octubre 30, 2005

La guerra del Che


Álvaro Vargas Llosa acaba de calificar al guerrillero argentino como "máquina de matar". O Donnell le responde. Un mito que resulta molesto.

Álvaro Vargas Llosa, cuyo mayor mérito literario es ser hijo de escritor famoso, ha publicado en distintos medios internacionales una serie de artículos denostatorios del Che Guevara que están en línea ideológica con sus exaltados apoyos a las invasiones de Afganistán e Irak, y a sus críticas a los movimientos populares latinoamericanos.
En el primero se extiende sobre el remanido argumento de la cooptación de la imagen del Che en camisetas y tatuajes por el sistema capitalista, aunque deja en claro a pesar suyo que la foto de Korda siempre es irritativa, desafiante, nunca banal, como lo demuestra su enojo porque Santana mostró al guerrillero argentino en su vestimenta cuando subió al escenario del Oscar para interpretar una canción que se refería… al Che.
En otro párrafo hace referencia a la reconocida honestidad del Che, reduciéndola a la sincera confesión en sus diarios de dolorosas acciones de guerra que Vargas (hijo) pretende identificarlas con malignidad personal. La elogiable honestidad de Guevara es la que unánimemente testimonian quienes compartieron sus años de funcionario durante los cuales no se permitió la más mínima prebenda, ni siquiera en cuidados que hubieran aliviado sus graves crisis asmáticas.

La máquina de matar. El segundo artículo lleva el poco sutil título de "El Che Guevara: una violenta, selectiva y fría máquina de matar", como si quisiera convencernos de ello antes de desarrollar sus argumentos. En él reitera fallas graves de investigación como que al amor de adolescencia de Guevara la llama "Chichita" cuando es "Chichina", a la quebrada del Yuro la llamará "barranco", equivocará la fecha en que Mobutu se consagrará presidente del Congo.

Para probar el alma demoníaca y asesina del Che, Vargas (hijo) reproduce una frase de la carta dirigida a una compañera de facultad en la que cuenta que durante su experiencia en Guatemala se convenció de que si Arbenz hubiera fusilado a algunos de los complotados en su contra "el gobierno hubiera conservado la posibilidad de devolver los golpes". Esa extrapolación, como todas las demás, oculta los muy interesantes argumentos de quien entonces no era más que un joven aventurero dolido por la injusta condición social de Latinoamérica y creía haber descubierto al culpable de ello, el capitalismo y su nave capitana, los Estados Unidos. La violencia de sus "marines" desembarcados para derrocar al democrático presidente Arbenz lo convence de que la única posibilidad de enfrentar y derrotar a un enemigo tan poderoso es también con la violencia. A esa convicción, que podemos o no compartir, dedicó su vida y por ella se inmoló.

En el voluntario falseamiento de la historia, en línea con los varios sitios de internet únicamente dedicados a denostar al Che, Vargas (hijo) miente "la ejecución de dos decenas de personas en Santa Clara". Es cierto en cambio que el Che asumió, por ser la máxima autoridad militar, la discutible tarea en la Fortaleza de La Cabaña de refrendar las ejecuciones dictadas por tribunales de justicia popular. Seguramente es lo más reprochable de su vida pero Vargas (hijo) se ocupa prolijamente de obviar que los ejecutados eran los asesinos y los torturadores de una dictadura como la de Batista, a cuya ferocidad el autor no se refiere en ninguna de sus líneas. Y que las ejecuciones, según la versión del respetado historiador norteamericano Hugh Thomas, no pasaron de 200 mientras que Vargas (hijo) prefiere contabilizar las 2.000 que esgrime el agente de la CIA Félix Rodríguez, el mismo que tendrá activa participación en el asesinato del argentino en La Higuera.

