octubre 29, 2005

SIMON WIESENTHAL: El hombre que encarnó la justicia


Al otro lado del teléfono la voz sonó contundente: “¿A la Argentina? Nooo, de ninguna manera”. Esta fue la respuesta que Simon Wiesenthal, fallecido ayer a los 96 años, le dio a Página/12 hace más de una década. El famoso cazador de nazis se negaba a venir al país porque consideraba que aún había en la Argentina hijos o parientes de jerarcas nazis dispuestos a vengarse de él por su tarea de llevar a los estrados judiciales a los criminales de guerra. Wiesenthal estuvo convencido de que la Argentina fue el mayor puerto de llegada de asesinos del Tercer Reich y era un crítico intransigente de lo que consideraba una clara complicidad de Juan Domingo Perón en aquella “ruta de las ratas”. Participó directa o indirectamente en casos que tuvieron como escenario la Argentina y terminaron con condenas, como los de Adolf Eichmann, Erich Priebke, Joseph Schwamberger o Dinko Sakic, mientras que en otros casos puso toda la presión y obligó al tenebroso médico Joseph Mengele a huir del país y hasta le quedó la cuenta pendiente de encontrar a otro genocida, presuntamente escondido en la Argentina, Heinrich “Gestapo” Muller, al que nunca pudo detectar.
Wiesenthal fue el primero en descubrir el camino que llevó a los jerarcas nazis a la Argentina. Se basaba en los siguientes elementos:
- Argentina tenía una comunidad alemana grande formada a principios de los años ‘30 y con fuerte presencia de militantes del nacionalismo que se fueron de Alemania tras la derrota en la Primera Guerra Mundial. En Buenos Aires funcionó la sucursal oficial más grande del mundo del partido nazi y en 1938 festejaron en el Luna Park la anexión de Austria. O sea que, tras la guerra, los jerarcas tenían cobertura asegurada.
- Tal como después lo demostraron investigadores como Beatriz Gurevich, Uki Goñi y Jorge Camarasa, el propio Perón dio vía libre a uno de sus más cercanos consejeros, Rudolf Freude, para que armara una comisión que funcionó en la Casa Rosada, Migraciones y seis embajadas de la Argentina en Europa, que permitió entrar a la Argentina a numerosos criminales de guerra alemanes, croatas, franceses, belgas y holandeses.
- Wiesenthal también sostuvo siempre que hubo un acuerdo para que empresas alemanas de primera línea pasaran a ser administradas por hombres de Perón.
- El cazador de nazis sostuvo que hombres de la Cruz Roja y un obispo católico, Alois Hudal, fueron los apoyos que encontraron los jerarcas en su camino de Alemania a Italia, hasta subirse a los barcos con destino a Buenos Aires, donde ya la asistencia pasaba a estar a cargo de la gente de Freude.
Fue luego de un prolijo trabajo de investigación que Wiesenthal llegó a esas conclusiones. Durante los primeros años fue juntando elementos que provenían esencialmente de avisos fúnebres de familiares de los jerarcas nazis, de viajes de sus esposas e hijos y de datos que le fueron llegando a su Centro de Documentación en Viena.
