicus –Juan el Inglés– consiguió un trabajo de copista. Más tarde, viajó por distintos monasterios de Europa y se relacionó con las figuras más influyentes del momento, sorprendiendo a todos con su carisma y erudición. Después de codearse con la emperatriz Teodora de Constantinopla, pasó por la corte alemana y llegó por fin a Roma.
Según algunos cronistas, en Roma fue admitida como profesor de la Schola Graecorum, antiguo colegio de diáconos, donde enseñó y obtuvo el título de Príncipe de los sabios. Gracias a sus brillantes disertaciones, la nobleza, los cardenales y los sacerdotes admiradores de su palabra la postularon como sucesora de León IV, del que había sido secretario de asuntos internacionales. Fue consagrada en San Pedro en el año 855 por unanimidad.
Los problemas para Juana habrían comenzado en el segundo año de su papado.
VISITA INOPORTUNA
Nadie había notado sus facciones femeninas, ni su inmaculada palidez, lo único destacable era su tamaño. El Papa crecía como el Nilo. Pero es sabido que los altos cargos provocan ensanchamiento de estómago y apetito sin freno. Sin embargo, Juana no había engordado. Estaba embarazada, uno de sus asistentes era el padre de la criatura y la criatura no tuvo mejor idea que nacer en una procesión de rogaciones desde San Pedro a Letrán, en el camino que va del Coliseo a San Clemente.
Imagine usted al cortejo solemne interrumpido por la caída intempestiva del líquido amniótico, los dolores de parto y los berridos del recién llegado. El espanto se dibujó en las sotanas, las palabras sacrilegio y demonio llenaron las bocas beatas y aquello pasó de procesión a vía crucis, en menos que canta un gallo. Las versiones hablan de turbas enfurecidas, piedras, caballos desbocados con la papisa a la rastra, muerte instantánea, prisión, convento y otras formas de castigo non sanctas. Según Martín de Troppau, quien fuera capellán penitenciario en Roma hasta 1278, tras el parto Juana fue destituida e hizo penitencia hasta el último de sus días. Su hijo sobrevivió y llegó a ser obispo de Ostia, donde fue enterrada la rebelde.
Otros aseguran que en el lugar del nacimiento fue enterrada junto a su hijo, oportunamente ahogado por los sacerdotes, y que sobre su tumba erigieron más tarde una capillita con estatua de mármol alusiva, donde aparecía la papisa con hábitos sacerdotales y bebé en brazos. Benedicto III habría ordenado destruir la construcción, aunque las ruinas se conservaron hasta el siglo XV.
El caso es que a partir de entonces las procesiones papales esquivaban el camino donde se había producido el hecho. Tal vez para evitar nuevos alumbramientos o quizá para negar el insólito suceso.
DEL VATICANO AL TAROT
La figura de Juana era conversación recurrente a la salida de la iglesia medieval. Su existencia no era puesta en duda, aunque se multiplicaran principios y finales para ella o su descendencia. Si bien la historia está llena de interrogantes, no es fácil desmentir la existencia de la papisa. Una cantidad nada despreciable de documentos –alrededor de 500– dan cuenta de su papado. Autores como Petrarca o Boccaccio la mencionan en sus escritos, documentos del siglo XV hablan de la estatua de “La mujer papa con su hijo en brazos”.
El monje benedictino Marianus Scotus (1028-86), en algunos de sus manuscritos de su Historiographia escribe sobre lo acontecido en el año 854: “El Papa León murió en las Calendas de agosto. Fue reemplazado por Juana, una mujer, que reinó por dos años, cinco meses, y cuatro días”.
Gotfrid de Viterbo, secretario de la Corte Imperial, en su obra el Pantheon, de 1185, señala que “después del papa León IV, Juana, el papa femenino, reinó durante dos años”.
A partir de la reforma católica en el XVI, la Iglesia comienza a negar progresivamente a Juana, mientras los protestantes aseguran su existencia. Algunos autores han llegado a decir que fue un invento luterano para desprestigiar a la Iglesia romana. También se comentaba que estando camino a San Pedro, Lutero se encontró frente a una estatua ubicada en una de las vías, en la que aparecía una mujer con el cetro y la mitra papal, sosteniendo a un niño. “Estoy sorprendido –habría declarado– de cómo los papas permiten que la estatua permanezca allí.” Cuarenta años más tarde, la estatua había desaparecido.
Hay quien afirma que la aventura femenina fue la causante de esa fea costumbre vigente hasta el siglo XVI de palpar las partes pudendas de los aspirantes a papa antes de ser consagrados. Sin embargo, otros sostienen que la silla en cuestión era para desalentar a eunucos. En una ceremonia conocida como de “inspección”, el candidato a Papa ocupaba la Sella Stercoraria y un diácono sopesaba genitales, verificaba que estaba todo en su lugar y declaraba por fin: “Habet!”, mientras la concurrencia daba gracias al Señor.
En fin, algunos negaban y otros afirmaban su existencia, pero el acervo popular la inmortalizó en forma de naipe. Efectivamente, el tarot de Marsella, nacido en la Edad Media, concedió a la Papesse la carta número dos de los Arcanos mayores. El naipe que representa la sabiduría femenina. Aunque años más tarde su figura fuera rebautizada, oportunamente, como la Sacerdotisa.
ESCLARECIMIENTO PAPAL
Por si alguna despistada no hubiera comprendido que las mujeres están excluidas de las jerarquías de gobierno y de las estructuras del poder católico, y frente a reclamos femeninos de igualdad en los estamentos religiosos, Juan Pablo II emitió el siguiente comunicado, antes de abandonarnos:
“...con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia”.
Carta Apostólica. Ordinatio sacerdotalis del papa Juan Pablo II, sobre la ordenación sacerdotal reservada sólo a los hombres.
No sorprende que frente a este panorama se niegue la existencia de Juana. Tal vez fue sólo una violenta alegoría para demostrar lo que podía esperar una mujer si se atrevía a ocupar el sillón de San Pedro.
Lo que sí sorprende es cómo han resistido hasta nuestros días algunas estructuras tan explícitamente misóginas.
Fernanda García Lao
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Hollywood y el viejo truco del 3-D
Semanas atrás, con el lanzamiento de cerca de dos mil copias de Viaje al centro de la Tierra, quedó oficialmente inaugurada, en Estados Unidos, la nueva era del cine tridimensional. En Argentina, como por el momento una sola sala cuenta con el equipamiento necesario, cuando la película se estrene aquí habrá que conformarse con verla plana. Ante la pérdida de espectadores, Hollywood echa mano del cine en tres dimensiones, la misma arma secreta a la que recurrió medio siglo atrás, cuando la televisión lo puso en aprietos. Lo hace apostando cientos de millones de dólares y lanzando gran cantidad de producciones clase-A, mientras los gurúes del formato anuncian lisa y llanamente que el 3-D va a cambiar para siempre el modo de ver el cine. En una palabra, Hollywood vuelve a calzarse los anteojitos, mientras que por aquí (y por ahora) habrá que seguir yendo al cine a ojo desnudo.
En los años ’50, cuando la tele empezó a retener al público en sus livings, para volver a sacarlo de casa la industria del cine apeló a un variado arsenal tecnológico: el CinemaScope, el Technicolor, el Cinerama. Y el cine estereoscópico o tridimensional, que la jerga de la industria abrevia como 3-D. Ahora, con el DVD y los home theaters torciéndole el brazo, la Meca del Cine vuelve a echar mano del viejo y querido 3-D. Con una diferencia: esta vez viene en versión digital. Lo cual, según aseguran sus defensores, representa un gigantesco salto cualitativo con respecto a lo conocido. En 2003 lo había intentado Robert Rodríguez, con Spy Kids 3-D, pero técnicamente los resultados no fueron del todo buenos. Al año siguiente la cosa mejoró, cuando Robert Zemeckis lanzó copias estereoscópicas de El expreso polar.
De allí en más, Chicken Little, Superman vuelve, Monster House, La familia Robinson y Beowulf tuvieron sus versiones tridimensionales. Lo decisivo fue que esas copias recaudaron tres o cuatro veces más que las “planas”, estrenadas en las mismas salas. Ahí sí, a tridimensionalizarse todo el mundo.
