octubre 31, 2005

El Sonido del Alma


Hay acuerdo en reconocer que la música en general lleva consigo un poder y que ciertas obras musicales producen un efecto indiscutible sobre el cuerpo y el espíritu. Resulta interesante abordar esta dimensión esotérica del mundo musical.

Para empezar, es necesario recordar que estas prácticas musicales son motivadas, no por una búsqueda estética, sino por la búsqueda de los poderes que ellas procuran. La potencialidad estética está incluida en el conjunto de esos poderes. Este poder se constata por sus efectos. En ciertas músicas orientales, menos en las artísticas que en las populares, se busca un efecto y se mide la cualidad de la música por los efectos que ella produce. Yo he estudiado la música mística sufí y las formas populares que de allí se derivan y que han conservado su carácter, y he sido llevado a plantearme la famosa pregunta., ¿en qué residen los poderes de la música?

Existe seguramente una infinidad de respuestas. Una de ellas, muy dogmática, y que he sido motivado a relativizar, considera que los intervalos o los tonos previstos producen efectos también previstos. Existe a ese respecto toda una especulación que se apoya sobre Pitágoras y la escolástica griega y que ha influenciado al Islam. Pero la experiencia muestra que el poder no reside en la elección de tal escala o de tales tonalidades, porque, cuando se ejecuta, no se aplican estas leyes matemáticas de manera muy precisa. El poder no se deja traducir en ecuaciones.

Existen respuestas relativistas evocando un fenómeno de condicionamiento: se está habituado a entrar en un cierto estado al escuchar cierta música. Al escuchar tal música se pasa inmediatamente al estado de trance, por ejemplo. No se podría negar este fenómeno; pero todas estas respuestas no son más que parciales. En el hecho hay un conjunto de factores en juego. El timbre del instrumento debe ser tomado en consideración, los intervalos tienen un cierto efecto, el condicionamiento, la respuesta refleja, el fenómeno cultural, y sobre todo la naturaleza del auditor y del intérprete, todo esto juega un cierto rol. Una respuesta que pudiera ser más satisfactoria se perfila al abordar el tema del poder interior del ejecutante.

Para transmitir un influjo, el ejecutante debe tener él mismo un cierto poder que viene de la calidad de su concentración, de su meditación. Algunos dicen que este poder está ligado a su grado de pureza interior, otros que esto se manifiesta porque el ejecutante está ligado a una línea iniciática que le da una especie de baraka permitiéndole transmitirla a través de su música. Yo he visto casos extremos donde la forma musical no tiene nada que ver; músicos animados de una fuerte espiritualidad provocan efectos increibles ejecutando motivos muy simples. Esto me parece que es uno de los ejes fundamentales. Se ve raramente un músico que llegue a fascinar a la gente sin tener en sí mismo esta especie de fuerza interior. Por lo demás, esto es lo que constituye el beneficio de una tradición: se es iniciado a una cierta forma de espiritualidad a través de la música. Todo marcha junto.

Por otra parte, la forma de la música misma hace que ella sea capaz de transmitir un poder o no. Si alguien trabaja sobre bases musicales que no corresponden de ninguna manera a las leyes de la naturaleza, como se observa a menudo en occidente hoy día, su espiritualidad no se puede expresar tan bien como la de un Bach por ejemplo. Es necesario distinguir, por un lado, algo que podría llamarse la intención o la motivación y, por otro, los medios utilizados. Me digo a veces que si Beethoven hubiera sido un músico indio, persa o turco, su música hubiese sido tal vez aún más emocionante, porque las leyes que él hubiera aplicado son más fundamentales que las de la armonía.

Es imposible concebir los poderes de la música separados de una referencia al sistema tonal o modal. El sonido de un instrumento encierra en sí mismo las leyes de la organización de la tonalidad. La nota fundamental y sus armónicos se organizan naturalmente de una manera precisa. Son cosas con las cuales no se puede hacer trampas. Desde este punto de vista, conviene no separar el Oriente del Occidente. Toda Europa obedece a casi las mismas leyes melódicas que la China, la India, Persia y los países Arabes. La música europea clásica tardía constituye un caso aparte; pero, en todo lugar un canto sigue siendo un canto. ¿Y cómo se podría cantar en doce semitonos?

Hablando de instrumentos, hay algunos que se prestan particularmente a la transmisión de influencias y poderes. Gente profundamente arraigada en la tradición, como los sufíes por ejemplo, nos responderán que, sin ninguna duda, ciertos instrumentos transmiten mejor que otros. En Turquía y en todo el mundo árabe, la flauta de caña (ney) es un instrumento cargado de efectos espirituales. Y esta flauta se la encuentra en el Japón como flauta de bambú en la música Zen (el sakuhachi) donde es tocada de una manera muy semejante al ney turco. Se puede difícilmente evocar una influencia cultural en el uno o el otro sentido, y sin embargo la similaridad está presente.

Ciertos instrumentos de cuerda frotada están igualmente cargados de poder, tal como las diferentes violas. En la cultura occidental, es el violín el instrumento más cargado de poder. Pensemos en Paganini y su violín del diablo, en la Sonata a Kreutzer, en la sonata El Trino del Diablo de Tartini, etc. Todo esto evoca un universo fantasmagórico.

Se encuentra también el tambor sobre bastidor circular, repartido por todo el Oriente y Africa del Norte. Es el instrumento chamánico por excelencia de los siberianos, los lapones, los indios americanos, de todas las confraternidades derviches que practican la letanía en voz alta (zikr).

Cada cultura posee sus instrumentos privilegiados. Pero un músico animado de un poder espiritual, un maestro espiritual, podrá obtener un efecto con prácticamente cualquier instrumento. De todas maneras, los instrumentos privilegiados por ciertas culturas no lo son por azar.

He trabajado mucho con la música persa, clásica y popular. En esa música la clave del efecto reside en la ornamentación. Los maestros de música más perfectos y más iluminados lo dicen así. La estructura melódica constituye la base, pero es preciso trabajar esa base para que se produzca el efecto en la música. Los ornamentos son una manera de aproximarse a una dimensión más esotérica. Lo que todo el mundo capta inmediatamente es la estructura, la tonalidad, el ritmo, la melodía simplificada, pero el oído ejercitado apreciará las finezas en la manera de ejecutar. Es análogo a lo que nos sucede a nosotros. Se puede tocar un preludio de Bach de una manera determinada. Todos dirán: «es correcta»; pero el aficionado entendido captará otra cosa: todo el arte de la ornamentación desplegado por el ejecutante. En la música persa, si se quita eso, no queda nada.

Se considera que la ornamentación es algo que se «agrega» a la música... Pero es necesario recordar que, generalmente hablando, esta música es más libre; no se ejecutan «partituras», sino un tema más bien fijo que se ornamenta al gusto. Por ejemplo, yo he recolectado una docena de versiones de un trozo para viola, el tema del pájaro fénix - el Simorgh - que es una música chamánica, Cada versión es diferente, ornamentada de manera completamente diferente, el músico ha impreso su sello, pero es siempre el Simorgh. En ese trozo, todo está en la ornamentación: es necesario evocar el rumor del ala del pájaro, su arrullo, tantos otros detalles que demandan una gran fineza. Y cuando se trabaja con músicos jóvenes, uno se da cuenta que algunos no traspasarán jamás un cierto nivel de comprensión del instrumento. Sus adornos restarán siempre simples; no llegarán a dar ese impacto al sonido. El adorno es una manera de hacer que el auditor sea consciente del sonido. El sonido plano, desnudo, no puede entrar verdaderamente en el oído del espíritu, se le oirá sólo como se escucha un concepto.

A mi modo de ver, en Oriente como en Occidente, la música clásica ha trabajado de manera de vaciar al sonido de ese poder que barrena el oído y que nos penetra física, emocional e intelectualmente. El éxtasis musical llega cuando todos esos elementos son reunidos. Si no, no son más que imágenes del éxtasis. El «poema del Extasis» de Scriabin, por ejemplo, no es una representación del éxtasis sino un ensueño de como éste podría ser. Igualmente, los derviches «giradores» turcos actuales que presentan espectáculos endulzados para turistas, actúan el éxtasis pero no están en absoluto dentro de él, sus posturas corporales siguen estéticamente el simbolismo de una danza reglamentada. Pero el éxtasis que viven los derviches kurdos, no está programado ni es mecánico. Los derviches son penetrados completamente al nivel físico,
al nivel emocional - lloran a menudo - y al nivel imaginativo: están verdaderamente en otro mundo. la música los hace pasar a otro universo. Tal es su finalidad.

Cuando los sufíes han pasado a ese otro universo, ellos pueden tener visiones, revelaciones de conocimientos, del espacio, del sonido, todos los niveles del ser son evocados al instante; es por eso que se llega más fácilmente a una experiencia de totalidad...

La tesis que sostiene la música espiritual en todo el Islam, desde los primeros textos sufíes hasta los últimos maestros contemporáneos - y hay unanimidad en este punto - es que existen sentidos espirituales. Hay así una vista del alma, un oído del alma, un gusto, un olfato, un tacto del alma misma, por eso es que ciertos milagros dejan trazas concretas. Y así como existe un intelecto que nos permite conceptualizar, existe un intelecto del alma que domina todo esto. Si estos sentidos espirituales existen, existe también un mundo espiritual que se puede ver, escuchar, respirar, tocar. Esta tesis es uno de los pilares de la cultura iraní. El Paraíso era el jardín de los reyes. En toda la cosmología persa se encuentra este intermundo de formas y hechos sensibles, pero inmateriales. Los neoplatónicos del renacimiento conocían esto muy bien. Como Marcelo Ficino, un esoterista neoplatónico veneciano, que había establecido una especie de teurgia: tocando el violín, quemando perfumes, concentrándose en las vibraciones de ciertos planetas, él llegaba a fundirse con la entidad metafísica del planeta. ¡ Todo esto en pleno Renacimiento !

Más adelante fueron rechazadas cosas como ésta. Con Descartes, la imaginación pasó a ser la locura de la lógica y el concepto reinó como el maestro. En la música se suprimió todo lo que podía producir una apertura espiritual demasiado sensible. Según mi opinión, el Occidente ha caído en el materialismo, y, como compensación, se ha creado una imagen demasiado abstracta de la espiritualidad, separando radicalmente el espíritu del cuerpo. Y la música, en mayor grado que las otras artes, se sitúa justamente entre esos dos dominios, en las regiones del alma, de los sentidos interiores, de lo imaginario... Desde hace largo tiempo la música llamada clásica no se contacta sino con el intelecto; y esto también ocurre a menudo en Oriente.

Esta supresión se efectuó en varias fases; pero en el siglo XIX todo quedó consumado. La música popular comienza su agonía; cae en el olvido toda la música del siglo XVIII y la anterior; los secretos de interpretación se pierden. Y para compensar esta declinación, se resucita una tradición muerta, el canto gregoriano, pero completamente despojado, endulzado, etéreo, para no dar por ningún motivo la impresión de una influencia sobre el cuerpo y sobre la emoción. Podría ser la música de las esferas ¡ pero cuán fría !

Hablando de la inspiración, ésta es siempre importante en Occidente. Se espera de un intérprete que esté inspirado. Este problema no se plantea evidentemente con la música electrónica o los «objetos musicales», a propósito de los cuales se puede hablar en rigor de inspiración en la concepción. Por otra parte, la inspiración ha cedido el paso a la técnica, al espectáculo. Los artistas orientales, como los griegos consideran que ellos están sumergidos en una atmósfera donde flotan sonidos musicales - ese mundo imaginario del que hablábamos - y que basta con captarlos. Pero entonces la inspiración significaría estar en otro estado, trascenderlo todo...

Yo he abandonado la guitarra clásica cuando me preparaba para hacer de ello una carrera, a fin de consagrarme a la música oriental. Ha sido entonces cuando verdaderamente he aprendido música. Antes
de eso, no hacía más que tocar notas y ensayar comprender, pero sin haber tenido jamás experiencias convincentes. Debo precisar que hablo desde el rol de intérprete, no del público; en Occidente el auditor es mimado; el intérprete está a su servicio, en tanto que en Irán, se hace música para sí, o para Dios, sin tomar en cuenta al oyente. Para mí la emoción que se puede sentir ejecutando esa música tradicional es
sin comparación con la de la música occidental, pues aquella es hecha para eso. Más aún, es música en la cual la creatividad es exigida, se tiene libertad para hacerlo, y se debe expresar, no sólo la sensibilidad del compositor o del creador anónimo de la obra, sino también lo mejor de sí mismo. Cuando se llega a ese estado de inspiración, se entra de golpe en la significación de una pequeña frase melódica. Ella habla y se siente que está viva de una manera diferente a la habitual. Entonces uno entra en sí mismo y esa frase nos lleva hacia otra y se siente la posibilidad de desarrollar algo nuevo. Llega un momento, con ciertos instrumentos en particular, en que el ejecutante siente que no es él quien está produciendo la música, ella actúa por sí sola. Muy a menudo es la mano la que piensa, ella lo hace.

