octubre 29, 2005

Homosexualidad e imaginarios sociales en Buenos Aires


El objetivo de este trabajo es indagar las significaciones imaginarias que circulaban en la sociedad porteña con relación a la homosexualidad, en la primera mitad de este siglo. Para ello haré un recorrido por diferentes textos. Me detendré en lo que, para estos autores, era “natural”, lo que decían “sin saberlo”, tratando de develar las significaciones imaginarias sociales que sostenían y subyacían en sus discursos y por lo tanto en sus prácticas.La pregunta que guió a los “especialistas en la psiquis” fue: ¿por qué alguien llega a ser homosexual? Para poder construirla hizo falta un requisito previo: que existiera el “sujeto homosexual”.Foucault (Historia de la sexualidad. La voluntad de saber) al investigar la evolución de la noción de “individuo peligroso” en la psiquiatría legal, pone de relieve el pasaje de una adecuación del castigo a las “conductas”, en los códigos penales anteriores al siglo XVIII, a una necesidad de adaptarlo a la “naturaleza” del criminal. Cambio que requirió la intervención de la “medicina mental” en la institución penal. La medicina, y en particular la psiquiatría como higiene pública, debía bregar por una profilaxis del cuerpo social, individualizando a los sujetos “peligrosos” para por un lado, protegerlo de ellos, y por otro lado, aplicar una terapéutica que “reformara” a estos sujetos.Consecuentemente, se pasó de la penalización de las que eran llamadas prácticas de sodomía a la invención del sujeto homosexual, con el consiguiente interés por indagar su naturaleza, la etiología, si puede diseminar o infectar al cuerpo social con su anomalía, si es hereditaria o adquirida. El término “homosexual” fue acuñado en 1869 por el médico húngaro Karl Benkert en una carta dirigida al ministro de Justicia de Hannover defendiendo los derechos de esta minoría y con el propósito de evitar que Alemania rompiera con la tradición napoleónica de no penalizar las prácticas homosexuales. De esta manera se inicia la discusión pública de la tesis que sostenía que la homosexualidad era innata, razón por la cual era injusto perseguir a quienes la “padecían”. Esta tesis provenía, en realidad, del médico alemán Karl Ulrichs, para quien el “uranio” constituía un tercer sexo (la elección de este término se basaba en un mito de Platón). Para Ulrichs el uranio era una persona cuya alma femenina habitaba un cuerpo masculino, y viceversa para la mujer. Consideraba que, al ser el “uranismo” algo heredado, no aprendido y minoritario, no había razones para castigarlo.En la misma línea, el neurólogo alemán Magnus Hirschfeld, a través de la creación del Comité Científico Humanitario –que publicaba el anuario “Yearbook for Sexual Intermediates”, dedicado a la temática homosexual–, iniciaría la lucha por su despenalización. Por otro lado, Krafft Ebing, quien había leído a Ulrichs, sostenía de igual modo que la homosexualidad era congénita, aunque llegando a conclusiones muy diferentes. La consideraba como “un signo de degeneración funcional y manifestación parcial de un estado neuropsicótico” (Hartwich y Krafft Ebing, 1937:290), siendo necesario su tratamiento psiquiátrico.Los primeros escritos sobre homosexualidad que encontramos en nuestro país son de un psiquiatra y médico legista, publicados en los Archivos de Psiquiatría y Criminología. Los casos clínicos descriptos se refieren a sujetos que eran detenidos por la policía, generalmente por escándalo. Para ubicarnos en el contexto histórico, es pertinente recordar que, en 1875, el Concejo Deliberante de la Capital Federal legalizó la prostitución, con el propósito de controlar el contagio de las enfermedades venéreas. Entre 1875 y 1936 se dictaron innumerablesordenanzas modificando la reglamentación de los burdeles con el fin de controlar la salud pública y evitar la trata de blancas.Finalmente, en 1936, el Congreso eliminó los burdeles con la Ley de Profilaxis Social. Muchos de estos invertidos profesionales eran detenidos en los burdeles legalizados. Justamente, otra peculiaridad de estas teorizaciones y primeros casos clínicos es que se refieren a travestis que, excepto en uno de los casos, ejercían la prostitución. Evidentemente, el universo analizado está determinado por el particular lugar donde fueron desarrolladas las observaciones y las entrevistas: la Clínica Criminológica y la Sala de Observación de Alienados de la Policía de la Capital Federal. Francisco de Veyga publica, a lo largo de los años 1902 y 1903, cinco artículos en Archivos de Psiquiatría y Criminología Aplicadas a las Ciencias Afines, donde concibe la inversión como una “desviación psicoorgánica” y describe al invertido como una “mezcla alternante de sátiro y erotómano, se les ve furiosos, excitados, presas de una sed inextinguible de placer, buscando sin cesar en qué abrevar el deseo”. Otorga un lugar decisivo a la educación, el ejemplo y la sugestión en la determinación de la inversión sexual adquirida, así como a su inhibición en los sujetos con predisposición congénita. En alusión a uno de los casos comenta: “Al dejar el Depósito, después de haber sufrido varios días el régimen disciplinario que rige allí, su aire de marica parecía haberse disipado bastante”. José Ingenieros (Tratado del amor) toma como criterio de morbilidad toda actividad que no responda a su función. Como la actividad sexual, razona, tiene como función la reproducción de la especie, será de carácter mórbido toda emoción, tendencia o sentimiento que no esté vinculado con esa finalidad biológica. En relación con las patologías del instinto o tendencia sexual, considera que son congénitas, las causas ocasionales sólo despertarían una tendencia latente; y las señala como un síndrome típico de degeneración mental. Advierte que este tipo de inversión es poco frecuente y que no hay que confundirlas con