Tridimensionalizándonos
A tridimensionalizarse todo el mundo, pero Argentina no tanto. De todas las películas nombradas en el apartado anterior, sólo El expreso polar y Beowulf se estrenaron aquí en tres dimensiones, con una sola copia y en una sola sala. Es que para poder proyectar películas en este formato es necesario instalar previamente un sistema ad hoc, cuyo costo oscila entre los 20.000 y 30.000 dólares. Eso, al norte del río Grande. Acá habría que hablar de más o menos el doble de esa cifra, siempre y cuando se cuente previamente con la instalación para proyectar en digital. Algo que recién ahora, empujados por la fiebre del 3-D, los representantes locales de las grandes cadenas están empezando a considerar. Si sirve de consuelo, habrá que señalar que incluso en economías infinitamente más florecientes, como las de los principales países europeos y asiáticos, el monto requerido hace que la invasión tridimensional tenga lugar a paso lento.
Hasta el momento una sola sala porteña, ubicada en los límites del perímetro urbano, cuenta con un sistema de proyección tridimensional, aunque no digital. Se trata de la sala IMAx, emplazada en el Showcase Norcenter de Pa-namericana y Debenedetti. Allí suelen estrenarse, en 3-D, tanto los típicos “documentales IMAx” como algunas, contadas, películas de ficción. Desde marzo y hasta hace pocas semanas estuvo en cartel U23D, documental en tres dimensiones que registra la gira The Vertigo Tour de U2. La sala IMAx fue, por otra parte, la única de la Argentina donde El expreso polar, Open Season: Amigos salvajes y Beowulf se estrenaron en ese formato. Además de otras como Superman vuelve y la última Harry Po-tter, que contenían algunas secuencias tridimensionales.
¿Cuáles son las perspectivas en el resto de las salas porteñas? Teniendo en cuenta que tanto en términos locales como internacionales el negocio del cine viene perdiendo alrededor de un 10 por ciento del total de espectadores año tras año, se entiende que la proyección estereoscópica avance hacia aquí a paso de mamut cansado. En principio, ya se sabe que Viaje al centro de la Tierra se verá sólo en versión bidimensional. Y es difícil que la nueva era de proyecciones tridimensionales en Argentina se inaugure con Bolt, la nueva de Disney, cuyo estreno se anuncia para enero del año próximo. De allí en más, se supone que en algún momento desembarcarán los nuevos proyectores, en salas de las grandes cadenas.
Mientras tanto, en Hollywood, varios cineastas de cabecera filman sus nuevas películas en 3-D, y sellos enteros como Disney, Pixar y Dreamworks ya anunciaron que de aquí en más pasarán toda su producción al formato tridimensional.
Los nombres del asunto
Viaje al centro de la Tierra es la película fundacional de esta nueva era, por la sencilla razón de que es la primera que se filma en 3-D (todas las anteriores, de El expreso polar en adelante, fueron rodadas en dos dimensiones, y proyectadas en tres). Según los corrillos de la industria, la siguiente fecha decisiva para el formato será diciembre de 2009. En esa fecha se estrenará Avatar, la épica de ciencia ficción que, con un costo estimado en 200 millones de dólares, marcará el regreso al cine de James Cameron, tras una larga década sabática. Al igual que Viaje al centro de la Tierra (y también a diferencia de las anteriores, lanzadas en ambos formatos) se estrenará sólo en versión 3-D.
En algún momento del año próximo debería estar lista otra de las puntas de lanza del nuevo sistema. Se trata de la primera parte de Tintín, trilogía live action basada en el célebre comic de Hergé, coproducida por Steven Spielberg y Peter Jackson y dirigida por el primero. Tridimensionales serán también, además de Bolt, todos los tanques de animación programados para 2010: Toy Story 3, Shrek Goes Fourth y la tercera parte de La era del hielo. Henry Selick, realizador de El extraño mundo de Jack, se encuentra filmando el largo animado Coraline, que reúne dos proezas técnicas: el 3-D y la stop motion.
A la vez, desde que en el otoño boreal de 2006 la versión 3-D de El extraño mundo de Jack logró una recaudación que hizo sonreír a los ejecutivos de Disney-Buena Vista, cada vez son más las películas que se reciclan en versión estereoscópica. Además de Toy Story, dos grandes sagas esperan turno para su relanzamiento tridimensional: La guerra de las galaxias, completa, y la trilogía El señor de los anillos.
3-D Tercer Milenio
¿Qué pasa con los célebres anteojitos de cartón y plástico flexible, que nunca calzaban del todo bien? Fueron reemplazados por coquetos lentes de diseño, de cristales polarizados, que se entregan a la entrada y hay que devolver a la salida. Hablando de entradas, el costo del ticket para asistir a una proyección en 3-D llega a duplicar el de uno standard, ascendiendo hasta los 15 dólares per capita: otra de las razones para que en Argentina no cunda el furor tridimensionalista. Si ya el espectador lo piensa dos veces antes de pagar una entrada de 20 pesos, ¿cuánta gente vería con simpatía pagar 40? Claro que, a diferencia de las películas bidimensionales, lo que no existe es la posibilidad de ahorrarse la mitad o más, recurriendo a una copia trucha en DVD. Por el momento, al menos.
Una de las desventajas del sistema era, hasta ahora, la complicación técnica que entrañaba, ya que para producir el efecto tridimensional es necesario filmar cada plano con dos cámaras. Según dicen sus propagandistas, al haberse aligerado el peso de las cámaras eso ya no representa un obstáculo. Siempre adelantado en términos tecnológicos, James Cameron filmó Avatar con una cámara doble que él mismo inventó hace años. Le puso el nombre de Fusion System y la probó en un par de documentales submarinos. Otra contra del viejo sistema era que las imágenes no siempre se mantenían estables, produciéndose distorsiones, fantasmas y virajes de color. Eso fue lo que mató al formato, a mediados de los ’50. “La gente empezó a sufrir mareos y dolores de cabeza, y los grandes estudios suspendieron la producción”, recordaba el realizador Jack Arnold, que filmó dos películas en 3-D: la célebre El monstruo de la laguna negra y su secuela, El regreso del monstruo. Según las referencias, la nueva tecnología digital hace que toda esta sintomatología pase a mejor vida.
¿Un futuro en anteojitos?
Jeffrey Katzenberg, dueño de la poderosa Dreamworks y ex socio de Spielberg, es el máximo profeta del formato. Además de anunciar que de aquí en más no habrá producción animada de Dreamworks que no se lance en versión tridimensional, proclama a los cuatro vientos que “el 3-D digital permite generar en el espectador una sensación de inmersión, redefiniendo el sentido de la experiencia cinematográfica”. Totalmente convencido de que se trata de la máxima innovación de la tecnología cinematográfica desde la invención del color, Katzenberg anuncia que “en un futuro, estas innovaciones van a ser aplicadas en otros medios, como la televisión y las pantallas de computación”.
Otro que se calzó los anteojos a fondo es Jon Landau, productor de Avatar. “La pantalla cinematográfica siempre representó una barrera para los espectadores”, sostiene. “La tridimensión de calidad está en condiciones de derribar esa barrera, permitiendo atravesar la pantalla y toparse con un mundo detrás de ella”, afirma Landau, con la convicción de quien está a punto de hacer realidad Alicia a través del espejo. Pero igual mantiene la suficiente calma como para no dejarse arrastrar por el furor estereoscópico. “Filmamos Avatar en este formato porque hay algo que la sostiene, y es la increíble historia que concibió James Cameron. No lo hicimos porque quisiéramos filmar a toda costa una película en 3-D. Como toda tecnología, la tridimensión debe estar al servicio de la historia que se cuenta, y no al revés.”
En una palabra, el chiche puede servir para generar curiosidad y llevar gente a los cines. Pero si lo único que encuentran en la sala son un par de lentes y un montón de objetos que parecen salirse de la pantalla y venírseles encima, tarde o temprano esos espectadores volverán a casa, a ver esas viejas y buenas películas planas que se consiguen en DVD. Mientras tanto, Argentina espera.