Cuando el músico constata esto, se vivencia a sí mismo como si fuera un lugar de tránsito de energía. Es una sensación indescriptible y que llena de dicha. Se pueden producir cosas increíbles. La sonoridad de los instrumentos se hace sublime, todas las coacciones desaparecen... Puede suceder, por ejemplo, que un cantante, súbitamente, empieza a cantar con la voz de otro, la voz de su maestro. Existen numerosas maneras de estar inspirado, pero la condición es una sola: eclipsarse.

Lo que es catastrófico es cuando un músico tradicional toca desde su ego. Para el músico occidental el problema es diferente; desde el Romanticismo, se tiene el hábito de hacerlo así, aún se le pide que lo haga. Es otro género de técnica. Pero si un músico tradicional hace alarde de su ego, sus problemas, sus complejos, el resultado es terrible. Escuché, por ejemplo, un concierto de música china sobre la cítara de siete cuerdas, un instrumento con tantas posibilidades como un clavicordio moderno. El intérprete parecía caricaturizar lo que podría imaginarse como un concierto de Liszt. Se me explicó, después, que él había aprendido de su padre todas las finezas de la tradición, pero que se había desconectado completamente de ese espíritu, siguiendo la escuela contemporánea de tipo «materialista dialéctica». Esta tiende a desarrollar la exposición de un ego monumental, atormentado, apasionado. En tanto que, en su origen, esta cítara, que era el instrumento, por así decir, «dialéctico espiritualista» de Confucio, exigía una interiorización del gesto semejante al que se encuentra en el tai-chi, un desarrollo considerable de la sensibilidad táctil y de la elegancia del gesto destinado a crear ese estado interior, esa emoción que da al sonido su fuerza espiritual y su impacto, trabajo sin el cual no sucede nada.

En Irán, sobre todo en las zonas rurales, se escucha a los campesinos que cantan o tocan sus instrumentos, animados de una fuerza increíble que jamás poseerá un músico clásico de una sociedad urbana moderna. Y aún si su música sólo esté basada sobre 4 o 5 notas que se repiten, esta fuerza es suficiente para emocionarnos hasta lo más profundo. ¿De dónde viene esta fuerza? Viene de la tierra y del cielo. Un cantor flamenco era entrevistado en una discusión de musicólogos sobre el origen de esta tradición: «Yo trabajo mi campo - dijo él - la tierra se abre y su canto se eleva. Eso es el flamenco». La verdadera música es una ofrenda de la tierra que se eleva hacia el cielo. Entonces sucede que el Cielo responde...

Jean During

Los espectros de Arlt


Hace pocos días se cumplieron 70 años de un aniversario sin pena ni gloria, porque no evoca grandes gestas ni epopeyas con bombos y platillos ungidos por la cronología oficial. Aunque en verdad, apagada entre tantas cosas que pasan, hay gloria y cierta pena en la evocación, un poco caprichosa, de ese acontecimiento mínimo y amarillento. El 19 de septiembre de 1935, (un día como ayer, hace 70 años) Roberto Arlt publicó, la primera de sus “Aguafuertes Gallegas”.

Sus crónicas continuaron publicándose sistemáticamente desde ese día y hasta el 13 de noviembre de 1935. Después fueron compiladas y siguieron la misma senda paradigmática de las “Aguafuertes porteñas” bajo el nombre de “Aguafuertes Gallegas y Asturianas”. Había viajado a Marruecos, y también a Galicia y Asturias, y de todos esos sitios, dejó huella, con sus textos maravillosos, que no sé si dejaron huella. ¿Quién escribe hoy con esa contundencia de aplanadora, con esa sinceridad seca y caliente, con esa fuerza, sin vueltas y tan de frente?

Ayer mientras tomábamos café y hablábamos de periodismo y de fútbol, como hacemos siempre, Mario Markic, amigo y mitológico cronista viajero, me decía que para él las Aguafuertes, como género periodístico, han desaparecido. Es cierto, pero es cierto, entre otras cosas porque Arlt se murió y ya hace mucho. Tortuosamente, me gusta reiterar la pregunta casi como una denuncia: ¿Quién escribe como Arlt, que escribió, por ejemplo, esto desde Galicia? "Filosóficamente musculoso, el gallego no tolera la miseria, antes de estirar la mano limosneando, se expatría".

Silvia Saítta, hizo un libro insoslayable por su erudición y lucidez sobre Roberto Arlt, que se llama “El Escritor en el Bosque de Ladrillos”. Ahí Saítta cita a Ricardo Piglia que también habla de Arlt, y lo cita de manera inmejorable. Dice Piglia, en Respiración Artificial, citado a la vez por Saítta,”¿Qué era Arlt aparte de un cronista de El Mundo? Era eso, justamente, dijo Renzi, un cronista del mundo”. Como todos saben, (los que saben algo de Arlt) él escribió sus Aguafuertes en El Diario El Mundo, y causó furor. Su prosa como quería Capote, era clara y cristalina como el agua de un arroyo, aunque hablara de las mayores oscuridades.

Fíjense otra vez lo que decía y cómo lo decía: “Todos los sinvergüenzas que aspiran a chuparle la sangre al país y a venderlo a empresas extranjeras, todos los sinvergüenzas del pasado, el presente y el futuro, tuvieron la mala costumbre de hablar a la gente de su honestidad. Ellos ‘eran honestos’, Ellos aspiraban a desempeñar una ‘administración honesta’. Hablaron tanto de honestidad, que no había pulgada cuadrada en el suelo donde se quisiera escupir, que no se escupiera de paso a la honestidad. La palabra honestidad ha estado y está en la boca de cualquier atorrante que… exclama que ‘el país necesita gente honesta’. No hay prontuariado …que no le hable de ‘honradez’. En definitiva, sobre el país se ha desatado tal catarata de ‘honestidad’, que ya no se encuentra, un solo pillo auténtico. No hay malandrino que alardee de serlo…”

No deja de llamarme la atención su condición profética. Han pasado tantos años y en el fondo, es poco lo que se ha transformado. El malandrinaje domina, impera y asusta. Como imperan los espectros. Los espectros de Arlt.


Miguel Wiñazki

Joaquín Sabina: “ALIVIO DE LUTO”