Adolf Eichmann era una de las presas mayores de la caza. Fue el encargado de la Sección de Asuntos Judíos, que consistía obviamente en exterminarlos. Sus órdenes se cumplían en toda Europa y consistían en detenciones masivas, traslados a los campos de concentración, reclusiones en guetos, abortos provocados y, finalmente, la aniquilación. Wiesenthal le siguió el rastro a través de su esposa, Vera, que falsificó una muerte del genocida. Sin embargo, luego Vera y sus siete hijos desaparecieron, Wiesenthal investigó a la madre de la mujer y finalmente pudo determinar que estaban en la Argentina. Estos datos puestos en manos de la inteligencia israelí, más una traición de otro nazi, permitieron ubicarlo y llevarlo clandestinamente a Israel luego de una operación realizada en San Fernando. Eichmann fue condenado a la horca en Jerusalén.Su otro gran objetivo fue el siniestro médico Joseph Mengele, quien utilizó a gitanos, judíos y homosexuales en pruebas pseudocientíficas que terminaban en la muerte. Mengele llegó a tener un documento de identidad a su verdadero nombre en Argentina y Wiesenthal insistió una y mil veces en que debía ser detenido y juzgado. La presión del cazador de nazis lo obligó a mudarse a Paraguay donde vivió bajo la protección del dictador Alfredo Stroessner, y tras las nuevas presiones terminó viviendo a las escondidas entre Argentina, Paraguay y Brasil donde finalmente murió.
En Viena, Wiesenthal exigió la detención de otros jerarcas que estaban en Argentina, como Walter Kutchmann o Joseph Schwamberger. El primero era uno de los jerarcas más buscados, entre otras cosas porque en Polonia obligó a cavar sus propias tumbas y ejecutó a 20 profesores universitarios, junto a sus esposas e hijos. Kutchmann vivió en la Argentina con el nombre de Pedro Olmo y trabajaba en la Ferretería Alemana. En 1975, Wiesenthal lo denunció públicamente, dio su alias y su dirección en Buenos Aires. Kutchmann dio la cara, pero después se escondió y tuvieron que pasar diez años para que lo volvieran a detener. Mientras esperaba la extradición, murió.
El caso de Schwamberger fue parecido. Se lo acusaba de más de mil asesinatos en los guetos y campos de trabajo de Polonia. Wiesenthal lo denunció en 1972, señalando su dirección en La Plata, pero el hombre se evaporó durante doce años, hasta que se lo volvió a detener en Huerta Grande, Córdoba. Pasaron todavía cinco años más para que se concretara la extradición. En Alemania fue condenado a cadena perpetua.
En los últimos años, el propio Simon Wiesenthal y la representación del Centro Simon Wiesenthal en la Argentina, que encabeza Sergio Widder, participaron de investigaciones y batallas judiciales que llevaron a la Justicia a Erich Priebke, uno de los responsables de la matanza de las Fosas Ardeatinas en Roma, condenado a cadena perpetua, y Dinko Sakic, criminal croata que recibió una pena de 20 años de prisión por ser jefe del campo de concentración de Janosevac.
Los ejemplos de intervención de Wiesenthal en casos de nazis que vivían en la Argentina incluyeron al principal criminal croata, al creador del programa de eutanasia nazi, a jefes de las SS en Holanda, Francia y Bélgica. Estaba convencido de que Heinrich Müller, superior jerárquico de Eichmann, también vivió en la Argentina, pero la búsqueda abarcó todo el norte del país y la frontera con Paraguay y Brasil. Gestapo Müller, luego de fraguar su muerte y una tumba vacía en Berlín, se evaporó.
La cifra de jerarcas llegados al país, según Wiesenthal, orillaba los 300 y recién en 2003 dio por clausurada la búsqueda. En ese momento evaluó que si había algún criminal de guerra aún con vida sería demasiado viejo como para juzgarlo. En ese momento, también Página/12 entabló un breve diálogo telefónico con él. “A la Argentina, noooooo. Ahora ya estoy yo demasiado viejo”, dijo categórico.