Horacio Bernades
© 2000-2008 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Todos los Derechos Reservados
En los años ’50, cuando la tele empezó a retener al público en sus livings, para volver a sacarlo de casa la industria del cine apeló a un variado arsenal tecnológico: el CinemaScope, el Technicolor, el Cinerama. Y el cine estereoscópico o tridimensional, que la jerga de la industria abrevia como 3-D. Ahora, con el DVD y los home theaters torciéndole el brazo, la Meca del Cine vuelve a echar mano del viejo y querido 3-D. Con una diferencia: esta vez viene en versión digital. Lo cual, según aseguran sus defensores, representa un gigantesco salto cualitativo con respecto a lo conocido. En 2003 lo había intentado Robert Rodríguez, con Spy Kids 3-D, pero técnicamente los resultados no fueron del todo buenos. Al año siguiente la cosa mejoró, cuando Robert Zemeckis lanzó copias estereoscópicas de El expreso polar.
De allí en más, Chicken Little, Superman vuelve, Monster House, La familia Robinson y Beowulf tuvieron sus versiones tridimensionales. Lo decisivo fue que esas copias recaudaron tres o cuatro veces más que las “planas”, estrenadas en las mismas salas. Ahí sí, a tridimensionalizarse todo el mundo.
Tridimensionalizándonos
A tridimensionalizarse todo el mundo, pero Argentina no tanto. De todas las películas nombradas en el apartado anterior, sólo El expreso polar y Beowulf se estrenaron aquí en tres dimensiones, con una sola copia y en una sola sala. Es que para poder proyectar películas en este formato es necesario instalar previamente un sistema ad hoc, cuyo costo oscila entre los 20.000 y 30.000 dólares. Eso, al norte del río Grande. Acá habría que hablar de más o menos el doble de esa cifra, siempre y cuando se cuente previamente con la instalación para proyectar en digital. Algo que recién ahora, empujados por la fiebre del 3-D, los representantes locales de las grandes cadenas están empezando a considerar. Si sirve de consuelo, habrá que señalar que incluso en economías infinitamente más florecientes, como las de los principales países europeos y asiáticos, el monto requerido hace que la invasión tridimensional tenga lugar a paso lento.
Hasta el momento una sola sala porteña, ubicada en los límites del perímetro urbano, cuenta con un sistema de proyección tridimensional, aunque no digital. Se trata de la sala IMAx, emplazada en el Showcase Norcenter de Pa-namericana y Debenedetti. Allí suelen estrenarse, en 3-D, tanto los típicos “documentales IMAx” como algunas, contadas, películas de ficción. Desde marzo y hasta hace pocas semanas estuvo en cartel U23D, documental en tres dimensiones que registra la gira The Vertigo Tour de U2. La sala IMAx fue, por otra parte, la única de la Argentina donde El expreso polar, Open Season: Amigos salvajes y Beowulf se estrenaron en ese formato. Además de otras como Superman vuelve y la última Harry Po-tter, que contenían algunas secuencias tridimensionales.
¿Cuáles son las perspectivas en el resto de las salas porteñas? Teniendo en cuenta que tanto en términos locales como internacionales el negocio del cine viene perdiendo alrededor de un 10 por ciento del total de espectadores año tras año, se entiende que la proyección estereoscópica avance hacia aquí a paso de mamut cansado. En principio, ya se sabe que Viaje al centro de la Tierra se verá sólo en versión bidimensional. Y es difícil que la nueva era de proyecciones tridimensionales en Argentina se inaugure con Bolt, la nueva de Disney, cuyo estreno se anuncia para enero del año próximo. De allí en más, se supone que en algún momento desembarcarán los nuevos proyectores, en salas de las grandes cadenas.
Mientras tanto, en Hollywood, varios cineastas de cabecera filman sus nuevas películas en 3-D, y sellos enteros como Disney, Pixar y Dreamworks ya anunciaron que de aquí en más pasarán toda su producción al formato tridimensional.
Los nombres del asunto
Viaje al centro de la Tierra es la película fundacional de esta nueva era, por la sencilla razón de que es la primera que se filma en 3-D (todas las anteriores, de El expreso polar en adelante, fueron rodadas en dos dimensiones, y proyectadas en tres). Según los corrillos de la industria, la siguiente fecha decisiva para el formato será diciembre de 2009. En esa fecha se estrenará Avatar, la épica de ciencia ficción que, con un costo estimado en 200 millones de dólares, marcará el regreso al cine de James Cameron, tras una larga década sabática. Al igual que Viaje al centro de la Tierra (y también a diferencia de las anteriores, lanzadas en ambos formatos) se estrenará sólo en versión 3-D.
En algún momento del año próximo debería estar lista otra de las puntas de lanza del nuevo sistema. Se trata de la primera parte de Tintín, trilogía live action basada en el célebre comic de Hergé, coproducida por Steven Spielberg y Peter Jackson y dirigida por el primero. Tridimensionales serán también, además de Bolt, todos los tanques de animación programados para 2010: Toy Story 3, Shrek Goes Fourth y la tercera parte de La era del hielo. Henry Selick, realizador de El extraño mundo de Jack, se encuentra filmando el largo animado Coraline, que reúne dos proezas técnicas: el 3-D y la stop motion.
A la vez, desde que en el otoño boreal de 2006 la versión 3-D de El extraño mundo de Jack logró una recaudación que hizo sonreír a los ejecutivos de Disney-Buena Vista, cada vez son más las películas que se reciclan en versión estereoscópica. Además de Toy Story, dos grandes sagas esperan turno para su relanzamiento tridimensional: La guerra de las galaxias, completa, y la trilogía El señor de los anillos.
3-D Tercer Milenio
¿Qué pasa con los célebres anteojitos de cartón y plástico flexible, que nunca calzaban del todo bien? Fueron reemplazados por coquetos lentes de diseño, de cristales polarizados, que se entregan a la entrada y hay que devolver a la salida. Hablando de entradas, el costo del ticket para asistir a una proyección en 3-D llega a duplicar el de uno standard, ascendiendo hasta los 15 dólares per capita: otra de las razones para que en Argentina no cunda el furor tridimensionalista. Si ya el espectador lo piensa dos veces antes de pagar una entrada de 20 pesos, ¿cuánta gente vería con simpatía pagar 40? Claro que, a diferencia de las películas bidimensionales, lo que no existe es la posibilidad de ahorrarse la mitad o más, recurriendo a una copia trucha en DVD. Por el momento, al menos.
Una de las desventajas del sistema era, hasta ahora, la complicación técnica que entrañaba, ya que para producir el efecto tridimensional es necesario filmar cada plano con dos cámaras. Según dicen sus propagandistas, al haberse aligerado el peso de las cámaras eso ya no representa un obstáculo. Siempre adelantado en términos tecnológicos, James Cameron filmó Avatar con una cámara doble que él mismo inventó hace años. Le puso el nombre de Fusion System y la probó en un par de documentales submarinos. Otra contra del viejo sistema era que las imágenes no siempre se mantenían estables, produciéndose distorsiones, fantasmas y virajes de color. Eso fue lo que mató al formato, a mediados de los ’50. “La gente empezó a sufrir mareos y dolores de cabeza, y los grandes estudios suspendieron la producción”, recordaba el realizador Jack Arnold, que filmó dos películas en 3-D: la célebre El monstruo de la laguna negra y su secuela, El regreso del monstruo. Según las referencias, la nueva tecnología digital hace que toda esta sintomatología pase a mejor vida.
¿Un futuro en anteojitos?
Jeffrey Katzenberg, dueño de la poderosa Dreamworks y ex socio de Spielberg, es el máximo profeta del formato. Además de anunciar que de aquí en más no habrá producción animada de Dreamworks que no se lance en versión tridimensional, proclama a los cuatro vientos que “el 3-D digital permite generar en el espectador una sensación de inmersión, redefiniendo el sentido de la experiencia cinematográfica”. Totalmente convencido de que se trata de la máxima innovación de la tecnología cinematográfica desde la invención del color, Katzenberg anuncia que “en un futuro, estas innovaciones van a ser aplicadas en otros medios, como la televisión y las pantallas de computación”.
Otro que se calzó los anteojos a fondo es Jon Landau, productor de Avatar. “La pantalla cinematográfica siempre representó una barrera para los espectadores”, sostiene. “La tridimensión de calidad está en condiciones de derribar esa barrera, permitiendo atravesar la pantalla y toparse con un mundo detrás de ella”, afirma Landau, con la convicción de quien está a punto de hacer realidad Alicia a través del espejo. Pero igual mantiene la suficiente calma como para no dejarse arrastrar por el furor estereoscópico. “Filmamos Avatar en este formato porque hay algo que la sostiene, y es la increíble historia que concibió James Cameron. No lo hicimos porque quisiéramos filmar a toda costa una película en 3-D. Como toda tecnología, la tridimensión debe estar al servicio de la historia que se cuenta, y no al revés.”