–¿De dónde nacen las canciones?
–A veces nacen de las noticias. Me gustaría contar “Pájaros de Portugal” porque tiene una anécdota muy concreta. Hace ocho o diez años se escaparon de sus casas de Tarragona dos chavales de 14 o 15 años. El país estuvo aterrorizado esos días porque se creía que los habían matado, que los habían violado, cualquier cosa. Y nada de eso había sucedido: querían ver el mar, y cuando vieron que era peor que en la tele llamaron a sus padres acojonados. Volvieron, vírgenes, supongo, acojonados... Sí, a veces las canciones nacen de las noticias, pero hay que rumiarlas. Eso pasó hace ocho años, y cuando leí la noticia pensé: aquí hay una canción. Pero la canción misma viene ocho años después, cuando ya se ha medio olvidado...
–¿Y usted lee la prensa con esos ojos, por si le trae canciones?
–Yo leo la prensa porque me interesa y porque soy periodicoadicto. Pero, sí, muchas veces vienen ahí las canciones, sobre todo en las páginas de sucesos, que es donde vienen las mejores historias. Porque igual que en poesía hay que cogérsela con papel de fumar, en las canciones hay que cogérsela: con un punto de cursilería, un punto de horterez y todo lo que se pueda de demagogia...
–¿Y eso es porque hay que llegar al número más grande posible de personas?
–Porque es un género para cantar y para enamorarse y para llorar. No es un género para paladear exquisitamente con la cabeza, porque va por las venas, por el corazón..., tiene que ver con todos los momentos repugnantemente sentimentales de uno. Para eso son las canciones.
–¿Usted se imagina la canción cantada al mismo tiempo que escrita?
–Yo antes no sabía de eso, pero ahora sí. En estos dos años que he estado retirado de los escenarios he estado escribiendo sonetos, e incluso escribiendo versos en revistas de actualidad, y me he dado cuenta de que las canciones no son sonetos, y no son poemas; si no nacen con la música puesta, no nacen. Ahora tengo claro, desde el primer verso, qué cosa es una canción y qué cosa no será jamás una canción.
–¿Y “Pie de guerra”?
–Nace de una canción de Leonard Cohen que dura un minuto. La mía dura más de cuatro. Me parecía que él no había desarrollado lo suficiente esa cosa espantosa que está pasando ahora mismo y que se ve todos los días en la prensa, ese guerracivilismo que se vive aquí, en Londres, en Pakistán, un horror que aquí yo mezclo de un modo caótico. No sólo están en guerra los países o las civilizaciones, sino el cuerpo y el alma, el hombre contra sí mismo, el hombre contra la mujer, y viceversa, el pelo, las uñas. Una guerra total...
–¿Estamos en un momento de desintegración?
–Yo creo que los del pensamiento único, primero, eran unos hijos de puta y, luego, no tenían previsto nada. Y nos han llevado a este horror, que se parece un pelín al Apocalipsis. Uno lee en el periódico que si todos los chinos tuvieran papel higiénico no habría árboles en el mundo. ¿Y cómo es que no hemos previsto esto?
–¿Y esta canción en concreto, cómo nació?
–Decía Cohen: “Hay una guerra entre negro y blanco / entre hombre y mujer”. Y eso ya te dispara para decir todo lo que quieras decir... El es mucho más contenido que yo.
–¿Le pasa que usted quiere prolongar lo que escriben o cantan otros?
–Sí, me pasa mucho, pero la mayoría de las veces te das cuenta inmediatamente de que estaban mejor como estaban antes. En este disco, por ejemplo, hay una canción que se llama “Mater España” y que parte de una conversación que teníamos en casa con Víctor Manuel acerca de un cantante italiano, De Gregorio. “Fíjate –decía Víctor–, este cabrón canta unacanción que se llama ‘Viva Italia’ y no pasa nada... ¡Si aquí hiciéramos una que diga ‘Viva España’, ¡la que se armaría!”. Y entonces me empeñé y le dije: ¡cómo que no! Así que hice “Mater España”. Pero, claro, cada vez que le echo un piropo luego me siento obligado a insultarla.
–Pero es un canto de amor a España, en toda su extensión...
–A una España republicana, ilustrada... Y hay unos versos que relacionan a España con “fibra óptica y ladillas”; ahí andamos, más en las ladillas que en la fibra...
–“Madrastra España / a la hora de la siesta, / la puta que se enamora, / la fruta que se indigesta...”.
–Pero ahí puta no es peyorativo. Recuerdo una cosa que me decía mi maestro Georges Brassens: que cada vez que cantaba mierda asomaba una flor por detrás. En el disco hay una canción a mi hija Rocío: le digo hija de puta. No creas que es tan fácil, pero ahí está, una canción de amor... Soy tan mayor que las dos únicas canciones de amor que he hecho en los últimos años son a mis hijas, una es “Ay Carmela”, y otra es ésta, “Ay Rocío”.
–Tan mayor, 56 años... ¿Cuando usted compone qué edad tiene?
–Cien años o ninguno. Es decir, uno se sitúa en un terreno imposible, y la canción es un género indefinido que alguien que no fui yo quiso explicar algo que me parece clave, clarísimo: una canción es una buena letra, una buena música, una buena interpretación, y algo más que nadie sabe lo que es y que es lo único que importa...
–En sus canciones parece que se dedica a narrar la vida de otros, más que la propia. Pero “Resumiendo” es en primera persona, habla de giras y conciertos, imagina sus sensaciones al subirse ahí, frente a la gente...
–Un poeta puede ser hermético, o puede ser Valente o Mallarmé. Pero un cantante no. Un cantante tiene que cantar su vida y cantar la de los demás; si no, no hay manera de llorar, de follar con las canciones. Es una canción de amistad dedicada a personas de las cuales sólo dos están expresas. Pensé en José María Cámara, que aunque es mi señorito es mi amigo; en Fernando García Tola, en Panchito Varona, en Javier Krahe. Recuerdo la bajada a la cueva de La Mandrágora [un local nocturno de los años ochenta]... La escribí pensando en ese tipo de fraternidad no perdida pero sí añorada. Yo estoy a favor de la memoria pero contra la nostalgia. Pero he de decir que el género de la canción de la nostalgia es muy bienvenido..., lo que pudo ser y no fue.
–¿Cómo ve ahora aquel tiempo y aquella gente que cita?
–Javier Krahe está exactamente igual. Como ya era un viejecito hace veinte años, pues sigue siendo un viejecito estupendo. Fernando García Tola está muerto, murió de un cáncer tremebundo. A Tola lo echo mucho de menos cada vez que pongo la televisión, porque el tipo, en unos años infinitamente más difíciles, y sin medios, inventaba un esquema nuevo y un programa nuevo cada día. Disparatadamente o excesivamente, yo creo que harían falta unos cuantos Tola, aunque ahora me alegro mucho de Buenafuente. Blasfemé tanto en nuestra conversación anterior de “Crónicas Marcianas” y de esas cosas, que la gente pensó que yo pedía un programa de intelectuales. Y no, para nada. Lo de Buenafuente es un humor inteligente y es espectáculo.
–En esa canción hemos subrayado dos expresiones suyas, “calumnia española” y “crecimos con más dudas”...
–Ah, la calumnia. En cuanto a lo de crecer, con 20 años uno puede ser entusiasta, fanático y sectario. Pero si lo sigues siendo a los 56 es que eres un imbécil y no has aprendido nada...
–¿Cómo va de dudas?
–Bien, gracias. Crezco todos los días. Me pongo en el lugar del contrario, hasta en el lugar del enemigo, que es método socrático que no está mal. No conduce a ningún sitio, sino a tener más dudas. Cada vez que digo algo en lo que creo que estoy cargado de razón, pienso en el argumento contrario. El sistema de los colegios británicos que obligan a los chicos a defender una cosa y la contraria me divierte mucho como método para dialogar con myself...
–¿Qué desata más sus dudas?
–Hay varias cosas. Pero lo que más me inquieta es esa polémica entre la alianza de civilizaciones y leña al moro..., porque Oriana Fallaci tiene razón y Zapatero también. Es verdad que se han hecho tan mal las cosas que por algún lado tenían que salir. Pero, ¿cómo se arregla? No tengo ni puta idea...
–¿Y esa expresión, “calumnia española”, que parece una redundancia?
–Se decía que la envidia era el pecado nacional. Pero luego viajas por el mundo, y ves que todas las naciones se apropian de ese pecado, que sucesivamente es el de Argentina, México, Chile... Lo que aquí hay de modo exacerbado es la facilidad de llegar a la calumnia directamente sin necesidad de aportar pruebas y sin que nadie te denuncie.
–En “Dicen que dicen” usted se ríe de sí mismo y de lo que dicen de usted. Cuando a uno le toca la calumnia, ¿cómo se le queda el ánimo?
–Pues si te compras La Fiera Literaria de este mes [de julio], hay una columna donde me dicen de todo porque he cenado con los príncipes, porque he hecho un pregón en el balcón de la Casa de la Villa, al lado de Gallardón. Pues me quedo estupefacto... Con quién ceno, y además en esta casa, no en ningún palacio, es cosa mía, y los que me reprochan que hable desde el balcón del ayuntamiento ignoran el abc de la ciudadanía, porque la Casa de la Villa es nuestra y no de Gallardón, aunque también sea del alcalde, faltaría más.
–¿Cómo surgió su relación con los Príncipes?
–Pues, según creo, Letizia quería conocerme y me invitaron unos amigos suyos, a los que yo llamo los desastrones, que son Simoneta Gómez Acebo y José Miguel Castrón, que es un gran músico. Me invitaron tres o cuatro veces, y entonces llamó Simoneta y me dijo que si no iba me mandaría la Guardia Civil, y ante esos argumentos me rendí. Pero puse como condición que vinieran a mi casa, a este piso de Tirso de Molina. Traje a Serrat, a Víctor Manuel y a Ana Belén. Nos pusimos a hacer música, el príncipe tocó el cajón y yo sigo siendo republicano.
–Usted es muy atrevido en el léxico. “E-mail parricida, mentiras ripiosas...”. Usted incorpora mucho de lo que oye. No hay mucha gente que se atreva a tanto con el lenguaje cantado.
–Como yo no tenía una gran voz ni era un excelente guitarrista, a los veinte años decidí que lo que podía aportar a la canción eran cientos de palabras, como los académicos que acaban de llegar a la Academia y quieren llevar hasta allí sus vocablos. Un día, en un hospital, oí una canción de Juan Luis Guerra, y dije: qué cabrón, cómo puede decir catéter y bilirrubina en una canción...
–En “Paisanaje” introduce una palabra, “albanokosovar”.
–Me venía al pelo lo de albanokosovar para hablar de lo de Lydia Lozano. La cosa de la telebasura. Lo peor de todo esto es que unos indocumentados se erigen en tribunal de honor y de moral, y llevan a alguien y lo insultan... Me parece mentira que esto esté siendo escuchado por un país que no se cabrea. Y hay ahí un chantaje que a mí sí que me cabrea: si dices algo en contra es que no tienes sentido del humor, que eres un puritano... En fin, éstas son las canciones que hago para ahorrarme el diván del psiquiatra. Como si me mirara al espejo para insultarme.
–¿Y qué le dice ahora el espejo?
–Me pillas en un día bueno. Hace año y medio, estaba en medio de una depresión. Pero hace cuatro meses me levanté una mañana y me apetecía salir a tomar una pizza, me apetecía escribir una canción, visitar a los amigos..., y ese estado de alegría me dura hasta hoy. Voy a hacer una gira, he hecho un disco. No me preguntes cuál es la razón. Me ha durado dos años. Me pasé semanas en que no salía ni al pasillo, venían amigos queridísimos a los que me negaba a ver, si tenía una entrevista vomitaba por las mañanas y sudaba frío, eso se cuenta en “Nube negra”. Estaba en un agujero sin sentido, pues cuando tuve el ictus me recuperé perfectamente, sin secuela física alguna. Sin embargo, a los tres o cuatro meses después entré en este agujero negro. Un neurólogo me dijo que esto era normal, pero yo no encuentro normal estar dos años en un agujero negro. Y ahora estoy con una euforia y un entusiasmo: me gusta beber, besar, andar, cantar... Y, al mismo tiempo, sigue el miedo en el cuerpo: ¿y si vuelve?
–¿De eso nació este disco?
–De esa actitud, sí, este disco es la crónica de todo eso. Dos años. Y ahora lo oigo y me parece que es de una desesperanza brutal. Pero es lo que había...
–“Nube negra” es la crónica de un tiempo maldito. Como la daga en la herida. “Cuando juego mi suerte al verso que no escribo,/ cuando sólo recibo noticias de la muerte.../ Al otro lado de los apagones,/ al otro lado de la luna en quiebra,/ allá donde se escriben las canciones/ con humo blanco de la nube negra... “.
–Te voy a contar algo. Yo voy los veranos a Rota, con los que yo llamo los poetas líricos: Felipe Benítez Reyes, Luis García Montero... Y mis amigos estaban preocupados conmigo porque no escribía. Y un día me vino Luis con esa letra, “Nube negra”... Yo le había hablado de la nube negra, y al día siguiente se presentó para animarme a que me pusiera a escribir. Y sacó un papel del bolsillo: “Mira, lo he escrito como si fuera tú”. Le había cambiado las palabras, pero estaba contando exactamente lo que me estaba pasando a mí en ese momento... Y a mí esa canción, ese gesto suyo, contándome de manera tan amistosa su solidaridad con mi estado de ánimo, me levantó mucho el ánimo, me hizo pensar en componer de nuevo. Me vino muy bien el empujón de Luisito... Claro que tenía que cantársela esa misma noche. Cogí la guitarra y salió así. Como todas las buenas letras, llevaba la música puesta.
–¿Hay algo que ya no va a volver a hacer en los escenarios?
–No daré saltos, no me disfrazaré de más joven. Huiré de la demagogia escénica, es decir, del mesianismo, “¡venga esas palmas!”.
–Resumiendo, ¿de estas canciones qué autorretrato sale?
–Las canciones están cojas mientras no las oye el otro. El retrato lo hará quien las oiga. Yo creo que son una crónica más o menos decente de lo que ha pasado mientras he estado fuera de los escenarios. Hace cuatro meses que me ocurren cosas más vivas, más cotidianas, menos literarias, más canciones... ¿Y qué canciones son mis preferidas? Tengo el corazón dividido entre “Ay Rocío” y “Pájaros de Portugal”...

Diario El País / Madrid

Las locas y el Che


Mis mejores amigos son homosexuales. Mi hermano y mi hermana lo son. Sin embargo, no tendría que empezar este artículo aclarando mi posición sin criticar ciertas posturas frívolas, que no son posiciones ideológicas de los homosexuales, no fuera considerado en la actualidad políticamente incorrecto.

En las vacaciones del verano pasado, me topé con varios muchachos con camisetas que lucían la famosa imagen del Che, del fotógrafo cubano Korda, aunque se dice que los derechos de autor los cobra la dictadura castrista desde hace mucho rato. Me acerqué a los jóvenes y pude percatarme de que a juzgar por sus conversaciones, por el modo de moverse, en sus almas vibraba La Bayamesa, que es una de las tantas formas poéticas que tenemos los cubanos para describir los amaneramientos femeninos en los hombres.

Vivo en El Marais, bohemio barrio parisino en cuyas casas se han instalado una buena parte de la comunidad homosexual, masculina en su mayoría, con su éxito de boutiques dedicadas al género. Intelectuales burgueses, negociantes judíos, libreros y comerciantes culinarios se asustan ante la invasión de tiendas chinas al por mayor, de traiteurs asiáticos y del mundo nocturno homosexual; yo no creo en la mezcolanza. Amo mi barrio con su mestizaje y su amalgama de géneros, pero no puedo pasar por alto, que en las vidrieras de ropa para mariposas (otro apodo poético para las locas) se exhiben con demasiada frecuencia las camisetas con la imagen del Che. El Che en todos los colores y a precios desorbitantes.

A principios de año organicé una exposición de dibujos eróticos de mi amigo, el pintor cubano Ramón Unzueta, en una de mis librerías preferidas: Les Mots à la Bouche. Meses más tarde firmaba ejemplares de mi novela Lobas de mar traducida al francés en el mismo espacio. Le he tomado mucho cariño al librero, Walter Alluch. Es un hombre alto, atento, servicial y siempre que me aconseja un libro da en el blanco. Fue el caso de La mauvaise vie de Fréderic Mitterrand, alguien a quien admiro desde que hacía aquellos magníficos programas de cine en la televisión francesa. La novela autobiográfica de Fréderic Mitterrand es una joya literaria y humana, y como me ha entrevistado en varias ocasiones hemos podido conversar sobre Cuba. Su punto de vista es muy claro en relación a la dictadura. Me fascina quedarme arrebujada en un rincón de la librería o bajar y descubrir las películas y los álbumes eróticos.

Vaya sorpresa que me llevé cuando al puntear con el dedo los lomos de los DVD encontré una película porno, filmada en Cuba, y en cuya portada sonreía un joven cubano, encuero de la cintura hacia abajo, mostrando sus partes más íntimas -y ¡qué partes!- y cubierto el pecho, no podía ser de otra manera, con una camiseta roja con la figura del guerrillero, delineado en negro. Me dije: "Ahí está, el hombre nuevo."

Hoy me he vuelto a tropezar con una loquita asiática, mano partida a la cintura, remeneo de caderas y tumbe lánguido de párpados; desde luego, camiseta chea, que en Cuba quiere decir, ridícula. No me pude contener. Le pregunté si sabía quién era el Che. Sonrió tímidamente, no me contestó.

Al llegar a casa llamé a un amigo homosexual. Me comenta que toda esta "euforia maricona" (palabras suyas, él es cubano) con el Che se desprende de la película de Walter Salles. En el mes de mayo de 2004 se acababa de estrenar en el Festival de Cannes la cinta Diarios de motocicleta, cuyo tema es el viaje y descubrimiento personal del continente latinoamericano por dos jóvenes argentinos montados en una vieja motocicleta, Ernesto Guevara, de 23 años, estudiante de Medicina, y Alberto Granado, de 29 años, bioquímico.

Mi amigo me explica que un número importante de homosexuales interpretaron que el Che era loca -no de carroza, de motocicleta- porque lo interpretaba Gael García Bernal, quien al mismo tiempo estrenaba personaje de loca en la película de Pedro Almodóvar La mala educación.

El azar concurrente lezamiano resulta delicioso. Con lo que odiaba el argentino a los homosexuales, con lo que los persiguió en Cuba, y ahora resulta que ha pasado de ser el héroe de mayo del 68 a mártir del Orgullo Gay. Curioso. El personaje más homofóbico que ha parido la Historia de las revoluciones es adorado por ese público de consumidores de fanatismos de izquierdas. Lamentable.

Voy a poner un ejemplo publicado en el diario El Nuevo Herald digital el 28 de diciembre de 1997: Cómo asesinaba el Che. Su autor es Pierre San Martin (pseudónimo).

"Eran los últimos días del año 1959; en aquella celda oscura y fría 16 presos dormían en el suelo y los otros 16 restantes estábamos parados para que ellos pudieran acostarse, pero nadie pensaba en esto, nuestro único pensamiento era que estábamos vivos y eso era lo importante; vivíamos hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo sin saber que depararía el siguiente.

