octubre 28, 2005

Reencontró la posición de la madre en el coito


“Quien haya de ser realmente libre, y de este modo, también feliz en su vida amorosa, tiene que haber superado el respeto a la mujer y admitido la representación del incesto con su madre o hermana”: estas palabras de Sigmund Freud aluden al complejo de Edipo-castración, del cual ningún neurótico está exento en su desarrollo vital. El complejo de Edipo cumple varias funciones y una de ellas está ligada al posicionamiento sexual del ser humano.
Los Tres ensayos de teoría sexual de Freud podrían resumirse en la siguiente fórmula: “la sexualidad humana es estructuralmente perversa”, o, de otra manera: “la sexualidad normal no existe”. Freud va ubicando y ordenando las diferentes clases de perversiones que el discurso médico califica como patológicas (aberraciones en relación con la meta y el objeto sexual) para afirmar: “La mayoría de estas perversiones son un ingrediente de la vida sexual que raramente falta en las personas sanas, quienes las juzgan como a cualquier otra intimidad”. En relación con la meta sexual entonces, no habría ninguna persona sana a la cual le faltara algún complemento que pudiera llamarse perverso.
Continúa Freud: “En la base de las perversiones hay algo que es innato en todos los hombres. Se trata de unas raíces innatas de la pulsión sexual, dadas en la constitución misma, que en una serie de casos (perversiones) se desarrollan hasta convertirse en los portadores reales de la actividad sexual”. En otros términos, que la pulsión sexual no tiene objeto y su meta es lograr un placer de órgano; características estas que no condicen con la meta y el objeto de la sexualidad llamada “normal” sino con la “perversa”. De este modo, la sexualidad humana sería por norma “perversa”, pudiendo existir luego “perversiones” como patologías. Pero, entonces, si la sexualidad humana (sexualidad infantil) es perversa por norma, ¿qué parámetro nos permite distinguir las perversiones como patologías?
Teniendo en cuenta los desarrollos anteriores, no parece haber en Freud un límite preciso para diferenciar lo patológico de lo normal. Sin embargo, podemos encontrarlo en la exclusividad y en la fijación de la perversión: “En la mayoría de los casos podemos encontrar en la perversión un carácter patológico, no por el contenido de la nueva meta sexual, sino por su proporción respecto de la normal. Si la perversión no se presenta junto a lo normal... sino que suplanta y sustituye a lo normal en todas las circunstancias, consideramos legítimo casi siempre juzgarla como un síntoma patológico”.
Tomemos el caso del fetichismo, donde el sustituto del objeto sexual es una parte del cuerpo muy poco apropiada a un fin sexual (pie o cabellos), o un objeto inanimado que mantiene una relación con la sexualidad de la persona (zapatos, ropa interior, vestimenta). “Los casos en que se exige al objeto sexual una ‘condición fetichista’ para que pueda alcanzarse la meta sexual (determinado color de cabellos, ciertas ropas) constituyen la transición hacia los casos de fetichismo en que se renuncia a una meta sexual normal o perversa.” Luego Freud agrega que cierto grado de este fetichismo pertenece regularmente al amor normal, para concluir: “El caso patológico sobreviene sólo cuando la aspiración al fetiche se fija, excediéndose de la condición mencionada, y reemplaza a la meta sexual normal; y, además, cuando el fetiche se desprende de esa persona determinada y pasa a ser un objeto sexual en sí mismo. Estas son las condiciones generales para que meras variaciones de la pulsión sexual se conviertan en desviaciones patológicas”.
Si bien Freud avanza en el sentido de tomar todas esas supuestas desviaciones de una sexualidad normal (ideal) como parte de una norma perversa de la sexualidad humana, tiene dificultades a la hora dedistinguir a los perversos de los demás seres humanos. Es que ahora no sólo hay que explicar desviaciones perversas respecto de un tipo, sino que hay que explicar por qué la sexualidad de cada individuo posee las condiciones (eróticas) que posee. ¿Es que todos los seres hablantes, hombres y mujeres, dependemos de una condición fetichista?
En 1912, Freud comentó que “todo ser humano, por efecto conjugado de sus disposiciones innatas y de los influjos que recibe en su infancia, adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de su vida amorosa, o sea, para las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará, así como para las que habrá de fijarse. Esto da por resultado un clisé (o también varios) que se repite de manera regular en la trayectoria de la vida, aunque no se mantiene del todo inmutable frente a impresiones recientes”. Prescindamos del debate sobre las “disposiciones innatas”, que tal vez podríamos entender en el sentido de algo estructural, y busquemos en Freud algo que nos permita ilustrar el llamado “clisé” y las condiciones de amor (sus repeticiones, sus variaciones e influjos infantiles).
El “hombre de las nalgas”