En una palabra, el chiche puede servir para generar curiosidad y llevar gente a los cines. Pero si lo único que encuentran en la sala son un par de lentes y un montón de objetos que parecen salirse de la pantalla y venírseles encima, tarde o temprano esos espectadores volverán a casa, a ver esas viejas y buenas películas planas que se consiguen en DVD. Mientras tanto, Argentina espera.
Horacio Bernades
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Miradas a la escenografía, el arte de la ilusión
Tengo la impresión de que tímidamente están volviendo a los escenarios porteños las antiguas escenografías pintadas sobre papel o tela, aquellas que, pese a su fragilidad y a las huellas evidentes del mucho trajinar, mostraban una pericia notable en la evocación de perspectivas remotas, en el arte de fingir, sólo con pintura, las luces y las sombras de esos mundos imaginarios. Con afecto, y con emoción, he vuelto a verlas, en Las mujeres sabias, en el San Martín, y en la dupla de óperas breves recientemente montadas en el Avenida, por cuenta de Juventus Lyrica y con dirección de Oscar Barney Finn: La serva padrona, de Pergolesi, y Acis y Galatea , de Haendel.
Cuando los pintores del Renacimiento italiano encontraron, a partir del siglo XV, la perspectiva ortogonal y abrieron la famosa ventana a las líneas convergentes en el punto de fuga de un horizonte lejano, el procedimiento se transportó al teatro. Fue la base del tradicional escenario "a la italiana". La reproducción minuciosa de paisajes o de interiores de edificios prestigiosos -templos, palacios- exigió la mano de obra de pintores realmente admirables (muchos de ellos fueron también arquitectos), diestros en sugerir distancias y recrear las texturas de las más diversas materias y los juegos de la luz sobre ellas. Se escalonaban así, ante el ojo del espectador, en las superficies planas de sucesivos bastidores, aperturas ficticias hacia una inalcanzable lejanía. Auténticos alardes de ilusionismo, llevados a la perfección en el siglo XVIII por artistas como el italiano Servandoni, cuyas escenografías fascinaron a los súbditos de Luis XV.
El siglo siguiente, con su afán de realismo a ultranza y su pasión arqueológica, llevó esa ilusión a extremos incompatibles, precisamente, con la realidad que pretendía representar. Basta leer las indicaciones escenográficas de Ibsen, por ejemplo, para darse cuenta de que hay algo que no funciona. En Las columnas de la sociedad pide, entre otras cosas: "Al foro, vitral con puerta abierta a una ancha escalinata sombreada por un toldo. Se ve parte del jardín, rodeado de verja, con entrada. A lo largo de la verja, una calle, y en la acera opuesta, casitas de madera. Es verano y hay sol". Toda la habilidad del escenógrafo pintor debió vacilar ante semejantes exigencias. El espectador aceptó la convención, hasta que se hartó de ella. El armado y desarmado frecuente de los decorados, plegar y desplegar a cada rato esos papeles pintados, terminaba por arrugarlos y cuartearlos: las paredes se tambaleaban; las puertas de tela denunciaban su flaqueza; las columnas de los templos vacilaban al menor soplo. Adolph Appia y Gordon Craig reaccionaron a tiempo: propusieron el predominio de la luz y de simples elementos corpóreos para sugerir las atmósferas requeridas. Max Reinhardt logró una práctica síntesis de ambos sistemas de representación.
No obstante, hay en las escenografías pintadas un encanto (ingenuo, si se quiere) que conviene a ciertas obras, sobre todo de época. En Las mujeres sabias , el propio director Willy Landín diseñó el decorado del jardín, justo como lo necesita la evocación del siglo XVIII (al que, sin sobresaltos, trasladó el original del XVII). En las óperas de Juventus, el director escenográfico del Argentino de La Plata, Raúl Bongiorno, hizo algo similar, al crear, según las indicaciones de Finn, un solo ámbito -un salón palaciego, barroco-, donde transcurre la acción de las dos óperas. En este caso, no se recurrió a la pintura tradicional sino a las técnicas más avanzadas: confieso no entender gran cosa del procedimiento; sólo sé que se trata de algo así como proyecciones logradas mediante la electrónica. Pero el resultado es semejante: ahí están las columnas, sus capiteles muy ornamentados, las cornisas, los frisos, que parecen sólidos y que en realidad son -como corresponde al arte del teatro- ilusión pura.
Ernesto Schoo
Copyright 2008 SA LA NACION | Todos los derechos reservados
Cuando los pintores del Renacimiento italiano encontraron, a partir del siglo XV, la perspectiva ortogonal y abrieron la famosa ventana a las líneas convergentes en el punto de fuga de un horizonte lejano, el procedimiento se transportó al teatro. Fue la base del tradicional escenario "a la italiana". La reproducción minuciosa de paisajes o de interiores de edificios prestigiosos -templos, palacios- exigió la mano de obra de pintores realmente admirables (muchos de ellos fueron también arquitectos), diestros en sugerir distancias y recrear las texturas de las más diversas materias y los juegos de la luz sobre ellas. Se escalonaban así, ante el ojo del espectador, en las superficies planas de sucesivos bastidores, aperturas ficticias hacia una inalcanzable lejanía. Auténticos alardes de ilusionismo, llevados a la perfección en el siglo XVIII por artistas como el italiano Servandoni, cuyas escenografías fascinaron a los súbditos de Luis XV.
El siglo siguiente, con su afán de realismo a ultranza y su pasión arqueológica, llevó esa ilusión a extremos incompatibles, precisamente, con la realidad que pretendía representar. Basta leer las indicaciones escenográficas de Ibsen, por ejemplo, para darse cuenta de que hay algo que no funciona. En Las columnas de la sociedad pide, entre otras cosas: "Al foro, vitral con puerta abierta a una ancha escalinata sombreada por un toldo. Se ve parte del jardín, rodeado de verja, con entrada. A lo largo de la verja, una calle, y en la acera opuesta, casitas de madera. Es verano y hay sol". Toda la habilidad del escenógrafo pintor debió vacilar ante semejantes exigencias. El espectador aceptó la convención, hasta que se hartó de ella. El armado y desarmado frecuente de los decorados, plegar y desplegar a cada rato esos papeles pintados, terminaba por arrugarlos y cuartearlos: las paredes se tambaleaban; las puertas de tela denunciaban su flaqueza; las columnas de los templos vacilaban al menor soplo. Adolph Appia y Gordon Craig reaccionaron a tiempo: propusieron el predominio de la luz y de simples elementos corpóreos para sugerir las atmósferas requeridas. Max Reinhardt logró una práctica síntesis de ambos sistemas de representación.
No obstante, hay en las escenografías pintadas un encanto (ingenuo, si se quiere) que conviene a ciertas obras, sobre todo de época. En Las mujeres sabias , el propio director Willy Landín diseñó el decorado del jardín, justo como lo necesita la evocación del siglo XVIII (al que, sin sobresaltos, trasladó el original del XVII). En las óperas de Juventus, el director escenográfico del Argentino de La Plata, Raúl Bongiorno, hizo algo similar, al crear, según las indicaciones de Finn, un solo ámbito -un salón palaciego, barroco-, donde transcurre la acción de las dos óperas. En este caso, no se recurrió a la pintura tradicional sino a las técnicas más avanzadas: confieso no entender gran cosa del procedimiento; sólo sé que se trata de algo así como proyecciones logradas mediante la electrónica. Pero el resultado es semejante: ahí están las columnas, sus capiteles muy ornamentados, las cornisas, los frisos, que parecen sólidos y que en realidad son -como corresponde al arte del teatro- ilusión pura.
Ernesto Schoo
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Escándalo en Italia por un macabro espectáculo
Un euro para ver la muerte. Esto es lo que se pagaba en un parque de diversiones de Milán, en el norte de Italia, para ver la ejecución en una silla eléctrica de un maniquí de látex. En este juego más que exitoso que simulaba a la perfección la pena capital, el muñeco, durante un minuto, gritaba, se retorcía, se freía y finalmente quedaba inmóvil.