El puritano. En la tercera nota el Che es acusado de puritano. Está claro que calzaba mejor si Guevara hubiera sido alcoholista, drogadicto, pervertido sexual, ignorante, como lo fuera Batista. Pero como en realidad llevaba una vida casi monacal, la misma que recomienda a los combatientes en su manual del guerrillero, Vargas (hijo) lo acusa de querer imponer una absurda "sharia" para abolir la prostitución obviando que Cuba era un país al que los turistas extranjeros habían transformado en un inmenso lupanar. Una decisión relacionada con los derechos humanos de la mujer cubana que molesta al hijo de su padre.
Acentuando la pobreza argumental, Vargas (hijo) se explaya sobre "el impulso de desalojar a otros de sus propiedades" como si se tratase de una compulsión patológica, cuando es obvio que debería asociarlo con el concepto marxista, que el Che hacía suyo, de que la construcción del socialismo era incompatible con la propiedad privada. Es que para el argentino el cambio social no era una entelequia, lo que queda evidenciado en la formidable anécdota del encuentro Nasser-Guevara cuando éste le pregunta al presidente egipcio, quien hacía alarde de la revolución por él emprendida, "¿cuántas personas abandonaron su país debido a las reformas?". "Ninguna", respondió Nasser, quien a continuación no pudo disimular su disgusto cuando escuchó que "la profundidad de un cambio debe medirse por el número de personas que sienten que no tienen lugar en esa sociedad nueva". Lo insólito es que Vargas (hijo) la reproduce como crítica a Guevara

Lo que Vargas (h) no puede percibir por lo reaccionario de sus ideas es que es justamente esa vigorosa convicción en sus ideales, que a la postre lo llevaría a enfrentar hidalgamente la muerte, lo que garantiza al Che su supervivencia en un mundo donde las emociones se han vuelto "light", donde los principios se disuelven en la inescrupulosidad, donde el éxito mediático sustituye a la espiritualidad, donde el coraje deja paso a la astucia. La enorme mayoría de los que admiran a Ernesto Che Guevara no son marxistas ni comulgan con sus métodos, simplemente lo exaltan porque el Che sabía qué hacer con su vida y así justificó su paso por este mundo.

Vargas (hijo) se permite también ironizar sobre la concepción guevarista del "trabajo voluntario", el estímulo moral como contraposición del estímulo material preconizado no sólo por el capitalismo sino también por Moscú. Muy lejos de constituir "exquisitas oportunidades para fotos del Che estibador, el Che recolector de caña, el Che obrero textil", como si se tratase de "Carlitos policía" o "Carlitos bombero", Guevara estaba convencido de que una sociedad basada en el colectivismo debía ser partera del "hombre nuevo", alguien que no adorase al becerro de oro del consumismo, que no hipotecase su identidad en el "tener"por sobre el ser, que hiciera del trabajo no una penosa exigencia sino una contribución gozosa a un mundo mejor. Si el Che fracasó en ello, no deberíamos festejarlo.

En su obstinación por demonizar al Che, preocupado porque su ejemplo no cunda, Vargas (hijo) miente que el alejamiento de la Unión Soviética se debió a que Guevara "acusó a Moscú de ser demasiado blando ideológica y diplomáticamente". La verdad es que la disidencia se fundamentó en que el Che consideraba que la política económica que Moscú imponía en todos los países de su bloque, también en Cuba, estaba equivocada. Por ejemplo se opuso a la competitividad entre las empresas estatales que los economistas soviéticos suponían sería el antídoto para la baja productividad de los países socialistas por considerarlo un "caballo de Troya" de esencia capitalista que a la postre llevaría al derrumbe comunista.

De lo que se trata es de ocultar la confrontación del Che con Moscú pues eso contradice la estrategia, evidente en las notas de Vargas (h), de mostrarlo como un comunista frío, cruel y asesino, salteando la falta de apoyo del PC boliviano. Es que Guevara se había transformado en un incordio para la estrategia del PC en Latinoamérica, no sólo porque violaba la "coexistencia pacífica" sino también porque sus diferencias teóricas y metodológicas generaban escisiones "guevaristas"en los partidos oficiales. En los últimos de sus tiempos el Che tenía sobre sus talones no sólo a la CIA sino también a la KGB.
Una comparación desafortunada. El último artículo finaliza con una insólita comparación del Che ¡con nuestro Alberdi!, presentado como un pacifista gandhiano, ignorando que si bien se opuso a la guerra de la Triple Alianza estuvo junto a Urquiza en Cepeda y Pavón.
Conclusión: no serán escribas mediocres y funcionales como Vargas Llosa (hijo) quienes lograrán asesinar la memoria del Che, reivindicada por mejores escritores como mi amigo Eduardo Galeano:

"¿Por qué será que el Che tiene esa peligrosa costumbre de seguir naciendo? Cuanto más lo insultan, lo manipulan, lo traicionan, más nace. Él es el más nacedor de todos.
¿No será porque el Che decía lo que pensaba y hacía lo que decía? ¿No será que por eso sigue siendo tan extraordinario, en un mundo donde las palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, y cuando se encuentran no se saludan porque no se reconocen?". l

PACHO O’DONNELL

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