“A partir de la pubertad sintió como el mayor encanto de la mujer grandes y llamativas nalgas; otro coito que no fuera desde atrás apenas le deparaba goce”: ésta era la condición inconsciente de amor que gobernaba al paciente ruso de Freud y determinaba sus ataques de enamoramiento compulsivo. Freud la reconduce a la observación del coito entre sus padres (escena primaria): “No menos significativa se atrajo la posición que había visto adoptar a la mujer”. Esto tuvo sus consecuencias en vivencias posteriores, las cuales moldearon el “clisé”: “Cuando vio a la muchacha (Grusha) fregando el piso... arrodillada, las nalgas tendidas hacia adelante, la espalda horizontal, reencontró en ella la posición que había adoptado la madre en la escena del coito... lo arrebató la excitación sexual... y se comportó virilmente hacia ella”. De la escena con Grusha parten las sucesivas repeticiones: “Todos los posteriores objetos de amor fueron personas sustitutivas de esa, que a su vez había devenido sustituto de la madre”. Sólo hubo una modificación respecto de la condición de amor, “se transfirió de la posición de la mujer a la actividad que realizaba”. En dos vivencias posteriores se enamoró de muchachas campesinas que arrodilladas lavaban la ropa, pese a ni siquiera verles el rostro.
Podemos calificar de fetichista a la condición que el paciente ruso le exige a su objeto sexual, donde un objeto parcial (las nalgas) cobra un interés determinante sobre la persona total. Pero hay un determinismo más. El había osado buscar una íntima aproximación física hacia su hermana, que era mucho más inteligente que él, y tenía el mismo nombre que la primera de las campesinas seducidas. El rechazo de la hermana produjo el desplazamiento hacia la muchacha de servicio quien, por su falta de formación e inteligencia y por tener el mismo nombre, resultó el primero de una serie de sustitutos degradados de la hermana: “Una tendencia a degradar a ésta... recibía así el poder de decidir su elección de objeto”. Así pasamos entonces a la segunda condición.
Mejor en el cabaret
Se trata de hombres que están afectados de impotencia psíquica y saben que esta inhibición parte de una propiedad del objeto sexual. El factor condicionante es la no confluencia de las dos corrientes de la vida amorosa: la tierna y la sensual. La corriente tierna proviene de la primera infancia y está relacionada con los objetos incestuosos (o que luego lo serán); luego en la pubertad se añade la corriente sensual. Una intensa fijación a los primeros objetos sumada a una frustración real producen una limitación en la elección de objeto: “Si un rasgo, a menudonimio, del objeto elegido para evitar el incesto recuerda al objeto que debía evitarse, sobreviene la impotencia psíquica”.
Estos hombres se protegen mediante la degradación psíquica del objeto sexual: “Cuando aman no anhelan, y cuando anhelan no pueden amar”, dice Freud. Agreguemos que la conducta amorosa del hombre, según Freud, presenta universalmente el tipo de la impotencia psíquica (en sus diferentes gradaciones). “La corriente tierna y la sensual se encuentran fusionadas en las menos de las personas; casi siempre el hombre se siente limitado en su quehacer sexual por el respeto a la mujer: en sus metas sexuales entran componentes perversos que no osa satisfacer en la mujer respetada”.
Nadie como mi mamá
Freud describe a un tipo de hombres cuyo clisé para la elección de objeto se singulariza por una “serie de condiciones de amor” (atributos del objeto y conductas del amante hacia el mismo) que “brotan de la fijación infantil de la ternura a la madre y constituyen uno de los desenlaces de esa fijación”. Son las siguientes: la condición del “tercero perjudicado” (que haría las veces del padre), el “amor por mujeres fáciles” y el rasgo de “liviandad” (derivados de la coincidencia en el inconsciente entre los opuestos madre-prostituta), la necesidad de sentir “celos” (por el padre competidor), la autoexigencia de “fidelidad” (demostrarle en la secuencia de la serie que parte de la madre), y la necesidad de “rescatar” a la amada (devolviéndole a la madre el regalo que ella le obsequió al darle vida). Freud observa que en un número muy grande de individuos sólo se comprueban rasgos aislados de este tipo.
La condición fetichista es un rasgo universal en la elección de objeto de los seres humanos. Esto quedó claro por lo menos en el caso del hombre (las cuatro condiciones desarrolladas hacían referencia a sujetos masculinos). Esta condición erótica, aunque recubierta por el amor al objeto total, resalta en el objeto un “rasgo” que se torna determinante en la elección. Los fetichistas perversos poseen, en su adicción, una condición de fijeza a ese rasgo, el cual se constituye como un objeto exclusivo y necesario para la satisfacción.
¿Qué ocurre en la mujer respecto del fetichismo y la condición erótica, teniendo en cuenta la disimetría fundamental del Edipo para el hombre y la mujer? ¿Dónde ubicar el límite entre normalidad y patología en otras manifestaciones de la sexualidad perversa como el sadismo-masoquismo? Por ahora convengamos en que, en términos de amor y sexualidad, nadie es dueño absoluto de su elección: todos estamos bajo libertad condicional.

Marcelo Mazzuca Docente en la Facultad de Psicología de la UBA. El texto forma parte de su trabajo “Libertad condicional”, que escribió siendo estudiante y obtuvo el tercer premio en el II Concurso de Monografías de esa facultad.

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