La noticia de la existencia de algo tan tétrico, publicada ayer por el diario La Repubblica , desató una gigantesca polémica en Italia, donde cientos de voces se levantaron, horrorizadas, en contra del juego.
La protesta fue tan fuerte que el director del Luna Park de Milán, puesto sobre el banquillo, comunicó ayer el inmediato cierre del "show de la silla eléctrica".
El juego había llegado hacía unos días desde Las Vegas, la capital mundial de la diversión. Desde entonces, tuvo muchísimo éxito entre niños y adultos, que todas las noches formaban fila para contemplar la espantosa agonía del muñeco de látex.
La gente colocaba la moneda de 1 euro y se entusiasmaba al ver cómo falsas descargas eléctricas ejecutaban al maniquí, con el torso desnudo, rapado y con electrodos en la cabeza. Y se deleitaba, con risas, entre las nubes de humo y los gritos del condenado a muerte amplificados por los parlantes, mezclados con música rock.
"Es un juego espeluznante; no contribuye para nada con la educación", protestó Tiziana Maiolo, una de las fundadoras de Nessuno Tocchi Caino (Nadie Toque Caín), una famosa asociación italiana que desde años lucha por la abolición de la pena capital, que consideró que la atracción es "pornografía macabra".
Se sumaron cientos de voces, espantadas ante semejante barbarie.
"La verdad es que un adulto que lleva a sus niños a ver este juego es una persona que no está bien consigo misma", dijo, por su parte, Don Gino Rigoldi, capellán de una cárcel de menores de Milán.
Pese a la indignación generalizada, el dueño de la polémica atracción, Renzo Biancato, defendió "su" juego, único en Italia, que compró por Internet en 5000 euros después de haberlo descubierto en una revista especializada.
En el centro de una repentina atención mediática (el clamor de la noticia hizo que hasta periodistas japoneses fueran a ver al condenado en la silla eléctrica), Biancato explicó a la agencia ANSA que "se trata sólo de un juego de terror". "La gente se ríe -agregó-, y nunca se quejó ningún padre."
Elisabetta Piqué
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La noticia de la existencia de algo tan tétrico, publicada ayer por el diario La Repubblica , desató una gigantesca polémica en Italia, donde cientos de voces se levantaron, horrorizadas, en contra del juego.
La protesta fue tan fuerte que el director del Luna Park de Milán, puesto sobre el banquillo, comunicó ayer el inmediato cierre del "show de la silla eléctrica".
El juego había llegado hacía unos días desde Las Vegas, la capital mundial de la diversión. Desde entonces, tuvo muchísimo éxito entre niños y adultos, que todas las noches formaban fila para contemplar la espantosa agonía del muñeco de látex.
La gente colocaba la moneda de 1 euro y se entusiasmaba al ver cómo falsas descargas eléctricas ejecutaban al maniquí, con el torso desnudo, rapado y con electrodos en la cabeza. Y se deleitaba, con risas, entre las nubes de humo y los gritos del condenado a muerte amplificados por los parlantes, mezclados con música rock.
"Es un juego espeluznante; no contribuye para nada con la educación", protestó Tiziana Maiolo, una de las fundadoras de Nessuno Tocchi Caino (Nadie Toque Caín), una famosa asociación italiana que desde años lucha por la abolición de la pena capital, que consideró que la atracción es "pornografía macabra".
Se sumaron cientos de voces, espantadas ante semejante barbarie.
"La verdad es que un adulto que lleva a sus niños a ver este juego es una persona que no está bien consigo misma", dijo, por su parte, Don Gino Rigoldi, capellán de una cárcel de menores de Milán.
Pese a la indignación generalizada, el dueño de la polémica atracción, Renzo Biancato, defendió "su" juego, único en Italia, que compró por Internet en 5000 euros después de haberlo descubierto en una revista especializada.
En el centro de una repentina atención mediática (el clamor de la noticia hizo que hasta periodistas japoneses fueran a ver al condenado en la silla eléctrica), Biancato explicó a la agencia ANSA que "se trata sólo de un juego de terror". "La gente se ríe -agregó-, y nunca se quejó ningún padre."
Elisabetta Piqué
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Leonardo Moledo: Al infinito y más allá
La ciencia busca saber. ¿Siempre es mejor saber?
–Calma un poquito la angustia: no saber produce pánico, a veces. Aunque lo que sepas pueda ser terrible, como que va a haber un terremoto, siempre permite tomar algunas medidas. No sé si es mejor saber o no que te vas a morir en seis meses, en cambio. Con respecto al conocimiento del Universo, siempre es mejor saber. Si conocés el mecanismo que está detrás del fenómeno, lo podés explicar y deja de asustarte. Si en la noche sentís un golpe en el vidrio, que se repite a intervalos regulares, te asustás; pero si averiguás y resulta que es un pájaro, te calmás.
En los tres ejemplos que puso aparece el miedo.
–Claro, lo desconocido produce miedo. Incluso se vive como amenazador. Y eso, supongo, es una vieja técnica de supervivencia de la especie. Es más seguro considerar a lo desconocido como peligroso que como amistoso. Ante algo que viene de afuera es más seguro cuidarse. Eso habrá constituido nuestra subjetividad.
¿Y los mitos ocupan esos espacios?
–Muchas veces, sí. El mito es el lugar más seguro, porque sabés exactamente qué va a pasar. Es la representación o la puesta en acto de una leyenda, de algo que no se conoce. Con pautas muy bien trazadas: sabés qué va a venir después de cada cosa y que en un momento se restablece el orden. Después, en el mundo exterior, es más difícil, porque las cosas resultan imprevisibles. Todas las religiones tienen mitos en forma de celebraciones que buscan dar seguridad.
Y hay un placer, un regodeo, en el mito.
–Además de la seguridad, el mito da el placer de arrancarte al espacio y al tiempo cotidiano. Te lleva a otro escenario y a otro tiempo. Se realiza en recintos sagrados: suelen desarrollarse en la iglesia, en la escuela, en distintos templos. La escuela es el templo del saber: ¿por qué? Porque hay un corte mental con el afuera.
Leonardo Moledo habla en el bar La Orquídea, una esquina de Corrientes y Acuña de Figueroa, Almagro. Este matemático, profesor y periodista, editor del suplemento Futuro de este diario, pasa mucho tiempo en este sitio. Aquí, de hecho, es que el Comisario Inspector Díaz Cornejo, el protagonista de Los mitos de la ciencia, uno de los dos libros que acaba de publicar, explica a Moledo, a los parroquianos, a los lectores, sobre el origen y la razón de ser de asuntos tales como la alquimia, los extraterrestres, la tierra plana, la Atlántida, la brujería. “Estamos condenados al conocimiento –escribe–. Si Occidente fabricó una historia mitológica que comienza con el delito de conocer, el pecado en su forma más pura, no existe otra redención posible que llevarlo hasta sus últimos esfuerzos a devorar una tras otra las manzanas del árbol; al fin y al cabo fue precisamente una de esas manzanas la que cayó a los pies de Newton y le permitió tomar las riendas del mundo.”
El otro libro se llama Lavar los platos, fue escrito a dúo con el periodista científico Ignacio Jawtuschenko y se trata de una respuesta inspirada en aquella célebre frase del ex mítico Domingo Cavallo, un ex funcionario de la dictadura y ex ministro de Economía menemista y aliancista. En 1994, ante la advertencia de la investigadora Susana Torrado en cuanto a que los indicadores de desocupación habían crecido, Cavallo le recomendó a esta socióloga especializada en Demografía que se dedicara a fregar la vajilla. El exabrupto es el punto de partida y la excusa para entrelazar diez entrevistas a científicos de diversas áreas: la propia Torrado para evocar aquel suceso devenido en escándalo, el arqueólogo Daniel Schávelzon para contar sobre el uso de los platos a través de la historia, la química Lidia Galagovsky para explicar las propiedades del jabón y el detergente, el doctor en Ciencias Naturales Fernando Novas para hablar sobre los orígenes del agua en el planeta, y así.
¿Qué signó aquella frase de Cavallo?