El perseguidor incansable:

Aunque Simon Wiesenthal fue conocido como el “cazador de nazis”, tal vez su mayor aporte a la humanidad fue la difusión que logró con su denuncia del genocidio nazi. Cada nueva captura de un criminal de guerra hacía públicas las ejecuciones y el aniquilamiento a que fueron sometidos gitanos, judíos, homosexuales y opositores de Adolf Hitler. Wiesenthal fue un sobreviviente de los campos de concentración y de trabajos forzados, en los que perdió a 89 integrantes de su familia y la de su esposa, Cyla.
En 1947 fundó el Centro de Documentación que se especializó en archivar todos los datos sobre criminales de guerra. Al principio funcionó en Linz y a partir de los años 60 en un pequeño departamento de Viena, donde apenas trabajaban cuatro personas. Con el tiempo, en Los Angeles se abrió una central del Centro Simon Wiesenthal, en el que funciona el Museo de la Tolerancia, una muestra de los horrores del nazismo.
Wiesenthal no realizaba las detenciones de criminales de guerra sino que acumulaba la información y hacía las denuncias. Los datos venían de vecinos de los jerarcas nazis que sospechaban del pasado de esos sujetos y en algunos casos se nutrió hasta de traiciones de los propios hombres del Tercer Reich. Con los datos, exigía las detenciones y luego su estructura aportaba los elementos necesarios para el juicio contra el criminal.
Se hizo mundialmente conocido por su participación en el caso Eichmann en la Argentina y el descubrimiento del oficial de la Gestapo que había arrestado a la niña Ana Frank. También localizó a Hermine Braunsteiner, que había supervisado el asesinato de cientos de niños en el campo de exterminio de Majdanek. Braunsteiner, que estaba oculta en Estados Unidos, fue extraditada a Alemania y condenada a cadena perpetua. En total, participó en la detención y posterior sometimiento a juicio de unos mil cien criminales de guerra.
En 1967 publicó su libro de memorias, Los asesinos entre nosotros, un texto en el que habla numerosas veces de la Argentina y utiliza el termino Odessa, las siglas que en alemán corresponden a Organización de ex camaradas de las SS, que se dedicaba a ocultar en la posguerra a los ex jerarcas nazis. Según Wiesenthal el plan de escape fue diseñado en 1944, en una reunión de altos mandos del Tercer Reich realizada en un lugar conocido como la Maison Rouge, en Estrasburgo. Sin conocimiento de Hitler, prepararon su fuga y la forma de financiarla. En ese libro Wiesenthal señala que se resolvió establecer 750 empresas en distintos países, 98 de esas compañías en la Argentina, para refugio, trabajo y financiamiento.
A pesar de su avanzada edad, en los diálogos mantenidos con Página/12 exhibía una memoria asombrosa. Señalaba con precisión hasta los criminales que él evaluaba seguían con vida en la Argentina o habían muerto en el país y detallaba con minuciosidad si podían estar en Bariloche, en Misiones o si habían pasado la frontera a Paraguay. Tenía una personalidad avasallante y era de poner límites muy precisos al diálogo. Transcurridos cinco minutos, concluía: “su tiempo terminó”. Muchos sostienen que el tiempo de Wiesenthal no se terminó, sino que la tarea de cazar jerarcas nazis se convirtió en los últimos años en la difusión de valores como la tolerancia, la convivencia y el rechazo a las persecuciones por razones políticas, raciales o religiosas.

Una falla en la sociedad:

