Estamos en el momento más crítico. Con el frío, los chicos se nos mueren como moscas. Y acá no hay remedios "Yo vi mucha pobreza, pero esto... esto es miseria humana", dice Victoria con un hilo de voz. Es un comentario, pero suena a advertencia. Internarse en las calles de piedras de Villa Lamadrid, en Ingeniero Budge, es como desandar el camino del progreso.
No sólo por las carencias materiales. Esas están a la vista, con toda su crudeza. Allí se esconden, silenciosas, la tuberculosis, la lepra, infecciones y una desnutrición que deja a los niños chiquitos para siempre. Es que el aire y el agua enferman a los vecinos.
Alejandra González espera a LA NACION sentada en una silla, escondida debajo de su enorme campera rosa.
Tiene 12 años, pero parece de ocho o nueve. Con esfuerzo, llegó al Centro Comunitario Padre Reinaldo Conforti, donde estaba prevista la cita. "Camina unos pasos y se agita. No puede respirar", dice Graciela, su madre.
Bajo peso, baja talla y dos años de atraso en la escuela son parte del diagnóstico de la niña.
En el momento del encuentro, hacía una semana que no iba a clases por sus problemas respiratorios.
Ariel, su hermanito de siete años, también camina con cierta dificultad: según explica el médico, sus huesos no se desarrollaron bien.
Los dos crecen hasta donde los deja una desnutrición de tercer grado que los acompaña desde la cuna. O antes... desde el vientre de su madre.
Graciela López es petisita y cuenta que siempre tuvo problemas de salud. Leucemia, ahora; hambre, siempre.
"Ya de chica tenía bajo peso", dice y se lamenta de que ésa sea la herencia que les legó a sus hijos.
Ella trajo el hambre de su Misiones natal. "Yo misma peso 45 kilos y tendría que pesar al menos unos 60", confiesa.
Ellos son apenas un ejemplo de las deficientes políticas alimentarias que, durante años, perpetúan la desnutrición que se transmite de padres a hijos.
El pediatra de la salita del barrio es casi parte de la familia de los González. Hay semanas en las que Graciela y sus hijos lo visitan tres o cuatro veces. Osvaldo Núñez es médico en el barrio desde hace unos 18 años.
Pelea diariamente contra la desnutrición, la bronquiolitis, las pestes...
"Acá pesan las razones ambientales -dice el pediatra-. Hay muchos problemas respiratorios, de la piel, por estar en contacto con las aguas servidas... ¿Desnutrición? Sí, sí, también hay. La falta de recursos económicos pega fuerte en esta zona. Pero las mamás responden muy bien. Y los chicos van saliendo adelante", aporta con esperanza.
La humedad es tanta que, aunque la mañana es fresca, dentro de las casas se siente frío.
Y proliferan los mosquitos. "Estamos rodeados de arroyos contaminados. Nadie habla de lo que vivimos acá", se enoja el presidente del centro, Máximo Lera.
Rincón del olvido
"Estamos en el momento más crítico. Con el frío, los chicos se nos mueren como moscas. Y acá no hay remedios", asegura Victoria, antes de contar que llegó a este rincón olvidado hace siete años.
"Vine con la idea de abrir un centro de capacitación en informática y mirá... -dice y señala unas computadoras arrumbadas, tapadas con unos trapos polvorientos-. Tuvimos que abrir siete comedores, acá las respuestas nunca llegan y hay cosas que no pueden esperar."
Estamos a sólo unas diez cuadras de la avenida General Paz, a media hora del centro porteño, en auto. Y, sin embargo, parece que se hubiera retrocedido dos siglos.
Formosa: $400 para alimentar a 6 hijos
Es una familia de ocho integrantes del barrio La Floresta, a 30 cuadras del centro, al norte de esta ciudad. Estela González, de 34 años aunque aparenta muchos más, tiene en la fe cristiana el soporte para sus carencias, como también para los imprevistos que le plantea la vida. No sorprende que con su esposo, Alberto Torres, hayan decidido inscribir a dos de sus seis hijos con los nombres de Milagros y Jesús.
Con ellos dos, de ocho y seis años, ocurrió algo curioso hace dos años. Jesús tenía cuatro años y pesaba 13 kilos, y Milagros, con seis, solamente 15. "Yo creí que era flaquito, como había nacido con problemas en los pulmones... Pero cuando lo llevamos al centro de salud para que lo controlaran nos llevamos una sorpresa, porque saltó el problema de su escaso peso", contó Torres. "El mismo problema tuvimos con Milagros. Por suerte, a menos de un año de un tratamiento intensivo los dos comenzaron a recuperarse", comenta. Este caso de la familia Torres se repite en otros barrios y en pueblos del interior. "Lo bueno es que los doctores vienen a tu casa si que faltás a la sala", destaca Alberto, que tiene un ingreso de 400 pesos para alimentar a toda la familia.
Desde 2002, los organismos públicos comenzaron una batalla para combatir la desnutrición y su incidencia en la evolución neurológica de los chicos afectados. Marcelo Villarroel, un médico que está a cargo del programa Nutrir, dice que hace seis años el riesgo nutricional era del 12 por ciento. "En 2004, bajamos al 8,4%. Actualmente se llegó al 4,2%", asegura.
Justo Urbieta
Demuestran como fracasaron los planes alimentarios estatales
Como si se tratara del apellido, en muchas familias argentinas el hambre pasa de generación en generación. Y aunque ningún rincón del país escape a esta realidad, el bajo peso, la desnutrición crónica y la anemia no afectan por igual a todas las regiones.