–Quedó en la historia como un superministro que despreciaba lo más genuino que hay en el saber, la investigación científica. La desocupación venía creciendo despacio, pero en ese momento dio un salto y Susana Torrado lo advirtió públicamente: acá está pasando algo grave. Fue un antecedente de lo que iba a pasar después. Cavallo reaccionó: “Que esa mujer se vaya a lavar los platos”. Nunca la nombró: “Esa mujer”, decía. Y después involucró a todos los científicos. Querían privatizar el Conicet. Entonces se nos ocurrió este libro, donde queda demostrado que a través de los platos y la tarea de lavarlos podés conocer el Universo, averiguar de todo. En el siglo XIX, Faraday daba conferencias en las que prendía una vela y a partir de ahí explicaba todo. Y lo hacía, curiosamente, ante obreros. En ese momento, un poco como ahora, la ciencia era un factor de ascenso social. Durante mucho tiempo este tipo de conferencias era un juego de aristócratas, pero éstas eran populares.
¿La idea del libro es reciente?
–Sí. Esa frase quedó, es histórica. Es un hito, porque además la predicción de Torrado se cumplió estrictamente. Cada vez que habla un secretario o un ministro de Ciencia, cita La Noche de los Bastones Largos y la frase de Cavallo.
¿Cambió mucho el panorama desde entonces?
–Desde ya. Que se haya pasado de secretaría a ministerio habla de una política de Estado. O sea, la aplicación de la ciencia al desarrollo y la constitución de empresas con un fuerte componente tecnológico que no haya que comprar llave en mano. El problema del campo que surgió ahora se debe en parte a que la soja transgénica tiene una facilidad tremebunda para ser sembrada y cosechada, y entonces avanza sobre los otros cultivos. Esta soja es puro desarrollo científico, se banca todo y da más plata. Pero esto es una visión de corto plazo, porque a la larga se agota la tierra.
¿Le mandó el libro a Cavallo?
–No. Es una buena idea, aunque no me cae simpático. Cuando uno piensa lo que hizo, al servicio de quién estuvo, el desastre que dejó, no dan ganas de mandárselo. De alguna manera el libro es una réplica.
En comparación con los ‘90, parece haber mucho más espacio para la ciencia en los medios, incluso en la televisión abierta. ¿Lo percibe así?
–Creo que se debe a dos cosas. La ciencia y la literatura, a lo largo de mucho tiempo, dio la ciencia ficción: más o menos dura o fantástica, entre Asimov y Ursula K. LeGuin. Yo creo que el género ya no está produciendo tanto. Y por otro lado hay, felizmente, un retroceso de la posmodernidad, el correlato cultural del capitalismo liberal. Todo era asimilable a relatos, que después se elegían como en una góndola de supermercado. Nada tenía valor especial. Ahí surgió un movimiento anticientífico que asimiló el discurso oficial al de la religión, algo que en este momento sostienen los grupos más reaccionarios de Estados Unidos, los creacionistas, o los de la ciencia cristiana, grupos de derecha que tratan de impedir que se enseñe la teoría de Darwin. La posmodernidad tomó la parte mística de la ciencia, agitó ese costado especial que tiene, de dar cuenta de algunos fenómenos del Universo, y dejó de lado lo que tiene de valor de verdad y de mejoramiento real de la vida humana. Aunque puede producir catástrofes, también. En general, de todos modos, veo progreso.
¿A la Iglesia le molesta mucho la ciencia?
–Ahora no parece molestarle demasiado. Algunos grupos de ultraderecha, especialmente protestantes, están armando lío acerca de la Teoría de la Evolución, la espina más terrible que tienen clavada. Y en la Iglesia y los colegios católicos el tema se maneja con mucho cuidado. Pero en el Vaticano tienen un elenco científico muy importante. Y no nos olvidemos que los países musulmanes, incluso integristas, han hecho desarrollos fabulosos de energía nuclear. La religión y la ciencia chocaron en el siglo XVII, con el emblemático juicio a Galileo. Pero eso está quedando atrás.
¿Pero el relato de la ciencia no desmiente todo el tiempo al relato de la religión?
–Desde ya. Pero salvo en grupos muy integristas, el relato religioso se toma como mitológico. Nadie pretende leer la Biblia al pie de la letra.
¿Le parece?
–En algunos grupos, no: los testigos de Jehová, los integristas norteamericanos.
¿No cree, entonces, que el relato religioso es tomado y creído literalmente por multitudes, todavía, en el mundo?
–No sé si es así. Una persona que haya cursado el secundario, que paradójicamente recibió toda la información científica que se conoce, por ahí maneja códigos de acuerdo con el ámbito: un adolescente habla de un modo con sus amigos y de otro con los padres o profesores. Y no necesita identificar eso, decir “bueno, ahora estoy hablando con...”, lo hace automáticamente, una cosa bastante asombrosa. Sospecho que con el tema de la religión pasa algo por el estilo. La jerarquía eclesiástica es muy ignorante y en la Argentina, además, es muy reaccionaria: ejerce presión sobre el sistema educativo. Estamos, sí, en una época de resurgimiento de fundamentalismos: hay más religión ahora que hace cincuenta años. Espero que sea un fenómeno transitorio. La religión, de todos modos, da respuestas que no se pueden encontrar de otra manera: un dolor muy grande, no encontrar trabajo. Entre gente muy cultivada, incluso científicamente, hay rituales como ponerse una corbata o usar un amuleto. Esos rituales socializados y condensados producen peregrinaciones como la de San Cayetano. Es lógico que ante ciertas cosas, como la impotencia de la medicina, que despejó montones de enfermedades que pasaron al olvido pero todavía no puede con el cáncer o el Alzheimer, los desesperados vayan a consultar a quienes les hacen creer que se van a curar, manosantas, santos. Es obvio que no sirve para nada, a menos que la autoconfianza, ese tipo de cosa, tenga algún efecto temporal del que todavía no se sabe. Es tanto lo que no se sabe que hay márgenes para todo. Incluso hay gente que cree en los extraterrestres y que se le aparecen. En Estados Unidos hay una sociedad de abducidos.
Yo tenía una vecina, ya fallecida, que también estaba convencida de que en cualquier momento la iban a contactar.
–En general son abducciones muy raras. Suele ser medio absurda la conducta de los extraterrestres: en vez de llevarse a alguien que les pueda contar, se llevan a viejitas que miraban todo el tiempo televisión.
Vuelvo al asunto de la divulgación: busca, en sus libros, y también lo observo en los programas de cable y televisión, ser entretenido, contar con humor. Esquivan la solemnidad.
–La ciencia es un relato y cuenta historias. Siempre digo que la divulgación científica es la continuación de la ciencia por otros medios. La masificación de la ciencia es otro elemento; empiezan a aparecer películas que muestran a los científicos como tipos ordinarios, que se corren del estereotipo del sabio loco que por un lado es distraído y por otro reúne todo el saber, lo consultan cuando nadie sabe qué hacer. En este momento, el movimiento científico es enorme, se publican muchos libros, hay programas.
¿Cómo surgió ese personaje, Díaz Cornejo?
–Es un viejo personaje, ya actuaba en mis novelas y en una sección del suplemento Futuro. Es un policía muy particular al que le gusta la metafísica, que tiene dificultades con la institución y una visión escéptica del mundo. Yo diría que su antecedente es Isidro Parodi, el peluquero-detective de Bustos Domecq. El Comisario Inspector dice que la policía regula la metafísica de la sociedad, que su intención no es reprimir el delito sino regular.
¿Pero por qué un policía? ¿Por el enganche que genera el registro del género?
–Claro. Muchas veces los detectives prototípicos del género tienen otra vida, vienen de otro lado, no se trata estrictamente de la máquina policial. Pepe Carvalho, el detective de Vázquez Montalbán, es un tipo cultísimo, amante de la cocina, que ha luchado contra el franquismo: no es un mero engranaje detectivesco. Montalbano, el de Camilieri, ha leído mucho y tiene también la historia de la comida. En cambio Wallander, el de Mankell, es un policía cualquiera y refleja lo que sería una investigación científica. La tarea detectivesca es racional, casi una teoría matemática.
Da la impresión de que la ciencia ha dado un salto muy grande en los últimos diez o quince años. ¿Qué opina?