Fue como una hora antes del cambio de turno cuando el crujiente sonido de la puerta de hierro se abrió, al mismo tiempo que lanzaban a una persona más al ya aglomerado calabozo. De momento, con la oscuridad, no pudimos percatarnos que apenas era un muchachito de 12 ó 14 años a lo sumo, nuestro nuevo compañero de encierro.

'¿Y tú que hiciste?', preguntamos casi al unísono.

Con la cara ensangrentada y amoratada nos miró fijamente, respondiendo: 'Por defender a mi padre para que no lo mataran, no pude evitarlo, lo asesinaron los muy hijos de perra.'

Todos nos miramos como tal vez buscando la respuesta de consuelo para el muchacho, pero no la teníamos. Eran demasiados nuestros propios problemas. Habían pasado dos o tres días en que no se fusilaba y cada día teníamos más esperanzas en que todo aquello acabara. Los fusilamientos son inmisericordes, te quitan la vida cuando más necesitas de ella para ti y para los tuyos, sin contar con tus protestas o anhelos de vida.

Nuestra alegría no duró mucho más cuando la puerta se abrió. Llamaron a 10, entre ellos al muchacho que había llegado último; nos habíamos equivocado, pues a los que llamaban nunca más los volvíamos a ver.

¿Cómo era posible quitarle la vida a un niño de esta forma; sería que estábamos equivocados y nos iban a soltar? Cerca del paredón donde se fusilaba, con las manos en la cintura, caminaba de un lado al otro el abominable Che Guevara.

Dio la orden de traer al muchacho primero y lo mandó a arrodillarse delante del paredón. Todos gritamos que no hiciera ese crimen, y nos ofrecimos en su lugar.

El muchacho desobedeció la orden, con una valentía sin nombre le respondió al infame personaje: 'Si me has de matar, tendrás que hacerlo como se mata a los hombres, de pie, y no como a los cobardes, de rodillas'.

Caminando por detrás del muchacho, le respondió el Che: 'Xon que vos sos un pibe valiente'...

Desenfundando su pistola le dio un tiro en la nuca que casi le cercenó el cuello.

Todos gritamos: asesinos, cobardes, miserables y tantas otras cosas más. Se volteó hacia las ventanas de donde salían los gritos y vació el peine de la pistola. No sé cuántos mató o hirió. De esta horrible pesadilla, de la cual nunca logramos despertar, pudimos darnos cuenta después, en la clínica del estudiante del hospital Calixto García, adonde nos habían llevado heridos. Por cuánto tiempo, no lo sabríamos, pero una cosa sí estaba clara, nuestra única baraja era la de escapar, única esperanza de superviviencia".

Cito en toda su integridad el testimonio con la esperanza de que la comunidad homosexual, con quien me identifico y de quien soy solidaria, entienda que llevar la imagen del Ché como moda, constituye un insulto para muchas de sus víctimas, entre las que se encontraron grandes escritores homosexuales cubanos: Virgilio Piñeira y Reinaldo Arenas. Sin contar los niños que han crecido traumatizados con el famoso lema como tarea vital: Seremos como el Che . O sea guerrilleros y terroristas.

Zoe Valdéz El Mundo, Madrid / Julio 21, 2005

“Tus personajes son como tus parientes”


Parece contento Abelardo Castillo, aunque diga que en cierta forma ya vive como una carencia la publicación de El espejo que tiembla, el volumen de cuentos largamente anunciado, el quinto eslabón de la serie Los mundos reales. Lo real: ¿no dice, en la primera línea de la solapa de sus libros, desde hace décadas y miles de ejemplares, que nació en San Pedro? El hombre cuenta, en su casa de altos de la calle Hipólito Yrigoyen, que en realidad nació en Buenos Aires y que a los ocho años, cuando sus padres se separaron, se fue a su ciudad natal, a orillas del Paraná, en la que siente haber nacido. Acaso el dato, que desliza sin énfasis particulares, tenga que ver con la presencia en estos relatos de calles y barrios y atmósferas del sitio donde realmente nació. “Es como si hubiera vuelto al mundo de mi infancia”, dice Castillo, y echa humo de tabaco de pipa, y recuerda que cuando era muy chico ya disfrutaba con irse, los martes a la tarde, desde su casa en Terrero y Gaona hasta una librería de Caballito, a comprar la revista del Pato Donald. “Y no la abría hasta volver, y a veces me iba hasta la Plaza Irlanda sin mirarla. Ese trayecto entre la librería y la plaza, o mi casa, era como un modo de la eternidad”, dice, y la historia resulta una raíz bastante lejana del placer que le da dilatar la aparición de sus libros.
Los personajes –hombres, mujeres, fantasmas, sombras– que habitan los once cuentos de El espejo que tiembla viven extrañas bifurcaciones y confluencias que, luego, o antes, pueden desembocar en el abandono, la muerte, la pesadilla o el horror, la concreción de sueños, reales o imaginados. Castillo ya había anticipado que en este libro predominarían los relatos fantásticos y que, de alguna forma, se estaba permitiendo una libertad que “el compromiso” de décadas pasadas juzgaba “impertinente”. Más allá de géneros: no puede alejarse aquí del fabuloso manejo de los tiempos, de la singular forma en la que hace hablar a sus criaturas, de la fluidez con la que se instalan el humor o la amargura, lo patético o lo encantador, sin que se tenga la sensación de que esos adjetivos no dicen demasiado frente a lo que realmente pasa al leerlo. Sobre el implantamiento de una lógica regida por un “deber ser” que parece inconmovible, el narrador superpone otra que tuerce, desmiente, prueba que ese “deber ser” no es tal y que tampoco es tan rígido.
–En abril del año pasado decía que el libro saldría en octubre; en enero, que iba a salir en marzo. ¿Qué pasó?
–En octubre lo tenía listo, pero en la editorial decidieron que sería mejor sacarlo este año. Y todavía no estaba decidido el orden de los cuentos. Después quedamos en que saldría para la fecha de mi cumpleaños, en marzo, pero ahí surgió lo imprevisible: el arreglo entre Ballcels, la agencia de España, y la editorial, porque para publicar este libro había que renovar el contrato de toda la obra. Ahí empezaron las conversaciones, que ignoro totalmente. Mientras saqué algún cuento, lo cambié por otro, lo organicé de otra manera. En algún sentido me divertí bastante, porque es la parte de la literatura que más me gusta: corregir. Y, sobre todo, dilatar. Nunca me preocupó dilatar nada: ni un viaje, ni un encuentro, ni un libro. Tener un proyecto que se alarga es como sentirse inmortal.
–Es una postura que anda bastante a contramano de estos tiempos.
–Creo que sí: mis tiempos no coinciden en general con los de la gente. Vivo prácticamente de noche. Y aunque nací en Buenos Aires, me crié en San Pedro, pueblo de río, chico, donde el tiempo fluye de otro modo.
–Más allá de las alusiones a Buenos Aires, hay también una fuerte presencia de lo fantástico. ¿Por qué diría que estos dos elementos predominan ahora en sus relatos?
–San Pedro sólo aparece nombrado en el cuento donde el tipo se encuentra con Poe en una especie de sueño; es cierto, hay una presencia mayor de Buenos Aires, con calles y lugares. En cuanto a lo fantástico, es como una deuda que viene desde los ’60 que me he pagado a mí mismo. Para mi generación escribir cuentos fantásticos producía mala conciencia, porque se suponía que había que ser realista, coloquial, politizado, “comprometido”. Aunque desde mis primeros tiempos fui publicando algunos, siempre tuve pudor por mis cuentos fantásticos: era como hacerle demasiada concesión a lo intimista. Así que fui acumulándolos. Diría que, a la inversa de Borges, que a los 70 años dijo que había aprendido a contar historias realistas sin tanta retórica –él nota casi con asombro el predominio de lo realista en El informe de Brodie–, yo sentí que a los 70, con algún dominio del oficio, ya podía volver a contar historias fantásticas.
–¿Usted no recomendaba, en su decálogo sobre la escritura de cuentos, que se evitara hacer ficción con los sueños?
–En realidad decía que no hay nada más aburrido que escuchar que te cuenten un sueño, igual que zamparle a otro lo que uno soñó. En La calle Victoria, el personaje más joven le dice al otro, que tiene mi edad: “Yo no sueño, tu generación soñaba, y así le fue, en la vida y en los sueños”. El cuento siguiente es Fordham, que es como la historia de un encuentro soñado. Yo soy un gran soñador: los momentos más estupendos de la vida real son los sueños. Por eso mis libros se llaman Los mundos reales, porque concibo que los sueños forman parte de la realidad. Algunos cuentos míos, como Erika de los pájaros o Week end, están literalmente basados en sueños.
–¿Cuándo descubre que tiene un cuento?
–Es muy raro: para mí un cuento nace como una especie de punto en el tiempo y en el espacio, ya terminado. En el momento en que se me ocurre el final tengo resuelto el resto: lo único que tengo que hacer es escribir hacia atrás lo que justifica ese final.
–¿Un ejemplo de “final” de alguno de estos cuentos?
–Aunque parece un cuento totalmente fantástico y disparatado, Noche de epifanía surge de un hecho real que me contaron en San Pedro: un nene de cuatro años le había pedido algo a los reyes y no podían hacerle decir cuál era el pedido. Porque el tipo, con esa lógica abrumadora que tienen los niños, decía por qué iba a contar, si los reyes ya sabían: eran magos, ¿no? En el momento en que recibí la historia el cuento estaba completo, aunque tardé muchos años en escribirlo, cosa que me suele ocurrir. Una vez que lo tengo terminado en la cabeza, no me importa cómo se escribe. Noche de Epifanía es la narración de una nena que ha escrito una carta a pedido de su hermano.
–Ya en Conejo (un cuento anterior) el narrador era un nene. A propósito, ¿por qué no tuvo hijos?
–Desde muy joven sentí que no iba a tenerlos, lo cual me llevó a grandes conversaciones con Sylvia (Iparraguirre, su compañera). Después, dada mi edad, tampoco hubiera querido tener un hijo al que le llevara, cronológicamente, demasiado tiempo. Pero probablemente tenga que ver con mi historia personal: soy hijo de un matrimonio separado. Conejo, por cierto, es prácticamente uno de mis pocos relatos autobiográficos: mis padres se separaron y yo sentí eso como un abandono. Sin duda eso fue traumático, sobre todo para la época en que ocurrió: hoy es muy común ser hijo de un matrimonio separado, pero en los años ’40... Recuerdo una frase que me marcó mucho cuando tendría ocho o nueve años: iba caminando por Terrero y oí que un chico decía “éste es al que se le fue la vieja”. También diría que no lo viví con dramatismo: para mí fue como una recuperación de la libertad. Decirlo así puede dar la impresión de frialdad o desdén, pero no me llevaba bien con mi madre, que tenía un carácter muy fuerte, y sí, en cambio, con mi padre, que era mucho más apacible. Mi tía, por otra parte, fue como una madre sustituta.
–Es un tema que también aparece en sus relatos.
–De alguna manera me debe haber marcado, porque en muchos cuentos, y en las novelas también, la figura de la madre es esencial, para bien o para mal. Probablemente del fracaso matrimonial de mi padre heredé la enorme responsabilidad que implica tener un hijo. Diría que siempre tuve hasta miedo de tenerlos. Al mismo tiempo eso da una mirada hacia los de mis contemporáneos, de mis amigos, casi paternal: siempre me he llevado muy bien con los chicos y con los jóvenes. A lo mejor hubiera sido un padre pésimo, totalmente absorbente, con terror a que le pasara algo, sobreprotector. Lo sé por mi gato, que cuando se sube al balcón me da vértigo; los gatos no suelen caerse de los balcones, pero a mí me produce un enorme sentido de protección. Y entonces siempre pensé que de haber tenido un hijo únicamente me hubiera dedicado a ser padre, y tal vez no hubiera escrito una línea.
–¿Qué le dio y qué le sacó la literatura? Sobre todo qué le sacó, porque lo que le dio parece más claro.
–Y, la literatura saca muchas cosas. En lo económico, sin duda... No vivo como un hombre pobre, pero lo fui durante mucho tiempo. Elegir la literatura es elegir la carencia. Es una elección que hace que a veces haya que deponer, sin demasiado conflicto, una cantidad de cosas referidas a las relaciones afectivas; no digo que elegí entre la literatura y la paternidad, pero de alguna forma siempre sentí que eran incompatibles en mí. Ese tipo de carencias, que están dentro de un mundo imaginario, a veces me hace pensar todo lo que podría haber sido si no me hubiera dedicado únicamente a escribir libros. Instalar un mundo imaginario como uno real es, de hecho, una carencia, porque no creo que alguien que tiene, o cree tener, todo lo que le hace falta como ser humano, se ponga a inventar mundos de ficción: le basta con la realidad. Y lo que me dio la literatura es poder salir, también, de esa zona de carencia y de angustia. Hay un momento en que tus personajes llegan a ser tus parientes más cercanos. Y hasta también, como dicen los escritores puerilmente, pero no es tan falso, tus hijos: recuerdo que Marechal decía que sus hijos verdaderos eran sus libros.