pseudoinversiones adquiridas, muy comunes en internados, conventos, cuarteles y en agrupaciones permanentes de individuos del mismo sexo. “En todos estos pseudo-uranistas la tendencia sexual es primitivamente normal, pero ha sido desviada por la educación; el hábito de la pederastia activa o pasiva ha creado sentimientos invertidos, desviando en sentido homosexual la primitiva tendencia. Componen la gran masa de los homosexuales militantes, aunque todos pretenden hacer creer que son verdaderos invertidos congénitos..., comprendiendo que su perversión adquirida es más disculpable con el disfraz de la anomalía congénita.”Aníbal Ponce (Ambición y angustia en los adolescentes) cree que cada persona al comienzo de su desarrollo llevaría en potencia los caracteres de ambos sexos y en cierto momento de la vida embrionaria se impondría el sexo definitivo, inhibiendo o frenando al otro aunque sin destruirlo, subsistiendo dispersos elementos de la glándula “vencida”. Señala, además, que en la crisis fisiológica de la pubertad es frecuente que el varón adquiera durante cierto tiempo rasgos de feminidad y viceversa en la mujer. En relación con los determinantes sociales advierte: “Alimentadas sobre todo por el aislamiento y el encierro, las ‘fiammas’ (amistades intensas, sensuales, entre adolescentes de igual sexo) son productos casi exclusivos de los internados y los seminarios, de los cuarteles y los reformatorios; de todos aquellos ambientes, en fin, que sin llegar propiamente a la clausura mantienen separados a los dos sexos en el momento de mayor peligro para la conducta futura de los adolescentes”.Enrique Mouchet (Tratado de las pasiones) concibe la heterosexualidad como el ideal psicofisiológico, y las diferencias de género como la expresión armónica y adecuada de la vida psíquica. Clasifica a loshomosexuales en tres grupos, designando los dos primeros como “una misteriosa alquimia de la naturaleza”; los constitucionales de base hormonal y de base neurótica. El tercer grupo está conformado por los “normales desde el punto de vista anatómico-fisiológico; pero pervertidos de la conducta” incluidos en “la familia de los que adquirieron una mala costumbre”; los asocia a la pederastia de los griegos y no ahorra juicios morales y valorativos. En conclusión: contrariamente al énfasis innatista que le habían impreso a la homosexualidad Ulrichs y los psiquiatras del Comité Científico Humanitario en Alemania, y en otro sentido Krafft Ebing, Westphal y Lombroso, en la Argentina se exaltaba el papel del ambiente: todos podían caer en “conductas amorales” si se les impedía el comercio sexual “normal”. Esto adquiere relevancia, ya que si la homosexualidad es innata no reviste “peligro”, en cambio, si es “adquirida” y se cataloga, ya sea como vicio, perversión o enfermedad, lleva implícita la idea de contagio, pero a la vez la posibilidad de prevenirla. Ingenieros, De Veyga, Mercante, Ponce y Mouchet advierten acerca del peligro de aislar a los dos sexos y resaltan la importancia del ambiente y la educación en la determinación de la homosexualidad, así como en su inhibición en los sujetos con predisposición congénita.Esta creencia también está presente en la literatura, el periodismo y la motivación de algunas leyes.En 1914 se estrena la obra Los invertidos, del anarquista José González Castillo, quien en la noche del estreno dirigió unas palabras al público alertando sobre “la amenaza gravísima y un peligro constante para la salud moral y física de nuestra sociedad” que entrañaban los invertidos. Agregó: “Evitar ese peligro, combatiendo el nefasto y repugnante vicio por todos los medios posibles, es hacer obra buena y moralizadora, y ninguno mejor que aquel que sea capaz de inspirar asco y odio hacia una aberración que, hasta ahora, sólo nos inspiraba desprecio o lástima”.En 1926 Roberto Arlt publica El juguete rabioso. En su tercer capítulo describe a un homosexual como corrupto, sucio, de clase alta, enfermizo y con un ferviente deseo de haber nacido mujer. Se considera a sí mismo “chiflado” y “degenerado”. Y adjudica su “desviación” al ambiente: “Yo no era así antes... pero él me hizo así”. Otra significación imaginaria fuertemente arraigada proviene del discurso religioso judeo-cristiano y se refiere a establecer una relación natural entre sexualidad y reproducción de la especie. Así como desde la religión se pregona que las prácticas sexuales no procreativas son pecado, para los autores analizados pasaron a ser perversiones o aberraciones sexuales. Se apoyan en la biología como garantía de “objetividad” científica. Y a pesar de que Ingenieros se vale de la relatividad cultural para abordar las diferencias de clase y de género, no puede transferir dicho razonamiento a la temática sexual y acusa a los griegos de hacer una “desenfadada apología” y “una cínica idealización en obras inmortales” de la homosexualidad (Ingenieros). Estos imaginarios sociales que circulaban respecto de la homosexualidad se hicieron texto en los discursos y teorías y carne en las prácticas y conductas de los porteños, manteniendo y re-produciendo cierto orden instituido, común al conjunto de la sociedad, más allá de su posición política e ideológica. Puede rastrearse, además, la pregnancia de dichos imaginarios en producciones y sucesos posteriores al período explorado, lo cual se perfila como objeto de una futura investigación que indague la vigencia que puedan tener en las prácticas, teorías y discursos en la actualidad; y, por otro lado, el surgimiento de discursos instituyentes que fueron debilitando aquellos imaginarios.

Carlos Alberto Barzani Psicólogo. Residente del Hospital General de Agudos Enrique Tornú. Texto extractado del trabajo que obtuvo el Segundo Premio en el II Concurso de Monografías organizado por la Facultad de Psicología de la UBA, 1999.

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