–Bueno, siempre parece eso. Obviamente, hay épocas con más desarrollo que otras. Esta es una época de mucho, pero no sé si más que a principios del XIX, con la máquina de vapor, la locomotora. Hay cosas que se ven con el tiempo: hace 3 millones de años, el homínido empezó a adoptar la posición erecta, bípeda, que todavía no está totalmente consolidada, como lo muestran los numerosos problemas de espalda; bueno, de ese período, la vida se alargó especialmente en los últimos 10 mil años. Mirando el todo te das cuenta de que tenemos raíces profundas que no se ven.
La ciencia es subversiva, dice.
–Sí, porque cuestiona y no acepta el principio de autoridad. No alcanza con que se diga que algo es así: necesita contrastación pública. Pero a partir de resultados erróneos también se abren caminos: Tycho Brahe, por ejemplo, con razones bastante sensatas rechaza el sistema de Copérnico y arma uno propio que no resultó correcto, pero sirvió para desbancar el otro y para nutrir de datos a Kepler, que no tiene miedo de pensar en elipses porque ya no cree en las esferas. Otro ejemplo es el del flogisto, un concepto erróneo que, sin embargo, organizó toda la química.
¿Cuáles son las preguntas que la ciencia se propone responder que le generan más expectativas?
–Están las grandes preguntas cosmológicas, si el Universo se está acelerando en su expansión o no, cómo fueron los primeros instantes. Después están las preguntas del mesomundo, que no están nada resueltas; los problemas relacionados a la física del sólido. En medicina, qué es la conciencia, el estado consciente. En biología todavía hay bastante que saber. El problema de la geología planetaria, cuántas estrellas tienen o no planetas, el hallazgo de alguno parecido a la Tierra que todavía no se puede observar con los métodos actuales, porque son muy chiquitos. Va por ahí.
La ciencia, en perspectiva, ¿tiene componentes de mito?
–El científico, en general, trabaja con los mitos, con un sustrato que contiene los mitos, los prejuicios de la época. A algunos los conoce y a otros no. Copérnico no podía imaginarse que no fueran circulares las órbitas, porque eso era un prejuicio en su época y él no lo sabía. Y así supongo que vivimos nosotros también en torno de cosas que ni nos imaginamos y las damos como ciertas. Romper con los prejuicios lleva años.
Angel Berlanga
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–Calma un poquito la angustia: no saber produce pánico, a veces. Aunque lo que sepas pueda ser terrible, como que va a haber un terremoto, siempre permite tomar algunas medidas. No sé si es mejor saber o no que te vas a morir en seis meses, en cambio. Con respecto al conocimiento del Universo, siempre es mejor saber. Si conocés el mecanismo que está detrás del fenómeno, lo podés explicar y deja de asustarte. Si en la noche sentís un golpe en el vidrio, que se repite a intervalos regulares, te asustás; pero si averiguás y resulta que es un pájaro, te calmás.
En los tres ejemplos que puso aparece el miedo.
–Claro, lo desconocido produce miedo. Incluso se vive como amenazador. Y eso, supongo, es una vieja técnica de supervivencia de la especie. Es más seguro considerar a lo desconocido como peligroso que como amistoso. Ante algo que viene de afuera es más seguro cuidarse. Eso habrá constituido nuestra subjetividad.
¿Y los mitos ocupan esos espacios?
–Muchas veces, sí. El mito es el lugar más seguro, porque sabés exactamente qué va a pasar. Es la representación o la puesta en acto de una leyenda, de algo que no se conoce. Con pautas muy bien trazadas: sabés qué va a venir después de cada cosa y que en un momento se restablece el orden. Después, en el mundo exterior, es más difícil, porque las cosas resultan imprevisibles. Todas las religiones tienen mitos en forma de celebraciones que buscan dar seguridad.
Y hay un placer, un regodeo, en el mito.
–Además de la seguridad, el mito da el placer de arrancarte al espacio y al tiempo cotidiano. Te lleva a otro escenario y a otro tiempo. Se realiza en recintos sagrados: suelen desarrollarse en la iglesia, en la escuela, en distintos templos. La escuela es el templo del saber: ¿por qué? Porque hay un corte mental con el afuera.
Leonardo Moledo habla en el bar La Orquídea, una esquina de Corrientes y Acuña de Figueroa, Almagro. Este matemático, profesor y periodista, editor del suplemento Futuro de este diario, pasa mucho tiempo en este sitio. Aquí, de hecho, es que el Comisario Inspector Díaz Cornejo, el protagonista de Los mitos de la ciencia, uno de los dos libros que acaba de publicar, explica a Moledo, a los parroquianos, a los lectores, sobre el origen y la razón de ser de asuntos tales como la alquimia, los extraterrestres, la tierra plana, la Atlántida, la brujería. “Estamos condenados al conocimiento –escribe–. Si Occidente fabricó una historia mitológica que comienza con el delito de conocer, el pecado en su forma más pura, no existe otra redención posible que llevarlo hasta sus últimos esfuerzos a devorar una tras otra las manzanas del árbol; al fin y al cabo fue precisamente una de esas manzanas la que cayó a los pies de Newton y le permitió tomar las riendas del mundo.”
El otro libro se llama Lavar los platos, fue escrito a dúo con el periodista científico Ignacio Jawtuschenko y se trata de una respuesta inspirada en aquella célebre frase del ex mítico Domingo Cavallo, un ex funcionario de la dictadura y ex ministro de Economía menemista y aliancista. En 1994, ante la advertencia de la investigadora Susana Torrado en cuanto a que los indicadores de desocupación habían crecido, Cavallo le recomendó a esta socióloga especializada en Demografía que se dedicara a fregar la vajilla. El exabrupto es el punto de partida y la excusa para entrelazar diez entrevistas a científicos de diversas áreas: la propia Torrado para evocar aquel suceso devenido en escándalo, el arqueólogo Daniel Schávelzon para contar sobre el uso de los platos a través de la historia, la química Lidia Galagovsky para explicar las propiedades del jabón y el detergente, el doctor en Ciencias Naturales Fernando Novas para hablar sobre los orígenes del agua en el planeta, y así.
¿Qué signó aquella frase de Cavallo?
–Quedó en la historia como un superministro que despreciaba lo más genuino que hay en el saber, la investigación científica. La desocupación venía creciendo despacio, pero en ese momento dio un salto y Susana Torrado lo advirtió públicamente: acá está pasando algo grave. Fue un antecedente de lo que iba a pasar después. Cavallo reaccionó: “Que esa mujer se vaya a lavar los platos”. Nunca la nombró: “Esa mujer”, decía. Y después involucró a todos los científicos. Querían privatizar el Conicet. Entonces se nos ocurrió este libro, donde queda demostrado que a través de los platos y la tarea de lavarlos podés conocer el Universo, averiguar de todo. En el siglo XIX, Faraday daba conferencias en las que prendía una vela y a partir de ahí explicaba todo. Y lo hacía, curiosamente, ante obreros. En ese momento, un poco como ahora, la ciencia era un factor de ascenso social. Durante mucho tiempo este tipo de conferencias era un juego de aristócratas, pero éstas eran populares.
¿La idea del libro es reciente?
–Sí. Esa frase quedó, es histórica. Es un hito, porque además la predicción de Torrado se cumplió estrictamente. Cada vez que habla un secretario o un ministro de Ciencia, cita La Noche de los Bastones Largos y la frase de Cavallo.
¿Cambió mucho el panorama desde entonces?
–Desde ya. Que se haya pasado de secretaría a ministerio habla de una política de Estado. O sea, la aplicación de la ciencia al desarrollo y la constitución de empresas con un fuerte componente tecnológico que no haya que comprar llave en mano. El problema del campo que surgió ahora se debe en parte a que la soja transgénica tiene una facilidad tremebunda para ser sembrada y cosechada, y entonces avanza sobre los otros cultivos. Esta soja es puro desarrollo científico, se banca todo y da más plata. Pero esto es una visión de corto plazo, porque a la larga se agota la tierra.
¿Le mandó el libro a Cavallo?
–No. Es una buena idea, aunque no me cae simpático. Cuando uno piensa lo que hizo, al servicio de quién estuvo, el desastre que dejó, no dan ganas de mandárselo. De alguna manera el libro es una réplica.
En comparación con los ‘90, parece haber mucho más espacio para la ciencia en los medios, incluso en la televisión abierta. ¿Lo percibe así?