ANGEL BERLANGA

Placeres ocultos


Miles de novelas leídas por millones y millones de mujeres en España y Latinoamérica, Corín Tellado es un caso único en la historia de las letras impresas bajo forma de novelas en el mundo. Mucho más leída, desde hace sesenta años, que el Quijote a través de cinco siglos, esta asturiana de aspecto matriarcal, algo vulgar, pétreo a la que se vio la semana pasada en un documental reciente de la televisión española, apoltronada en un living anticuado y convencional. Defenestrada automáticamente por la crítica literaria, desaconsejada en otros tiempos por los confesores de la parroquia, Tellado se leía a escondidas, se guardaba en algún cajón, lejos de los libros más prestigiosos de la biblioteca. Aunque ahora vende menos que hace una década porque la competencia es fuerte y esas novelas –aun las aggiornadas– huelen a rancio, Corín Tellado se sigue reeditando (en la Argentina, Editorial Sudamericana ofrece la Colección Cisne con títulos tales como Sé por qué te sigo, Ella volverá, Crisis amorosa, El destino la esperaba, Marcada para siempre) y además es muy activo el canje y la venta de usados.

Acaso el secreto del suceso fenomenal y persistente de Corín resida en las palabras que pronunció hace unos años el escritor Gaditano Eduardo Mendicutti en El Escorial, durante el curso La novela rosa, organizado por Guillermo Cabrera Infante: “La novela rosa es indecorosa, empalagosa e inverosímil, pero así es la fantasía sentimental de cualquier mortal. En el fondo, no importa cómo sea la novela, todo depende de que la mirada sea rosa, o de lo que ponga rosa a cada uno”. A su vez, Cabrera Infante, que fue corrector durante muchos años de las novelas de Tellado que publicaba la revista Vanidades, confiesa que le empezó a importar de verdad como personaje cuando le preguntaron a la exitosísima autora sobre quién le gustaba más, si Mario Vargas Llosa (otro que la defiende) o el propio Cabrera, y ella respondió que el primero era más guapo: “Fue una respuesta de un autor poco común, de alguien para quien la belleza es todopoderosa”.

Con un tailleur con pantalón coral y blusa negra, la melenita laqueada y grandes anteojos, en el reportaje de TVE Corín Tellado manifestó su desinterés de la opinión de los críticos. “Yo escribo como yo quiero, no como quieren ellos”, dijo desafiante. Aseguró que de niña era rebelde pero que después “la vida me machacó y me enseñó a ser diplomática, considerada”. Su vocación literaria se le reveló después de que su hermano mayor escribiera una novela que le pareció “muy cargante, de una memez tremenda”. Ahí se propuso demostrar que ella podía hacerlo mejor y pergeñó rápidamente alguna página. Pero la primera novela la escribió a los 16, mientras velaba el cadáver de su padre, después de mandar a dormir a su madre. “Me salió con gran fluidez, y aquí me tienes, hijo”, le dice a su entrevistador. La novela fue presentada en una editorial, aceptada, publicada y arrebatada por las mujeres.

Ahora, Corín Tellado dice que en la España del franquismo había “una represión tremenda, una falta de libertad absoluta” y que “nunca consideré a Franco un espabilado sino una persona simple que se rodeó de un equipo y supo meter miedo al país”. A doce años de publicar sus novelas semanales, “la censura se dio cuenta de mi existencia, me hizo sufrir mucho. Para pasarla ponía a un cura que daba consejos piadosos. Al erotismo lo escribía de manera insinuada, por eso Cabrera Infante me llamó la pornógrafa inocente. Pero sí reconozco que para escribir ciertas cosas he sido maliciosa. Soy liberada para los demás, quizá para mí no. Para mí la moral está por encima de todo. Tuve mis cosas en las cuales no entró nadie porque soy discreta”.

Corín Tellado se reivindica como una autora que abrió caminos a sus lectoras, contradiciendo la acusación de cursi, alienante y paternalista que se le suele hace con frecuencia: “Todavía hoy mujeres mayores me dicen: oye, nos has salvado la vida en aquellos momentos tan represivos leíamos tus novelas y respirábamos, conocíamos el amor a través de ti, los besos, las caricias. Yo escribía como creía que debía ser la vida, y acerté”.

C.T. a escena

“Había leído algunas novelas de Corín Tellado a los 10, a escondidas, y en ese momento me gustaban. Más bien, me excitaban”, memora Cecilia Rainero, directora de Esta vez no voy, la pieza sobre fragmentos de libros de la autora asturiana que se ofrece en La Tertulia, Gallo 826 (6327-0303), los viernes a las 21, a $10 y $6, protagonizada por Claudia MacAuliffe, Maru Sussini, Bárbara Francisco y Carla Vidal, quienes también participan en la entrevista que sigue. “Mucho después, al ensayar una obra de teatro, el director Martín Otero nos pidió que buscáramos algún material de apoyo. Me acordé de aquellas novelas y compré dos en la calle Corrientes para trabajar mi personaje. Las leí, las usé y me quedaron ganas de hacer algo con esta autora. Cuando conocí a las chicas en el taller de Marina Oberzsten les propuse trabajar sobre Corín y se reentusiasmaron. Empezamos a leer todas juntas varios de sus libros.”

Dentro de la repetición y la previsibilidad que son su marca de fábrica ¿encontraste variaciones temáticas cuando la empezás a leer en serie?

–Para este espectáculo leí más de cien. Ella tiene diferentes estilos, aunque todas las historias terminen igual y se dejen leer rápido porque no hay nada que pensar. Algunas están ambientadas en Inglaterra o en Estados Unidos; una estrategia, ha dicho Corín, para escapar a la censura del franquismo. Entonces, sus personajes podían toquetearse un poco más en otros países y se las dejaban pasar. Las del principio eran muy románticas, etéreas, sin relaciones sexuales, presentaban a gente de la nobleza, a duques... Después, con el correr de los años, se acercó más a la clase media, se actualizó un poco. Ya en los ‘80 empezó a tocar temas como la homosexualidad, las drogas, las orgías. En alguna historia habla de las comunas, de los hippies, siempre desde un evidente desconocimiento.

¿Te parece que ella se identifica sinceramente con ese romanticismo que culmina siempre con arrullos de pareja heterosexual que se promete amor eterno?

–A través de las entrevistas, ella no parece una persona romántica. Tiene algo duro, como una roca. Tampoco da la impresión de ser muy hogareña. Entonces, mi conclusión es que se trata de puro ratoneo. Aunque cierta vez se basó en la realidad para contar la historia de su hija que estando de novia se había enamorado de otro chico. Hace unos días, encontré esa novela, se llama Esto ocurrió a Cecil. Y empieza el relato como un biodrama: “Ustedes me disculparán, yo soy Corín Tellado. Conozco a la protagonista que me pidió que no usara su nombre, pero les voy a contar una historia real. Perdonen si no es tan romántica como las otras, les compensaré con creces la próxima entrega”. A veces, ella tenía estas cosas sorprendentes, aparte de un termómetro infalible para darse cuenta de qué era lo que vendía.

¿Llegaste a algún tipo de valoración de su obra, del secreto de ese termómetro?

–En primer lugar, vi que era un material que me inspiraba muchísimo. En parte, creo que me interesó por una cuestión personal: esas novelas las leía mi abuela, las leía mi mamá, yo misma de chica. A mí me atraía la parte más morbosa, me divertía. Luego vi que había una teatralidad. Pero cuando llamé a las chicas, no tenía idea de cómo iba a ser la obra. Leímos muchísimo, trabajamos un montón de escenas. Fuimos probando y nos definimos por las que escribió en la década del 80, en las que empezó a dar lugar a estos temas escabrosos.

Claudia MacAuliffe: –Yo me acuerdo de haber visto los libritos en mi casa, sabía de su existencia pero mucho no los leí. Conocía su ideología, su moralina, cosas que confirmé al leer para este trabajo. Descubrí por mí misma ese mundo femenino construido desde el prejuicio, el estereotipo.

¿Les parece que se trata de novelas que sólo podrían haber sido escritas por una mujer, con respiración de mujer aunque las fantasías estén bien apolilladas?

C.R.: –Sus novelas son como el manual del deber ser mujer. Todo el tiempo está tirando información sobre cómo hay que comportarse. Es más, da sermones. En Me lo presentó mi novio, dice la protagonista: ojo, que a mí me salió bien, pero no siempre es así. Resulta que ella se había acostado antes de casarse con un noviecito que tenía, y él la dejó porque andaba cantando por el mundo. Por ese motivo, ella se enfermó casi de muerte. El vuelve, la va a buscar y finalmente se casan. Y la chica hace un monólogo al final, dirigido a las lectoras, advirtiéndoles: cuidado, que yo tuve suerte, pero él podría no haber regresado y yo quedar con esa mácula... Ella te mete miedo, es muy estricta.

C.M.: –Mi educación fue de colegio de monjas, con esa ideología, así que cuando empecé a leer a Corín de chica, me parecía que estaba de acuerdo con lo que decía. Ahora no puedo creer que yo alguna vez haya pensado de ese modo... Pero hasta ese momento, era lo único que conocía. Así que para mí se trataba del deber ser en algún momento de mi vida, lo que soy ahora y cómo llevar a escena estos puntos de vista. Lo que más me interesó de la propuesta fue que no se trataba de un material específicamente teatral, que tenía que hacer un personaje que se identifica con Corín, y que actúa a sus personajes. Me encantó el desafío, porque nunca dejo de ser el primer personaje que representa a los otros.

Maru Sussini: –Porque cada uno de estos personajes de mujeres que se reúnen para jugar esa representación, toman al pie de la letra lo que sostiene Corín, son fanáticas de la escritora.

La fácil habría sido parodiar esos diálogos absurdos, esas situaciones a menudo ridículas y hacerle un guiño al público...

Bárbara Francisco: –Esa fue precisamente una indicación que Cecilia nos dio todo el tiempo cuando estábamos trabajando en la creación de la pieza: nunca parodiar a los personajes, no subestimarlos. Y fue como un antes y un después, porque primero, para nosotras, con nuestra edad y la mirada actual, era ja, ja, ja. Y después cuando leíamos con cierta distancia y a la vez desde adentro, entramos en otro territorio, bastante coherente por otro lado.

C.R.: –También hay que considerar que Barbi y Maru son las más chicas y se criaron en Buenos Aires, respiraron otro aire desde el vamos. En el pueblo de Córdoba donde yo me crié era todo muy distinto, una atmósfera más represiva, más retorcida. En ese momento, Corín Tellado no me daba risa. Por supuesto, años después, esa visión de un mundo cerrado, esa idea de que la única realización que realmente vale para toda mujer es ser amada por un hombre ideal, viril, paternal, etcétera, me dio bronca. Me di cuenta de que el mensaje era ¿tu vida es limitada, frustrada, un infierno? Conformate con las novelitas de Corín Tellado.

Juegos peligrosos

¿Con qué criterio eligen el montaje de los textos?

C.R.: –Trabajamos muchísimas escenitas, las chicas las leían actuándolas. El criterio fue por el lado temático: elegir las situaciones donde se hablaba de asuntos supuestamente actualizados, donde se notaba ese choque entre lo que ella imaginaba y la realidad. Hay que considerar que ella venía de escribir cosas muy etéreas. Y en Vivo mi vida, mirá qué audacia, hay una chica del interior que va a Madrid y se prostituye para pagarse los estudios. Conoce a un chico que se prostituye con hombres para pagarse prostitutas mujeres... Me pregunto qué pasaba con lectoras como mi mamá, que venían de leer historias bastante rosas donde la heroína al final se casaba y tenía su escena erótica culminante al estilo Corín, y tuvieron que pasar a estas terribles perversiones... Esta novela es de los ‘80 y pone la ciudad como un monstruo enorme y malvado, donde hay dealers y drogadictos. Y esa lesbiana, que es tremenda.

¿Fue complicado armar ese personaje de la lesbiana, dentro del personaje de la chica de pueblo que la representa?

–Sí, como mis tres compañeras, yo soy una actriz que hace un personaje que no es actriz y que actúa, desde la inexperiencia, otro personaje, que a su vez es una construcción falsa de Corín. Esta mujer elige ese rol porque le interesa morbosamente, a ella siempre le toca de varón y le gusta. A mí me divierte hacer esa parte masculina. Y a mi personaje le excita hacer a varones, no porque sea una lesbiana reprimida sino por el tema del poder, porque ella, como mujer, piensa que no tiene poder. Es energía masculina lo que despliega, más que moverse como varón o poner voz gruesa. A lo mejor si yo tuviera que encarnar directamente a un personaje masculino en otra pieza, lo haría con otros recursos.