Para poder entender las causas de esas deficiencias nutricionales, el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec, una organización no gubernamental) hizo una investigación que se propuso analizar si los programas alimentarios habían logrado revertir la desigualdad entre las provincias.
La realidad que encontró fue que, lejos de ser eficaces, esos planes continúan acentuando en el país las brechas de inequidad; que la coordinación entre los gobiernos nacional, provinciales y municipales para atacar ese flagelo es débil, y que, en muchos casos, las cajas de comida, por la insuficiente cantidad de nutrientes que contienen, terminaron creando un nuevo problema: la obesidad infantil.
?Después de 25 años de democracia, nos pareció interesante evaluar las intervenciones que se habían hecho en este tema?, explica Daniel Maceira, director del Programa Salud del Cippec y responsable del estudio.
El principal insumo del trabajo fue la última Encuesta Nacional de Nutrición y Salud de la Nación.
Los datos de ese sondeo dan cuenta de dicha inequidad: "Las provincias del Norte presentan peores condiciones socioeconómicas, como también nutricionales. En las del Sur los indicadores muestran datos menos alarmantes. Misiones y Corrientes tienen la mayor proporción de menores de seis años con bajo peso, y en Santa Fe y Corrientes están los mayores porcentajes de desnutrición crónica", dice el informe.
Las conclusiones a las que arribaron los investigadores del Cippec parecen claras: "Luego de 25 años de acciones, no se ha logrado generar una articulación aceptable entre los distintos actores que participan en el diseño y la ejecución de dichas políticas".
Según la investigación, las provincias del NEA y del NOA son las que tienen los mayores índices de mortalidad infantil en la franja de 1 a 14 años. También son las que ostentan mayores porcentajes de mortalidad materna y una población con necesidades básicas insatisfechas.
Pero la desnutrición no es el único problema señalado por los especialistas del Cippec: "La obesidad, producto de la malnutrición, es cada vez más importante en términos estadísticos. En este caso, también se manifiestan desigualdades entre las provincias. Los extremos los representan el Chaco, con la menor proporción, y Santa Fe, con la mayor del país", afirma el estudio, que, además, destaca una supuesta paradoja. "Contrariamente a la creencia popular, los sectores de menores recursos son los más afectados por la obesidad, ya que no pueden acceder a alimentos cuantitativa y cualitativamente adecuados para una correcta nutrición."
La anemia, otro problema derivado de la mala alimentación, también llama la atención: afecta principalmente a niños menores de dos años y a mujeres embarazadas.
Hay un punto clave en este tema: "La política de nutrición debería estar inserta en una política sanitaria porque hay un vínculo claro entre salud y nutrición. Los cortocircuitos de una estrategia conjunta reducen el impacto de la planificación nutricional y hacen que esa población demande más políticas de salud", señala Maceira.
"La articulación entre los distintos actores que participan en el diseño y ejecución de las políticas para paliar esta situación se presenta como uno de los desafíos más importantes, así como la definición de mecanismos que permitan transferir capacidades a la población afectada más allá de estas intervenciones", acotó Maceira.
Las bolsas de la discordia
Una de las principales críticas del estudio es el recurrente mecanismo de los distintos gobiernos democráticos para intentar solucionar estos temas: las bolsas con alimentos, que a juicio de los especialistas no resuelven la desnutrición crónica y, lo que es peor aún, favorecen la aparición de la obesidad infantil.
"Las bolsas con alimentos hacen que los chicos recuperen peso, los engordan y salen de las tablas de la desnutrición aguda, pero no revierten la situación en cuanto a la talla o a los problemas neurológicos y de desarrollo que implica una mala alimentación", sostiene Maceira.
Pero, entonces, ¿cuál es el mecanismo ideal? Según Maceira, sin dudas es la distribución de alimentos frescos, pero es muy complejo desde el punto de vista operativo y necesita identificar las necesidades puntuales. "Por eso se fueron eligiendo otras acciones menos satisfactorias, que resuelven problemas de gestión pero no ofrecen una dieta balanceada -explica el experto del Cippec-. Como las cajas no se entregan con la frecuencia preestablecida, el valor nutricional que aportan sus componentes no resulta suficiente."
Otra de las preguntas que se hicieron los investigadores era saber quién llevaba adelante los mecanismos para aplicar cada programa. Y encontraron que las organizaciones civiles, asociadas con el Estado, son las responsables de poner en práctica los proyectos. "Son flexibles y tienen un contacto directo con la gente, pero, una vez que se terminan los proyectos, el Estado y las organizaciones no consiguen articularse y no se logra capitalizar ese aprendizaje", se lamentó Maceira.
Al mismo tiempo, los programas alimentarios tienen un reducido seguimiento y escasean las evaluaciones de impacto una vez finalizadas las acciones puntuales.
"La débil coordinación entre los tres niveles de gobierno (nacional, provincial y municipal) profundizó la ineficiencia en la aplicación de los programas por la superposición y la fragmentación de esfuerzos", señala el estudio.
Y es concluyente: "Los programas alimentarios distan de ser eficaces en el logro de mejores condiciones nutricionales y continúan acentuándose las brechas de inequidad entre las provincias".
Cynthia PalaciosCopyright 2008 SA LA NACION | Todos los derechos reservados
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