–Creo que se debe a dos cosas. La ciencia y la literatura, a lo largo de mucho tiempo, dio la ciencia ficción: más o menos dura o fantástica, entre Asimov y Ursula K. LeGuin. Yo creo que el género ya no está produciendo tanto. Y por otro lado hay, felizmente, un retroceso de la posmodernidad, el correlato cultural del capitalismo liberal. Todo era asimilable a relatos, que después se elegían como en una góndola de supermercado. Nada tenía valor especial. Ahí surgió un movimiento anticientífico que asimiló el discurso oficial al de la religión, algo que en este momento sostienen los grupos más reaccionarios de Estados Unidos, los creacionistas, o los de la ciencia cristiana, grupos de derecha que tratan de impedir que se enseñe la teoría de Darwin. La posmodernidad tomó la parte mística de la ciencia, agitó ese costado especial que tiene, de dar cuenta de algunos fenómenos del Universo, y dejó de lado lo que tiene de valor de verdad y de mejoramiento real de la vida humana. Aunque puede producir catástrofes, también. En general, de todos modos, veo progreso.
¿A la Iglesia le molesta mucho la ciencia?
–Ahora no parece molestarle demasiado. Algunos grupos de ultraderecha, especialmente protestantes, están armando lío acerca de la Teoría de la Evolución, la espina más terrible que tienen clavada. Y en la Iglesia y los colegios católicos el tema se maneja con mucho cuidado. Pero en el Vaticano tienen un elenco científico muy importante. Y no nos olvidemos que los países musulmanes, incluso integristas, han hecho desarrollos fabulosos de energía nuclear. La religión y la ciencia chocaron en el siglo XVII, con el emblemático juicio a Galileo. Pero eso está quedando atrás.
¿Pero el relato de la ciencia no desmiente todo el tiempo al relato de la religión?
–Desde ya. Pero salvo en grupos muy integristas, el relato religioso se toma como mitológico. Nadie pretende leer la Biblia al pie de la letra.
¿Le parece?
–En algunos grupos, no: los testigos de Jehová, los integristas norteamericanos.
¿No cree, entonces, que el relato religioso es tomado y creído literalmente por multitudes, todavía, en el mundo?
–No sé si es así. Una persona que haya cursado el secundario, que paradójicamente recibió toda la información científica que se conoce, por ahí maneja códigos de acuerdo con el ámbito: un adolescente habla de un modo con sus amigos y de otro con los padres o profesores. Y no necesita identificar eso, decir “bueno, ahora estoy hablando con...”, lo hace automáticamente, una cosa bastante asombrosa. Sospecho que con el tema de la religión pasa algo por el estilo. La jerarquía eclesiástica es muy ignorante y en la Argentina, además, es muy reaccionaria: ejerce presión sobre el sistema educativo. Estamos, sí, en una época de resurgimiento de fundamentalismos: hay más religión ahora que hace cincuenta años. Espero que sea un fenómeno transitorio. La religión, de todos modos, da respuestas que no se pueden encontrar de otra manera: un dolor muy grande, no encontrar trabajo. Entre gente muy cultivada, incluso científicamente, hay rituales como ponerse una corbata o usar un amuleto. Esos rituales socializados y condensados producen peregrinaciones como la de San Cayetano. Es lógico que ante ciertas cosas, como la impotencia de la medicina, que despejó montones de enfermedades que pasaron al olvido pero todavía no puede con el cáncer o el Alzheimer, los desesperados vayan a consultar a quienes les hacen creer que se van a curar, manosantas, santos. Es obvio que no sirve para nada, a menos que la autoconfianza, ese tipo de cosa, tenga algún efecto temporal del que todavía no se sabe. Es tanto lo que no se sabe que hay márgenes para todo. Incluso hay gente que cree en los extraterrestres y que se le aparecen. En Estados Unidos hay una sociedad de abducidos.
Yo tenía una vecina, ya fallecida, que también estaba convencida de que en cualquier momento la iban a contactar.
–En general son abducciones muy raras. Suele ser medio absurda la conducta de los extraterrestres: en vez de llevarse a alguien que les pueda contar, se llevan a viejitas que miraban todo el tiempo televisión.
Vuelvo al asunto de la divulgación: busca, en sus libros, y también lo observo en los programas de cable y televisión, ser entretenido, contar con humor. Esquivan la solemnidad.
–La ciencia es un relato y cuenta historias. Siempre digo que la divulgación científica es la continuación de la ciencia por otros medios. La masificación de la ciencia es otro elemento; empiezan a aparecer películas que muestran a los científicos como tipos ordinarios, que se corren del estereotipo del sabio loco que por un lado es distraído y por otro reúne todo el saber, lo consultan cuando nadie sabe qué hacer. En este momento, el movimiento científico es enorme, se publican muchos libros, hay programas.
¿Cómo surgió ese personaje, Díaz Cornejo?
–Es un viejo personaje, ya actuaba en mis novelas y en una sección del suplemento Futuro. Es un policía muy particular al que le gusta la metafísica, que tiene dificultades con la institución y una visión escéptica del mundo. Yo diría que su antecedente es Isidro Parodi, el peluquero-detective de Bustos Domecq. El Comisario Inspector dice que la policía regula la metafísica de la sociedad, que su intención no es reprimir el delito sino regular.
¿Pero por qué un policía? ¿Por el enganche que genera el registro del género?
–Claro. Muchas veces los detectives prototípicos del género tienen otra vida, vienen de otro lado, no se trata estrictamente de la máquina policial. Pepe Carvalho, el detective de Vázquez Montalbán, es un tipo cultísimo, amante de la cocina, que ha luchado contra el franquismo: no es un mero engranaje detectivesco. Montalbano, el de Camilieri, ha leído mucho y tiene también la historia de la comida. En cambio Wallander, el de Mankell, es un policía cualquiera y refleja lo que sería una investigación científica. La tarea detectivesca es racional, casi una teoría matemática.
Da la impresión de que la ciencia ha dado un salto muy grande en los últimos diez o quince años. ¿Qué opina?
–Bueno, siempre parece eso. Obviamente, hay épocas con más desarrollo que otras. Esta es una época de mucho, pero no sé si más que a principios del XIX, con la máquina de vapor, la locomotora. Hay cosas que se ven con el tiempo: hace 3 millones de años, el homínido empezó a adoptar la posición erecta, bípeda, que todavía no está totalmente consolidada, como lo muestran los numerosos problemas de espalda; bueno, de ese período, la vida se alargó especialmente en los últimos 10 mil años. Mirando el todo te das cuenta de que tenemos raíces profundas que no se ven.
La ciencia es subversiva, dice.
–Sí, porque cuestiona y no acepta el principio de autoridad. No alcanza con que se diga que algo es así: necesita contrastación pública. Pero a partir de resultados erróneos también se abren caminos: Tycho Brahe, por ejemplo, con razones bastante sensatas rechaza el sistema de Copérnico y arma uno propio que no resultó correcto, pero sirvió para desbancar el otro y para nutrir de datos a Kepler, que no tiene miedo de pensar en elipses porque ya no cree en las esferas. Otro ejemplo es el del flogisto, un concepto erróneo que, sin embargo, organizó toda la química.
¿Cuáles son las preguntas que la ciencia se propone responder que le generan más expectativas?
–Están las grandes preguntas cosmológicas, si el Universo se está acelerando en su expansión o no, cómo fueron los primeros instantes. Después están las preguntas del mesomundo, que no están nada resueltas; los problemas relacionados a la física del sólido. En medicina, qué es la conciencia, el estado consciente. En biología todavía hay bastante que saber. El problema de la geología planetaria, cuántas estrellas tienen o no planetas, el hallazgo de alguno parecido a la Tierra que todavía no se puede observar con los métodos actuales, porque son muy chiquitos. Va por ahí.
La ciencia, en perspectiva, ¿tiene componentes de mito?
–El científico, en general, trabaja con los mitos, con un sustrato que contiene los mitos, los prejuicios de la época. A algunos los conoce y a otros no. Copérnico no podía imaginarse que no fueran circulares las órbitas, porque eso era un prejuicio en su época y él no lo sabía. Y así supongo que vivimos nosotros también en torno de cosas que ni nos imaginamos y las damos como ciertas. Romper con los prejuicios lleva años.
Angel Berlanga
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