M.S.: –Cuando Ceci nos llamó, yo no tenía la menor idea de quién era Corín Tellado. En mi familia, las mujeres la leían, pero yo nunca me enteré. Cuando le conté a mi vieja lo que estaba ensayando, ella sonrió: Ah, Corín Tellado. Mi abuela también la leía, y cuando vino a ver la pieza me comentó: yo no sabía que ella escribía sobre el porro, esas cosas. Le pareció muy fuerte. Yo disfruté mucho de todo el trabajo creativo. Jugamos mucho hasta que surgió Esta vez no voy. A mí me tocó el personaje de Anita –antes se iba a llamar Sarita, pero como Corín a veces tiene esa cosa de “cuidado con los judíos”, lo cambiamos– que es como una señora grácil, simpática, a la que el marido no le da bola –con suerte la coge una vez por mes– y se siente frustrada. A ella le habría gustado encarnar a la que va a la gran ciudad. Aparentemente es la más crédula y armónica, aunque después revela su lado oscuro. Es muy sensible, siempre un poco compungida.

Carla Vidal: –Mi experiencia es diferente porque entré más tarde, cuando la obra ya se representaba, porque mi personaje lo hacía otra actriz que se fue. Mi primer acercamiento fue como espectadora, y cuando me enteré de que hacía falta un reemplazo, me dieron muchas ganas y le mandé un mail a Cecilia. Conocía a Corín Tellado por mi mamá que la leyó en su adolescencia. Ella me comentó sus libros muchas veces, pero yo no había llegado a leerla. Mi mamá leyó las más rosas, así que cuando vino a ver la obra creyó que nosotras la habíamos inventado. No le entraba en la cabeza que “su” Corín hubiera tratado estos temas. Bueno, mi contacto con la autora fue directamente a través de la pieza. Un trabajo muy fuerte en corto tiempo para encontrar el personaje que hace otro personaje. Soy la mala de la película. Difícil para mí que detesto los estereotipos, que a Corín le gustan. Trato de encontrar la maldad desde las razones del personaje, su resentimiento. Tampoco soy una villana, no vivo para hacer el mal. Mi personaje básico se impone, se supone que ella es la organizadora de este juego de hacer escenas de novelas que todas conocen mucho.

Muy de chicas esto de jugar a representar cuentos, películas, escenas de la vida. A ellas les gusta teatralizar más que a los chicos.

C.V.: –Cuando leí la obra, esto de que se juntaba un grupo de mujeres a actuar esas novelitas me recordó mi infancia: entre mis hermanas y primas somos ocho, nos juntábamos a representar e invariablemente a algunas les tocaba hacer de hombre. Después sentábamos a nuestros padres y les hacíamos el show. Estas mujeres de la obra juegan a lo que no pudieron jugar en la vida.

Parecería que generaciones de mujeres de toda edad y condición no se privaron de leer a Corín Tellado y, a juzgar por las reacciones de madres y abuelas de ustedes, la pieza las obliga a una relectura.

B.F.: –Yo no la había leído, pero sí las mujeres de mi familia. Mi mamá y mi tía quedaron muy impresionadas después de ver la obra. En general, me parece que todas leían a Corín un poco a escondidas. Un poco por censura, y otro poco porque no quedaba bien decir que te gustaba. Yo pasé por distintos estados al leerla: me indigné ante la sumisión de algunos personajes, me entristecí, tuve que entrar en zonas que no había transitado. Y hacerlo como decíamos antes: en serio. A casi todas nos pasó de llegar a algún ensayo llorando, a ese punto nos comprometíamos. Así fue que llegamos a lugares inesperados. Creo que esa energía que desarrollamos quedó plasmada en la obra. Porque hay algo profundo que pescó Corín de mujer, mundo femenino, grupo. Primero, yo hacía a una niña más rebelde, después el personaje fue virando a la reprimida total, un poco mayor. El bloqueo total, fue construir desde lo chiquito. Me encanta hacer a Marisa que en algunos momentos hace a la relatora, y en otro a Michael, un hombre, una transición muy potente. Con Michael le encajo un beso a otra, es muy interesante hacer esto para el personaje básico de la reprimida.

Como relatora, estás bajando línea, en Corín siempre hay una moral, moralina, moraleja, el sermón de que hablaba Cecilia.

–Fue muy útil el proceso de leer, leer, saborear las palabras, que apareciera el sentido, percibir que estabas diciendo algunas cosas terribles. Me ayuda el ser muy distinta a Marisa, pongo otra cabeza y puedo decir cualquier sandanga, no me importa nada. Tengo otra camiseta. Marisa es la única que no está casada, todo el tiempo está como incómoda, apretada.

Tuvieron que lograr un equilibrio entre la comicidad que brota, desde una mirada actual, de las escenas, y la seriedad y convicción con que este grupo de mujeres interpreta esos papeles.

C.R.: –Al principio, la comicidad afloraba naturalmente, lo más fácil era acentuar esos aspectos ridículos. Pero, a medida que fuimos buscando cosas, maduró la idea de hacer hincapié en zonas no tan cómicas, vistas desde otro lugar. Igualmente, la gente se ríe siempre en momentos distintos, eso lo descubrimos en las sucesivas representaciones. Es un delicado equilibrio el que debemos mantener, un trabajo que seguimos haciendo porque a veces el tono se va. En general, todos los textos que actúan estas mujeres son de Corín, sólo sintetizamos las reiteraciones, pero sin modificarlos. Obviamente, hicimos algunas conexiones desde los gestos, la actuación.

¿Se imaginan a Corín Tellado como espectadora de Esta vez no voy?

–(Todas a coro) ¡Nos encantaría!

C.R.: –Pero es un misterio cómo podría reaccionar, porque ella misma es un enigma para nosotras.

Escrito por Corín:

Todos los finales el final

Cualquiera que haya leído dos novelitas de Corín Tellado, de cualquier época, sabe que sus finales son siempre previsiblemente, empalagosamente felices. Después de algunas vicisitudes y dudas, la pareja central se reúne para siempre, entre ardientes arrumacos, declaraciones de amor fogosas y una entrega mutua total y absoluta. Para muestra, a continuación el cierre de seis de sus libros elegidos al azar.

El destino te esperaba
–Nat, tal vez hice mal. Pero no podía más. Era como una necesidad perentoria.

–Calla –susurró ella–. Calla, Sam. Si no lo hicieras así, terminaría volviéndome loca.

–Me amas así –dijo él, arrobado.

–No creo que se pueda amar en la vida más de lo que yo te amo.

La estrechó contra sí. Los besos de Sam. Aquellos benditos besos que sabían a hombre, a pasión, a ternura, tal vez. Aquellos besos...

Confusa turbación
Luis decía sofocado.

–Es que te adoro. Perdóname pero es que te adoro.

–Siempre serás un materialista. Un... un...

–A ti te gusta ¿oyes? Te gusta que sea así. ¿Crees que soy tonto?

Elena no iba a negarlo.

Estaba como loca en los brazos de Luis.

Y se preguntaba, confusamente turbada, si el amor era así, y Luis le decía al oído, o en su boca, o sobre los ojos:

–Es así. Así, así...

Sé por qué te tengo
Estaban allí, en la penumbra, perdidos en aquel lugar blando, acogedor.

–Querida mía.

–Te quiero, Cliff ¿oyes? –y sujetaba el rostro masculino entre sus dedos– ¿Oyes? Te quiero.

Y después, los brazos se enredaban en su cuello y los dedos se perdían nerviosos en su cara.

Y los labios se buscaban, se necesitaban, todo empezaba en aquel momento.

O todo continúa.

Pero diferente.

Nos separan los celos
–Pierre, qué viciosos eres.

–¿No te gusta?

–Sí, sí.

(...)

Si lo sabría él que era hombre adiestrado en el sistema amatorio.

Si sabía ella que Pierre era diferente a todos los demás.

Era pleno y plácido.

Era sofocante y lleno de intimidad.

Era vivir.

¿Morir?

Un día.

Pero vivía aún y entretanto viviera adoraría a Pierre.

Como Pierre la adoraba y la poseía a ella.

Una posesión íntimamente compartida, golosa, voluptuosa, placentera.

Moira Soto Diario Página/12 Suplemento Las 12

Comida mexicana, ¿patrimonio de la humanidad?


Por primera vez un país, México, ha pedido a la Unesco que reconozca su gastronomía como patrimonio oral e inmaterial de la humanidad, argumentando que va "más allá del mero aspecto culinario", es "un eje de cohesión " y un "sistema cultural" cuyas se raíces remontan a 8.000 años. Jaime Nulart, vicepresidente del Consejo Nacional Mexicano por la Cultura y las Artes (Conaculta); Claudio Heller, embajador de México en Francia; y Pablo Latapi, embajador mexicano ante la UNESCO, ofrecieron una conferencia de prensa en Paris. En ese momento, Latapi dijo que el reconocimiento a la cocina de su país "serviría de base para que otras recibieran un reconocimiento similar".

Hasta el presente, la UNESCO ha reconocido como patrimonio oral e inmaterial de la humanidad tradicionales orales, ritos y celebraciones, entre los cuales los carnavales de Oruro (Bolivia) y Barranquilla (Colombia) y las tradiciones orales de los pueblos Zápara (Ecuador-Peru) y Wajapi (Brasil).

Latapi dijo que el veredicto de la UNESCO respecto a la cocina mexicana será anunciado el 25 de noviembre próximo. "Tenemos buenas posibilidades" de que sea positivo, agregó. Por su parte, Jaime Nulart señaló que esta candidatura, sostenida no sólo por el gobierno, sino por toda la sociedad mexicana, reposa en la constatación de que la cocina tradicional mexicana basada en el maíz es "un eje principal de cohesión". "El maíz tiene significado histórico, espiritual y cultural que va más allá del mero aspecto culinario", dijo, recalcando que es a la vez "una fuente de sustento y de cultura".

"La cocina mexicana conserva sus raíces indígenas al mismo tiempo que ha asimilado influencias externas. A partir del siglo XVI, las cocinas mexicanas se enriquecieron sin perder su originalidad", explicó. En su expediente presentado ante la UNESCO, México argumenta que, "además del hecho gastronómico, de los recetarios y de las costumbres relacionadas con la alimentación", existe "un complejo sistema cultural de usos agrícolas, tradiciones y simbolismos, teñido de religiosidad y volcado en rituales que, a partir del maíz, remiten a la creación del hombre mesoamericano, al manejo armónico del medio ambiente, a seculares formas de arraigo y vínculo social: festividades, calendario de siembras y cosechas, usos funerarios y otras costumbres indígenas y mestizas, permiten el equilibrio nutricional y una enorme variedad de platillos característicos".

La propuesta del expediente mexicano para la lista de patrimonio oral e inmaterial de la humanidad de la UNESCO se sustenta en la fuerza de la cocina mexicana "como concepto y práctica, al mismo tiempo tradicional y de vanguardia, de profunda originalidad y de continuidad milenaria". Esa continuidad milenaria, recalcó Nulart, es amenazada hoy por diferentes fenómenos, entre los cuales la comida rápida, la contaminación y la manipulación genética de las semillas.

El reconocimiento como patrimonio de la humanidad permitiría "elaborar políticas públicas para la preservación de prácticas culturales a través de programas educativos, de conservación de los pueblos indígenas, del cuidado de las especies originales, y contribuiría a la autosufiencia alimentaria, además de reforzar el aspecto importante de nuestra identidad cultural", estimó.

¿Los homosexuales tienen derecho a adoptar un hijo?


Por una decisión del 26 de febrero adoptada por una mayoría escasa de 4 votos sobre 7, la Corte Europea de Derechos Humanos acaba de confirmar la legitimidad de la denegación de consentimiento opuesta a un individuo que quería adoptar. La razón, únicamente, su homosexualidad.

La medida se aplica a un ciudadano francés pero puede extenderse a todos los homosexuales de los 43 países del Consejo de Europa que desean concretar un proyecto parental.

El caso está referido a un profesor parisino al que le fue denegado el consentimiento previo, pese a sus cualidades reconocidas por los encuestadores de Ayuda social a la infancia, teniendo en cuenta sus "elecciones de vida", eufemismo para designar su homosexualidad. La ley francesa permite, sin embargo, la adopción plena a toda persona mayor de 28 años que tenga las cualidades materiales, psicológicas y educativas necesarias para recibir al niño.

Pese a que el candidato presentaba todas las garantías exigidas por la ley, el Consejo de Estado, a cargo del caso, introdujo una condición no querida por los legisladores: la heterosexualidad del adoptante.

