octubre 30, 2005

Mistificadores


Decía David Cooper, padre de la antipsiquiatría, que un mistificador es una persona que tiene una determinada ideología o sistema de creencias que en general tienen que ser impuestas o aceptadas incondicionalmente por los demás, que de esta manera lograrían su salvación o su bienestar. Si tienen poder pueden convencer a gran parte de la población de un país de que las ideas formuladas por él (el mistificador) serán siempre buenas o convenientes para todos los que la acepten incondicionalmente. El mistificador no tolera nunca la función crítica a sus creencias. En 1941, Adolf Hitler convenció a sus generales en una reunión en el Palacio de los Deportes de que había que invadir rápidamente la Unión Soviética porque poseía datos de que Stalin estaba a punto de invadir Alemania. Dijo fundamentalmente dos cosas en esa memorable reunión: 1) que era una guerra preventiva, para impedir la invasión que se estaba gestando en Moscú; 2) que el pueblo Ruso sojuzgado por la dictadura stalinista iba a recibir al ejército alemán con los brazos abiertos para recobrar su libertad.
La resistencia nacionalista soviética fue mucho más grande de lo esperado por Hitler y los alemanes tuvieron que asesinar a 10 millones de soviéticos (2 millones de judíos) en los primeros 11 meses de la invasión. Más tarde la cifra llegó a los 27 millones. La población alemana en general apoyaba la invasión, ya que habían obtenido ventajas económicas en las invasiones a Polonia, Checoslovaquia y Francia. Con la Unión Soviética a su merced, el imperio alemán sería dueño del mundo.
Cuando no llegaron a Moscú y la invasión se detuvo en Stalingrado, se produjo la primera fisura de la creencia mistificadora. Los alemanes no solamente no podían derrotar a la Unión Soviética, sino que el Ejército Rojo los comenzaba a empujar hacia Berlín después de la epopéyica y cruenta batalla de Stalingrado. En 1971 pude presenciar el lugar exacto donde Hitler, con su poderoso largavista, esperaba entrar a Moscú. La distancia no sería mayor que la que separaba la cancha de Platense con la Plaza de Mayo.
Pero Hitler no pudo entrar en Moscú. Tuvo que salir corriendo del lugar y volver a Berlín porque la resistencia soviética era feroz. Las fisuras aumentaron poco a poco cuando se develaban sus fracasos y comenzaron a aparecer en el pueblo alemán los primeros signos de desconfianza, que culminaron con un atentado fallido contra Hitler. Lo demás es historia conocida.
El otro gran mistificador que tenemos que soportar es el presidente norteamericano George Bush, creador del terrorismo cristiano, que invadió Irak a pesar de que los organismos internacionales dependientes de la ONU le confirmaron la ausencia total de armas de destrucción masiva en ese país. Pero los mistificadores no escuchan. Todos sabemos que invadir Irak es apoderarse de sus enormes reservas petroleras y de su posición estratégica en Oriente Medio. Además del gran negocio de la reconstrucción. Pero el terrorista norteamericano afirmaba que la invasión a Irak se hacía como una guerra preventiva frente a un supuesto ataque de Irak con sus armas de destrucción masiva y que además, lo que era muy importante, se les iba a brindar la democracia y la libertad a quienes la esperaban con los brazos abiertos, deseosos de terminar con el horrible sufrimiento a que los sometía Saddam Hussein.
Pronto quedó claro que los iraquíes carecían de armas de destrucción masiva y que además el ejército no había sido recibido por el pueblo iraquí precisamente con los brazos abiertos, sino con una resistencia feroz que cobraba cada vez más víctimas. El pueblo norteamericano comenzó a percibir que la guerra en esas condiciones carecía de sentido y que además anhelaba el retorno de los 150 mil soldados, apostados en ese peligroso país a merced de los atentados. Entonces el mistificador apuntó a Irán y comenzó a construir su nuevo delirio místico de terrorismo cristiano para justificar la invasión a ese país.
De repente ocurrió lo imprevisto. La desgracia de Alabama, Mississipi y Nueva Orleans modificó la escenografía. Comenzó a revelar lo invisible. A mostrar que el gobierno de Bush está dirigido por las grandes corporaciones, pero el muñeco que habla es él. La tremenda desgracia de la inundación dejó visible al mundo el otro sector del pueblo norteamericano. A los pobres y a la clase trabajadora de Nueva Orleans, los que carecen de auto y no pudieron salir a tiempo. A los que pedían los helicópteros de la Guardia Nacional para los rescates se les contestaba que los helicópteros estaban defendiendo la democracia en Irak.
Muchos norteamericanos se mostraron sorprendidos de conocer esa clase de pobreza negra en América. El subdesarrollo norteamericano, los carecientes, los pobres, los indigentes, los desprotegidos se hacían visibles de improviso. Se hacía también visible la negligencia del gobierno al acudir tardíamente a los reclamos desesperados del intendente.
“Tendremos que ocuparnos de esta gente”, dijo el terrorista blanco, como si esa gente fuera de otro país. Trece millones de niños viven en la pobreza en EE.UU., el 25 por ciento de los afroamericanos viven sumergidos en la pobreza.
En el lenguaje de boxeo se dice: esto es un knock-down. El mistificador trastabilla: como decía Mao, hay que sentir demasiado odio frente a la injusticia para ser revolucionario. Hoy más que nunca debemos crear entre todos, norteamericanos y no norteamericanos, pequeños acontecimientos diarios de denuncia, en todos lados y todo el tiempo, desde nuestra propia actividad cultural. El pueblo norteamericano está percibiendo que un sector de sus hermanos vive en grados de extrema pobreza y desatención, no debemos dejar pasar el momento del descubrimiento, el episodio de la inundación ha hecho temblar la cabeza de los norteamericanos. Tiene que haber más odio y menos resignación en las víctimas. Lo han perdido todo. Pero ellos tienen una brillante estrategia, convertir a las víctimas en héroes y hacerles creer a estos pobres miserables que son héroes por su capacidad de resistencia y amor a la patria. Un día Toni Negri le preguntó a Deleuze cómo habría que hacer para mantener el fulgor revolucionario de mayo de 1968 y Deleuze le respondió: “Creando pequeños acontecimientos diarios en todos los lugares posibles”. La revolución que nos queda es cultural y desmitificante es “revolucionar la cabeza de la gente”.
La opinión pública norteamericana lo empieza a ver a Bush como un gran mistificador. Pero nosotros, intelectuales críticos como decía Said, debemos implicarnos. Con nuestras imágenes, con nuestra creación, con nuestros escritos, inventando todo tipo de protesta. Con nuestros sueños utópicos de un mundo mejor y posible. Aquí la indiferencia ya huele a cobardía.
La ideología del terrorismo cristiano quedó expresada en las palabras de la madre del presidente, Bárbara Bush: “Son de cualquier manera gente careciente y vivir en el Estadio Astrodome está bien para ellos”.
El horror quedó expresado por un periodista de Alabama: “Esto no es Irak, no es Somalia, es nuestra patria”.
Algunos pronostican que la popularidad de Bush caería del 45 al 30 por ciento. Esto recién empieza. El terrorismo cristiano se está resquebrajando. Nuestra creación puede ayudar al lento deterioro del resquebrajamiento.

Eduardo Tato Pavlosky
Psicoterapeuta, autor, director y actor teatral. Entre sus numerosas obras se encuentran El Señor Galíndez, Potestad y La muerte de Marguerite Duras.

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