Los principales líderes del mundo han destacado la lucha que protagonizó Simon Wiesenthal para que los genocidas nazis dieran cuenta de sus actos ante la Justicia. Sin embargo, la importancia que todo el mundo reconoce ahora a esa tarea pone también en evidencia la falla profunda de las sociedades modernas que hicieron recaer esa responsabilidad pública en una víctima de los criminales perseguidos.
En cierto sentido, la existencia misma de Wiesenthal constituye una señal de culpa, de falta grave en la civilización del siglo XX porque la persecución de los criminales no debería haber sido una empresa particular y menos de una víctima directa. Su esposa y él tenían más de 80 familiares muertos en el Holocausto. Durante más de 50 años Wiesenthal, que era sobreviviente de Mathausen, se embarcó en la tenaz persecución de los criminales de guerra dispersos, refugiados y protegidos en todo el planeta. Si no fuera porque todo el mundo ya se había acostumbrado a asociar su nombre con la búsqueda de nazis, sería más fácil percibir lo injusto y anormal de esa situación. Injusto y anormal para él, para las víctimas del Holocausto y para la humanidad en general.
Lo cierto es que en 1947, cuando comenzó su búsqueda, si no lo hacía él, no lo hubiera hecho ningún gobierno. Los líderes mundiales se contentaron con declaraciones sobre el horror y, tras Nuremberg, trataron de dar vuelta la página de la historia. Estados Unidos y la URSS se disputaban a los científicos alemanes para los arsenales de la Guerra Fría y los criminales eran protegidos por intereses políticos, económicos y religiosos en todo el mundo. La persecución de los nazis y su presentación ante la Justicia aparecían como un dato molesto de la posguerra y la llamada reconciliación, en países donde las simpatías con el Eje habían sido marcadas, donde muchos de sus políticos y empresarios habían mantenido algún tipo de relación con el nazismo.
La lucha de Wiesenthal, ahora reconocida, fue solitaria. Y el apoyo de los gobiernos fue llegando –tardíamente– a medida que el tiempo desgastó la red de protección de estos criminales, como Adolf Eichmann en Argentina o Klaus Barbie en Bolivia, por mencionar a sólo dos de los 1100 que ayudó a capturar. No constituye motivo de orgullo que deba haber personalidades como Wiesenthal para emprender acciones de justicia elemental que interesan a la sociedad en general y que deberían ser ejecutadas por sus instituciones.

Una vida plena:

Simon Wiesenthal fue un individuo que logró dotar de sentido a su vida. Sobreviviente de ese infierno terrenal que fueron los campos de concentración nazis, tuvo la fuerza, el coraje y la determinación para que los asesinos que acabaron con la vida de seis millones de judíos y que pretendieron borrar de la faz de Europa todo vestigio de su vida y su cultura fueran llevados ante los tribunales, juzgados y condenados. Llevó adelante su tarea en medio de una soledad casi absoluta. Como recordaba hoy el rabino Marvin Hier, decano de nuestro Centro, el fin de la Segunda Guerra Mundial encontró a los países que habían sido aliados contra los nazis inmersos en la guerra fría, y a aquellas personas que habían logrado sobrevivir al horror nazi tratando de rearmar sus vidas. En ese escenario, Wiesenthal se constituyó como la conciencia del Holocausto ante el mundo.
La tarea y el compromiso de Wiesenthal lograron llevar a juicio a más de mil criminales nazis. Pero su legado excede la búsqueda de la reparación a través de la justicia.
Quizá tan importante como ese aspecto sea otro, aquel que siempre le preocupó con relación al futuro. Una de sus mayores preocupaciones fue que las lecciones históricas del horror nazi sirvieran como enseñanza para las nuevas generaciones. Que quedara claro el mensaje de que el mundo no debería mantenerse como testigo pasivo ante el horror, y que los juicios contra los criminales nazis deberían constituirse como un precedente para que los asesinos del futuro supieran a qué se expondrían.
Muchas veces le preguntaron a Wiesenthal por qué se dedicó a perseguir a los nazis. En una ocasión, un amigo le dijo: “Simon, tú eres arquitecto; es probable que si luego de la guerra te hubieras dedicado nuevamente a construir casas hoy estarías tranquilo, gozando de tu retiro. ¿Por qué no lo hiciste?”. Wiesenthal le respondió: “Tú eres un hombre religioso, que cree en Dios y en la vida después de la muerte. Yo también. Cuando lleguemos al otro mundo y encontremos a los millones de judíos muertos en los campos y nos pregunten: ‘¿Qué han hecho todo este tiempo?’ habrá muchas respuestas diferentes. Tú dirás: ‘Yo me dediqué a la joyería’, otro dirá ‘yo construí casas’, y así sucesivamente. Yo les diré: ‘No me olvidé de ustedes’”.
Hoy es un día de profunda tristeza. Esperemos que el ejemplo de vida de Wiesenthal nos inspire en el camino del fortalecimiento de la dignidad humana.
Por Sergio Widder, representante para América latina del Centro Simon Wiesenthal

Raúl Kollmann

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