El demandante, considerándose víctima de una discriminación por parte de la administración pública y la justicia francesas, decidió apelar a la Corte Europea de Estrasburgo. Esta, a través de un razonamiento más relacionado con la lógica política que jurídica, hizo valer la ausencia de comunidad de opiniones entre los Estados miembros en materia de adopción por un homosexual que deja un "amplio margen de apreciación a las autoridades de cada Estado".

Es así como la apreciación de Francia no sería discriminatoria en la medida que el derecho de adoptar se opone al interés del niño: "La comunidad científica -y más particularmente los especialistas en la niñez, los psiquiatras y los psicólogos- está dividida en cuanto a las consecuencias eventuales de que un padre o padres homosexuales reciban a un niño".

Ya desde 1994 el argumento del interés del niño orientaba a la jurisprudencia francesa hacia una denegación de consentimiento para todo soltero que, en su proyecto de adopción, se opusiera formalmente a la presencia de un referente del otro sexo. Hoy, con el fallo de la Corte Europea, lo que obstaculiza la adopción no es tanto la ausencia de referencia femenina en el entorno del candidato adoptante como su homosexualidad.

Esta decisión nos parece criticable en varios sentidos. En primer lugar, no todos los Estados miembros del Consejo de Europa que reconocen un derecho individual a la adopción la prohíben expresamente a los homosexuales. Existe, por otra parte, un consenso europeo para poner fin a toda discriminación fundada en la orientación sexual (artículo 21 de la Carta de los derechos fundamentales de la UE).

Yendo aún más lejos, a partir de febrero de 1994, el Parlamento europeo invitó a la Comisión a presentar un proyecto de recomendación sobre "la igualdad de los derechos de los homosexuales y las lesbianas, para poner fin especialmente a toda restricción a sus derechos a ser padre o a adoptar y criar hijos".

Mayor y menor apertura

Esta exigencia se repite en una resolución de 1998 que reitera la exigencia dirigida a los Estados miembros de que "garanticen, en lo que respecta a las parejas del mismo sexo, la igualdad de derechos referida a las parejas y las familias tradicionales".
Los Países Bajos y la región de Navarra, Québec y algunos estados estadounidenses, como Nueva Jersey, Vermont o Connecticut, ya admiten la adopción por parejas del mismo sexo. En tanto que los gobiernos sueco y británico acaban de presentar hace poco proyectos de ley que apuntan a permitir a las parejas homosexuales que adopten niños, la Corte Europea se obstina, por lo tanto, en negar al individuo homosexual ese mismo derecho.

En segundo lugar, la Corte afirma que la adopción es "dar una familia a un niño y no un niño a una familia". Está permitido afirmar que esta extraña definición es contraria al espíritu de la Convención europea que reconoce derechos solamente a los individuos, no siendo la familia sujeto de derecho. Si bien la Convención europea no consagra un derecho fundamental a la adopción, desde el momento que un Estado lo garantiza, la igualdad ante la ley debe ser asegurada para todos independientemente de la sexualidad. Por desgracia, esta ausencia de garantía es legitimada por la Corte Europea.

Tercero, contrariamente a su jurisprudencia, la Corte hace una apreciación abstracta del interés del niño sin tener en cuenta para nada las cualidades del adoptante. De aquí en más, se podrá considerar legítimamente que la homosexualidad constituye un obstáculo al derecho de adoptar.
Este trato discriminatorio respecto de los homosexuales encuentra su justificación, según la Corte, en prejuicios que, sin embargo, no cesan de desmoronarse. Una reciente investigación de la American Psychological Association revela que los hijos de padres gays y lesbianas no sufren más que los niños criados por parejas heterosexuales.

Ya en 1995, un estudio británico que abarcó dos grupos de jóvenes adultos, de los cuales uno había sido educado por madres heterosexuales y el otro por madres lesbianas, demostraba que no hay ninguna diferencia de comportamiento entre los grupos. Este estudio señalaba por otra parte que 91% de las personas criadas por madres lesbianas eran heterosexuales.

En un mismo orden de ideas, la Academia Estadounidense de Pediatría (institución que agrupa a 55.000 pediatras) acaba de anunciar que no existe ninguna razón legítima para impedir que un individuo o una pareja homosexual sean padres.

En Francia, la tesis de doctorado en medicina presentada por Stéphane Nadaud sobre los niños criados por familias homoparentales llega a las mismas conclusiones.

Aunque hubiera estudios que demostrasen lo contrario, ¿bastaría para dejar de lado el reconocimiento de un derecho? Imaginemos que algunas investigaciones establecieran que un niño negro adoptado por una persona blanca se encuentra ante problemas de integración, ¿bastaría eso para justificar una discriminación fundada en la raza?

Todas son familias
Cuarto, la justificación de un tratamiento de excepción reservado a los homosexuales teniendo en cuenta el estado de la opinión pública y el escaso número de niños adoptables -otros argumentos de la Corte- resulta en el menor de los casos ligera. En efecto, no se conoce el estado de esa opinión a nivel europeo y, suponiendo que fuera desfavorable, ¿la función de juzgar debe confirmar un prejuicio o por el contrario afirmar la preeminencia de los derechos fundamentales, mal que le pese a la opinión pública (véase, por ejemplo, la abolición de la pena de muerte)?

Por otra parte, el argumento cuantitativo es errado pues si hay pocos niños expósitos para adoptar, no sucede lo mismo con los niños extranjeros. Y aun en el caso contrario, ¿el acceso a un derecho debe fundarse en su efectividad material?

Esta decisión tiene, no obstante, el mérito de abrir un debate que, pese al gobierno, había comenzado en Francia con el Pacto Civil de Solidaridad. La opinión de los tres jueces europeos minoritarios nos permite volver a lanzarlo sobre la base de la exigencia de un trato igualitario sin referencia a la orientación sexual.

No se trata de privilegiar una forma de familia sobre otra. Después de todo, más allá de que sean clásicas, monoparentales u homoparentales, deben convivir todas sin una jerarquía, puesto que garantizan concretamente la buena socialización del niño.

Daniel Borrillo (profesor de Derecho en la Universidad de París)

Copyright Clarín y Le Monde, 2002

Navegar por Internet con la chance de sacarse la sortija


La nostalgia por la tierra natal a veces tomas las formas más inesperadas. Para Alejandro Mellincovsky, radicado hace 6 años en Tel Aviv, tomó la forma de una calesita. Tal vez porque jamás se olvidó de aquella de Jean Jaures y Córdoba, que después se trasladó a la esquina de Anchorena. Hasta que se volvió a mudar y le perdió el rastro. Cuando, hace dos años, su hermano Gabriel lo visitó en Israel y le comentó que no había un sitio de Internet dedicado a las calesitas porteñas, la idea de crear uno le pareció perfecta. Así nació www.lascalesitas.com.ar.

El primer sitio de Internet consagrado a las calesitas de Buenos Aires es un emprendimiento familiar. En sus visitas a la ciudad, Alejandro se ocupó de la investigación, hurgando en archivos y recorriendo cada barrio. Gabriel sacó las fotos y Silvio, el padre de ambos, hizo el diseño gráfico.

"Las calesitas representan un común denominador de la infancia de los porteños porque ricos y pobres, gente de todos los estratos de la sociedad han pasado por ellas", explica Alejandro. "Nosotros intentamos rescatar algunas cosas que todavía no se perdieron, pero que corren peligro de perderse", observa Silvio.

El primer escollo con el que se toparon los Mellincovsky fue encontrar datos históricos sobre las calesitas. Revisando archivos de diarios y revistas, se enteraron de que la primera referencia a una calesita es de 1648, cuando un viajero inglés descubrió en Constantinopla el Maringiak, "un enorme plato con caballos de madera que gira sobre sí mismo".

Las primeras calesitas que giraron en la Argentina, según cuenta el sitio, llegaron de Alemania y de Francia. La pionera estuvo desde 1867 a 1870 en el Barrio Parque, ubicado entre el actual Teatro Colón y el Palacio de Tribunales. Cuentan que cuando Sarmiento era presidente, le instalaron la calesita frente a su casa. Y él se negó a al desalojo que le propusieron: "Me parece hermoso oír la risa de los chicos cerca de mi ventana", dijo.

El otro desafío para los Mellincovksy fue relevar las calesitas que funcionan en la ciudad. "Primero recorrimos las 26 que tenía registradas la Dirección General de Patrimonio de la Ciudad. Y, caminando por los barrios, llegamos a relevar todas: hay 56 que funcionan en 54 lugares, porque el Zoológico y el Parque de la Ciudad tienen dos cada uno", cuenta Alejandro.

Con esta información, los Mellincovsky elaboraron un mapa con la ubicación e historia de cada calesita, que se puede consultar por Internet. En un futuro, también van a incluir el recuerdo de las que ya no están.

Navegando por el sitio se encuentran anécdotas poco conocidas. Como por ejemplo, que Cátulo Castillo y Mariano Mores compusieron el tango "La calesita" inspirados por la que está en la plaza 1º de Mayo. O que el calesitero de la Plaza Almagro se negó a alquilarle la suya a Adrián Suar por tres días para una serie. Según argumentó: "Si la calesita está cerrada, los chicos lloran".

Nora Sánchez Diario Clarín / Buenos Aires 2005

El Cuerpo Magnético


Hace más de cuarenta y cinco años que en el teatro ensayo servirme de mi cuerpo como de un instrumento. Esta frecuentación cotidiana, hecha de pequeños descubrimientos y de grandes interrogantes, ha insuflado en mí una especie de sentimiento comparable al de una conversión.

Hoy día creo haber contraído con el cuerpo humano un fervor religioso. No hablo de este cuerpo limitado a la piel y a los cinco sentidos sino, digamos, del cuerpo integral, magnético, tal vez místico.

Lo que ha facilitado "nuestra aproximación" es la soledad en la cual me sumerge la sociedad de los humanos que subconscientemente, sin duda, se ingenia en romperlo todo y en levantar barreras entre lo que me parece ser la Verdadera Vida y yo. Cuando, a continuación de ese "gran quiebre" cumplido por la sociedad, tanto sobre el plano de la enseñanza, como de la educación, los programas políticos, los cismas religiosos- ellos también políticos- como sobre la confusión que arrojan los conflictos entre la libertad y la licencia; la explotación marxista, psicoanalítica, anti-cristiana, en detrimento del verdadero socialismo, el verdadero psicoanálisis, de la verdadera cristiandad, me encuentro rodeado de ruinas, mi cuerpo, tan simple pero "completo" está allí, haciéndome comprender que nosotros dos somos capaces de reconstruir "el Templo".

Siempre he tenido una admiración respetuosa, pero lejana, por los estudiosos de las grutas y cavernas. Lo más lejana posible porque sufro de claustrofobia, recuerdo tal vez de mi existencia intrauterina o de las hazañas de mi gentil hermano, cuatro años mayor, cuando me aprisionaba bajo las ropas de mi cuna.

Pero la investigación al interior del cuerpo humano me atrae, porque ella abunda en panoramas maravillosos, como cuando en la montaña se abren “ventanas" entre las nubes para descubrirnos horizontes nuevos.

El ser humano siempre me ha hecho pensar en un árbol, un árbol que echa raíces por los pies, se tiene derecho sobre su tronco, la cabeza aspira al cielo, mientras sus dos brazos en abanico se extienden, palmas abiertas, para recibir el alimento del sol. A un árbol que además, cuando la persona envejece, sufre la fractura del cuello del fémur, como su hermano vegetal cuando se rompe una de sus ramas principales.

Por ilusión óptica creemos que el árbol es como un ser erguido hacia el cielo, implorando vida y vigor. De hecho el árbol está más bien concentrado en las profundidades del suelo, los abismos nutricios de la Tierra, a fin de extraer de allí la savia que le permitirá establecer con el aire del cielo una doble circulación: el intercambio de la vida. Y sucede en el hombre como en el árbol, él extrae de la naturaleza terrestre, de la materia, lo necesario para dirigirse hacia el cielo. Para el hombre como para el árbol la vida es: intercambio.

La palabra es a la planta humana lo que la flor es al árbol. ¿Podríamos imaginar una flor sin su tallo y sus hojas, sin las ramas unidas al tronco y hasta en la succión de las raíces? Como la flor, la palabra humana hace parte carnal del cuerpo humano. Las ideas aparecen y desaparecen, se desenvuelven, florecen, se expanden, se mustian, caen, forman un humus de donde se originarán nuevas ideas según el ritmo del eterno retorno. Las ideas son cíclicas, giran en círculo.

"El genio más íntimo de cada pueblo, su alma profunda, está sobre todo en su lenguaje", dice Michelet.

Si el alma profunda de un pueblo está contenida en la palabra es que ella es ante todo la emanación más sutil de su cuerpo; la palabra es el resultado de una pantomima bucal, hecha de respiración y de contracción muscular. El alma profunda se expresa de partida por la imitación carnal de una acción, y no por las ideas que en ella se encierran.

Tomemos, por ejemplo, la acción de un pájaro que se mantiene y se desplaza en el aire. Esta acción es observada al mismo instante por un inglés, un alemán y un francés.

El inglés será impresionado por la fase de la acción que permite al pájaro desplazarse a gran velocidad, como un "jet". La palabra imitativa que encontrará es: “To fly”. Eficacia.

El alemán será impresionado por el trabajo que el pájaro debe efectuar para mantenerse en el aire, el batir de las alas. Su imitación será hacer articular a sus labios la palabra: “fliegen-fliegen-fliegen”.

El francés será impresionado por el hecho de estar suspendido en el aire. Como alguien sostenido por los cabellos, dirá: “Voler”.

Así vemos una misma acción que ha sido observada por el “alma profunda" de tres temperamentos diferentes y expresada por imitaciones gestuales y respiradas, se podría decir "danzadas" con la boca. Esto no es una excepción. Veamos el acto de amar.

El francés dice: “je t'aime”. El tiende los labios, los abre y los aprieta.

El inglés dice: “I love you”. El abre sus labios como un orificio y los avanza con deseo.

El alemán: “lch liebe dich”. El va y viene apasionado de besos intercambiados.

El ruso: “Ju lioubliou vass”. ¡ Se tiene agua en la boca !

Se podría hacer una sabrosa coreografía con el Ballet de las Lenguas. Sería un hermoso film a lo Walt Disney.

Creo que la palabra es inseparable del gesto. La palabra es una danza para las orejas y el gesto es una música para los ojos. El arte del gesto es más antiguo aún que el del lenguaje. Es tan antiguo como el Amor, el más antiguo de todos los dioses, Si, poniendo de lado la palabra, me sumerjo en el Arte del Gesto, permanezco confundido de admiración ante las infinitas posibilidades y los matices tan sutiles de los recursos gestuales del cuerpo humano; y no me sorprende que las partes constitutivas de la música hayan sido, desde la más remota antigüedad: la poesía = palabra; el canto = virtuosidad respiratoria;
la danza = virtuosidad gestual.

El arte del gesto sin duda ha alcanzado su perfección en el teatro del extremo oriente : el japonés y el chino.

"Se puede juzgar el reino de un soberano por las danzas que han tenido lugar en el curso de su época". (Proverbio chino).

Podemos decir que entre el gesto y la palabra, toda la diferencia está en que uno se dirige a la vista y el otro al oído, pero no hay entre ambos ninguna desigualdad, ambos presentan el mismo interés y brotan de la misma fuente.

¿Estamos al presente suficientemente preparados para lanzarnos a la búsqueda del sentido de este cuerpo humano? Esta maravillosa biomecánica que ha estado a nuestra disposición desde nuestro nacimiento.

Un buen día emergemos de las Tinieblas. Todas las "génesis" tienen como mito la Noche:



La semilla, en el vientre de la Tierra;
el niño, en el seno de su madre;
el insecto, en la oscuridad de la crisálida.



Pero las tinieblas no son la Nada. Es entonces probable que antes, nosotros éramos ya algo. Puede ser que viviéramos parcelados, en trozos por armar, en moléculas separadas. Esto no tiene importancia, porque sobrepasa cuanto podemos imaginar. Digamos que hasta no tener mayor información, esto no nos atañe. Lo que cuenta es que desde la aparición a la Luz, un buen día, se produjo como un "encendido".

En otro "buen día" desapareceremos en las Tinieblas que no son la Nada. ¿En qué nos transformaremos? Misterio. Ninguna indicación precisa, entonces no nos incumbe. Pero entre estos dos "buenos días" está la trayectoria de la vida, cuya duración no es medida en tiempo absoluto. Ella pertenece al mundo de lo efímero. Las estrellas errantes que perforan repentinamente la noche y desaparecen un segundo después, me hacen pensar en la vida humana. Esto es lo que nos concierne : lo que pasa durante la trayectoria.

"Un ser viviente es un objeto que tiene un proyecto", decía Jacques Monod. Lo mismo que se mezclan varios ingredientes para preparar un alimento, igual este ensamblaje bioquímico, puesto al fuego, ha producido un ser viviente. Es un plato que se nos ofrece y que debemos comer con apetito y gratitud.

La vida humana me hace pensar entonces en una bola de fuego lanzada al Espacio. Durante su trayectoria esta bola de fuego envía simultáneamente una llama, luz y un reflejo.

La llama animada por el Deseo, después por el Amor, engendra la pasión del "Super Ser", de la superación de sí. Esta llama es mantenida por los ardientes, los condenados a la Esperanza.

La luz por su claridad engendra la inteligencia. Ella ve o cree ver con justeza: ella comprende y nos ayuda a comprender... un poco.

El reflejo, por un sutil juego de espejos que nos desdoblan, engendra la consciencia. Esta, lúcida, se da cuenta bien pronto del carácter efímero de nuestra vida y ante la angustia creciente de la Muerte - que no es en sí una realidad - va a refugiarse en la Risa.

Sin la idea de la Muerte y sin la visión del Doble, nosotros no hubiéramos podido descubrir la Risa.

Este tetraedro, este "sputnik" humano, no es un cuerpo aislado como bajo una campana de vidrio; él forma parte del Todo. Está religado a todo, a lo más grande como a lo más pequeño. Está embarcado en el drama universal y es al interior de este drama que deberá "jugar" su rol, tener su oportunidad. No podrá salir de esta situación. No se cuestiona el separarse del "juego" y salirse de la cancha. Somos todos solidarios los unos a los otros; todos los seres no hacen más que Uno. Somos los reflejos minúsculos del cosmos y en sincronismo absoluto con él, y somos igualmente la representación absoluta de la más pequeña célula viviente. "Si, en una bella noche de verano, se está suficientemente atento - nos hace notar Claudel - uno percibe que las estrellas hacen ruido." Este pequeño descubrimiento lo hacía sonreír de alegría.... ¡ no sin malicia !

De hecho, si se está suficientemente atento, se recoge de tiempo en tiempo "rachas de conversión" ... como una especie de insolación. Cada revelación que venga del exterior no tiene lugar sino cuando despierta lo que dormía en nosotros. Esa es la razón que me hace buscar influencias. No se puede ser influenciado sino por lo que se nos parece, pero a un mejor nivel. Nos descubrimos súbitamente bajo una forma que nos lleva a lo que en nosotros esperaba ser revelado.

Todo ser viviente es un mundo. El ser humano lo es. Desde la bacteria, pasando por el hombre, hasta el cosmos no hay más que una gran unidad universal. Pero en la gran masa del universo, desde la materia bruta a las plantas, desde los animales hasta las ruedas de reloj de los astros, el ser humano es un animal extraño por la sola razón que, vestido de una consciencia él se desdobla . "Este cuerpo, yo lo vivo,- y, al mismo tiempo, yo lo veo". (Claudel). El ser humano tiene entonces una facultad particular que es la de poder en el mismo momento vivir y verse vivir.

Al mismo instante, él es acción y representación. Actor y espectador. La vida humana es un teatro. El vive el drama de la vida pero, igualmente, él asiste al drama de la vida. Rueda sobre sí mismo y es consciente de sus volteretas. Al momento en que muere, renace; como la noche que posibilita la venida del alba, la cual deja lugar al día que hace posible la declinación del sol, al que va a suceder una nueva noche. El rueda sobre sí mismo como la sucesión de las estaciones.

Igual en el teatro: se muere para renacer. El teatro es un estado de continuo renacimiento, vuelve a trazar incansablemente la sinuosidad de los ciclos humanos. En comunión íntima con lo infinitamente grande y con lo infinitamente pequeño, cada una de nuestras moléculas reacciona como un mundo. Nos encontramos entonces arrebatados, aspirados, basculados, desequilibrados, precipitados, reestablecidos, retenidos, proyectados en un inmenso torbellino, en una danza frenética que obedece a leyes naturales que ignoramos, pero que nuestros instintos presienten. Arrastrados por el desencadenamiento del ritmo universal, reaccionamos como "comparsas". Somos empujados como comparsas a ese gran ballet gigantesco. Y gracias a la "vigilancia" que nos procura la “consciencia de sí" debemos adquirir una cierta maestría de nuestras conductas "espontáneas". Este teatro que es nuestra vida es una verdadera ciencia: la ciencia del comportamiento de los seres vivientes, y particularmente de los seres humanos. Llegar a controlar nuestras espontaneidades, tal es el código de la conducta humana. En cada instante que vivimos, convergen un mínimo de cinco comportamientos simultáneos:

1.- vida social
2.- existencia individual
3.- silencio de la vida en curso
4.- el Destino
5.- los instintos.

Vida Social.- Para la vida social, el ser humano proyecta un personaje que él controla; este personaje se pone en relación con los Otros", recibe, responde, acepta, rechaza, establece un "comercio" próximo o distante con los Otros. Participa en la conversación general, en el diálogo. Es un personaje de sociedad.

Existencia Individual.- Pero al mismo tiempo el ser humano asiste a este espectáculo y su ser fundamental guarda para sí su opinión personal que no comunica a los otros. En tanto que una parte de él mantiene los intercambios con el exterior, una otra parte es capaz de componer su pequeño monólogo interior. Es as! como a las escenas dialogadas, se agregan en el teatro los monólogos (monólogo de Titus, de Hamlet, estancias del Cid, etc,).

Silencio de la Vida.- Pero todo este bonito mundo, a la vez compuesto de individuos monologantes y de personajes sociales dialogando los unos con los otros, todo este mundo chapotea en el Silencio. Entre ellos hay adultos, niños, jóvenes, que se ven por primera vez. De súbito la mirada del joven encuentra la mirada de la muchacha. Los ojos se clavan los unos a los otros. Sus labios se tienden, su pecho estalla, su sangre hierve. Se vuelven sordos. Las conversaciones se desvanecen en el aire, la idea de un monólogo es impensable. Sólo el silencio del momento presente los envuelve como una espesa nube mitológica. Un gran amor está en vías de nacer.

Mucho más tarde, casados, después de haber tenido varios hijos y haber vivido mucho, cuando los dos viejos amantes recuerden el momento de su primer encuentro, ni él ni ella se acordarán de la gente que componía ese "bonito mundo", de qué se hablaba, ni del lugar en que esto ocurría.

En el teatro, sólo la danza o los mimos pueden describir este momento impresionante del Silencio de la vida,

Sucede igualmente con el torero y el toro en el momento de la estocada. los dos amantes de la muerte súbitamente se ven. No hay arena, no hay muchedumbre, no hay música de Bizet. Ellos se envuelven en el Silencio.

El Destino.- Pero todo este bonito mundo" que dialoga, monologa o vive en el silencio, evoluciona en un medio ambiente. En este medio hacen equilibrios o flotan los enviados de los dioses, los encargados del Destino. Estos, sin prevenir a nadie, van a golpear. Es el imprevisto que sucede... En el teatro: el “Deus ex machina”.

Los Instintos.- En fin, en cada ser humano que forma parte de esta honorable sociedad, hay al costado del personaje social otro ser que es "causa" del ser fundamental, y al que no se debe mirar en menos, un tercer ser que yo llamaría “el ser del instinto".

Si, como lo hemos visto, somos hechos por los Otros, somos, sobre todo hechos por los Nuestros. Nuestros ancestros más alejados depositan a cada generación un humus que servirá a la fabricación de nuevas generaciones. Nuestra vida anterior es una realidad. ¿No existe acaso el código genético? La superposición de depósitos ancestrales forma una misteriosa capa comparable a las capas geológicas que forman la personalidad de los terrenos.

Este ser del instinto es sorprendente entre los animales : un perro pastor, un perro de caza, un perro de aguas, no obedecen a los mismos instintos.

El instinto es lo que hemos adquirido de nuestros ancestros. Este ser de instinto que viene de mis vidas anteriores se agita al fondo de mí al punto que a veces es necesario que lo calme, si no quiero estallar escandalosamente en medio de la honorable sociedad.

Otras veces, me sucederá conducirme de tal o cual manera y yo seré el primer sorprendido. Sólo después constato que esto no venía de mí sino de un ancestro. " i Este es un rasgo de mi abuelo ! " o bien: "¿Qué quieres? i no se tiene impunemente trescientos años de vino en las venas ! "

Todo lo dicho es un resumen de la lección que he recibido del teatro: poesía de lo efímero.

El teatro es el arte del hombre y de su doble. El teatro nos hace entrever una ciencia complicada y fundamental: la ciencia del comportamiento de los seres vivientes, ciencia del hombre por excelencia. Esta ciencia me parece de una importancia capital. Estamos lejos de la idea que la gente se hace habitualmente del teatro: una diversión, una manera agradable de digerir.

Es por esto que no quiero recurrir - para estudiar esta ciencia - a otra cosa que no sea el cuerpo humano lanzado en el Espacio.

Jean-Louís Barrault