octubre 27, 2005

Las nuevas brujas


Cuando Sharon Duchesneau y Candice McCullough, ambas sordas, decidieron bendecir su pareja lesbiana con la llegada de dos hijos nadie dijo nada. Pero cuando decidieron utilizar la fecundación artificial para que fueran sordos, se quemaron todos los libros. Inútil consultar a Giorgio Agamben, Michael Foucault, Orlan o los escritos del Dr. Mengele. ¿Cómo alguien se atreve a planear una discapacidad? Que una minoría busque ser aceptada vaya y pase. Pero que busque reproducirse es otra cosa. ¿Acaso los gays, si pudieran, harían manipulaciones genéticas para tener hijos también gays? (Al parecer nadie ha contestado esta pregunta.) ¿Que no es comparable una orientación sexual con un “déficit”? El asunto es que no es un déficit sino una diferencia.
El psicoanalista y escritor Germán García dice que no se quemaron los libros sino que se vino el postestructuralismo.
–Desde el lado de la ciencia hoy no se piensa en una estructura que organiza las cosas sino que hay un encuentro contingente entre un background exterior y al que el cerebro puede despertar. Por otra parte, la caída de la idea estructuralista como universal lleva, como sabemos, al relativismo cultural. En términos sociales se plantea bajo la forma de derechos de las minorías. Desde el lado del psicoanálisis existen conjuntos de goces. Cuando la humanidad se movía con un universal, la gente se reunía por identificaciones comunes. Por ejemplo: “Somos ciudadanos del mundo” quiere decir que promuevo la identificación transnacional y translingüística de los humanos con los humanos. A medida que estas identificaciones van cayendo como universales empiezan aparecer identificaciones particulares. Entonces los que les gustan las estampillas se identifican con los que les gustan las estampillas, los que hacen literatura con los que hacen literatura, los que hacen poesía con los que hacen poesía, los gays con los gays, etc. Así se van creando subconjuntos de sujetos que se reconocen por un goce común que a su vez crea identificaciones por la manera de vivir. Pero ya no es una identificación genérica a la cual todo el mundo aspira. Se descubre una particularidad, se busca a otro con la misma y se hace un conjunto. Eso en términos epistemológicos sería el predominio de lo nominalista sobre el realismo platónico. O sea, el predominio de modos particulares de estar en el mundo y no de universales. Ser sordomudo es otra cosa que ser oyente. No es un déficit sino una percepción del mundo que se produce a partir de esta particularidad. Después sobre eso, se pone ideología. Freud decía: “Me da lo mismo que la homosexualidad sea una institución griega o algo oculto de la época victoriana. Yo quiero saber por qué hay personas que eligen a otro del mismo sexo como partenaire sexual”. Luego, el hecho de que la sociedad los acepte, los rechaze, los premie o los castigue es un tema que tiene que ver con la justicia.
Entonces, suponer en la sordera una discapacidad sería como llamar discapacidad al uso del idioma japonés sólo porque, aunque lo podamos oír, no podemos escuchar lo que dice. Y escandalizarse porque Sharon Duchesneau y Candice McCullough buscaron una descendencia sorda es como exigirle a un boliviano que se reproduzca en los Estados Unidos e incorpore el “producto” a la cultura dominante.

El silencio sonoro
Hasta el siglo XVI los sordos fueron considerados psicóticos, retardados o se convertían en eso debido a una sociedad que les impedía el acceso a cualquier tipo de lenguaje. Sin embargo, ¿qué no ha sido contemplado por los griegos? Gays que argumentáis en la antigua Grecia la alta genealogía de vuestros deseos, vuestro Sócrates también habló a los sordos: “Si no tuviésemos voz ni lengua y deseásemos sin embargo comunicarnos cosas entre nosotros, ¿no deberíamos procurar, como hacen los mudos, indicar lo que queremos decir con las manos, la cabeza y otras partes del cuerpo?”(Cratilo de Platón).
Fuera de los libros, la historia de los sordos contiene entramados entre sordos lingüísticos y prelingüísticos, proyectos científicos, políticos yreligiosos. Incluye intervenciones misioneras como la del abate Charles Michel De l’Epée que inventó, en 1755, un lenguaje de señas metódicas, mezcla del lenguaje de señas de sus alumnos sordos y la gramática francesa, e intervenciones “científico-técnicas” como la de Alexander Graham Bell, uno de los defensores a ultranza del “oralismo” que exigía al sordo la humanización por la lectura de labios y educación fónica. Ya en la historia contemporánea la tarea de lingüistas como Ursula Bellugi, Scott Liddell y Robert Johnson han alejado al Ameslán (American Sign Language) de la sospecha de constituir una mímica o un código gestual. Ursula Bellugi organizó en el Dictionary of American Language tres mil señas, algo módico en relación a las seiscientas mil palabras que figuran en el Oxford English Dictionary pero capaces de permitir el “uso infinito de medios finitos”, ya que cada seña se modifica por la gramática, la sintaxis y el tiempo. Bellugi propuso que mientras el habla es lineal, secuencial y temporal, el Ameslán es simultáneamente coincidente e incluye muchos niveles. Incluiría además una gramática espacial compleja y tridimensional.
Scott Loiddell y Robert Johnson desmontaron dentro de las señas secuencias de entorno de las manos, emplazamientos, señas no manuales, movimientos locales, pausas y segmentación interna (fonológica). Las señas de Ameslán reproducidas en figuras por Internet dan la impresión de una gran sutileza y variación formal, amén de sugerir un entrenamiento de las manos inaccesible para el que no tuvo el lenguaje de señas como lengua materna.
Oliver Sacks, un neurólogo interesado en mostrar los déficit como generadores de estrategias algo más que suplementarias, incluso geniales, escribió en su libro Veo una voz: “El lenguaje por señas es algo completo en sí: tienen una sintaxis, una gramática y una semántica completas, aunque con un carácter distinto al de cualquier idioma hablado o escrito. No es posible, por tanto, transliterar un idioma hablado en idioma de señas palabra por palabra o frase a frase: hay diferencias básicas en sus estructuras. Suele pensarse que el lenguaje de señas es más o menos inglés o francés y no es así: es lo que es, Seña. El inglés por señas que ahora se defiende como solución de compromiso es innecesario, pues no hace falta ningún pseudoidioma intermediario. Y sin embargo se obliga a los sordos a aprender las señas no para expresar las ideas y las acciones que quieren expresar sino para que utilicen los sonidos fonéticos de un inglés que no pueden oír”.
Para Germán García la obra de Oliver Sacks puede demostrar en nombre de la ciencia que lo que puede ser visto según una regla genérica como una falla engendra funciones que tienen posibilidades inéditas y desconocidas para los que no tienen esa supuesta falla.
–Eso conduce al campo filosófico y se encuentra con un predominio moderno de nominalismo y cuestiona la misma idea de que existan fallas. Lo que Sacks plantea es que puede haber transformaciones. No es lo mismo decir que un loco es la falla de la normalidad a decir que un loco es la transformación del cerebro en un sentido minoritario, y desconocido. Eso revierte en toda una onda de modos particulares de goce que tiene toda la legitimidad para existir. Pero como, evidentemente, hay goces que no se pueden admitir –por ejemplo: el goce del asesino serial–, eso promueve a su vez la necesidad de un aparato jurídico que se haga cargo de regular lo que queda abandonado de ese campo antes supuestamente “ordenado” por una razón que valía para todos y que veía como defecto, falla, anormalidad lo que no entraba en esa razón.
Pero todo esto pudo ser pensado cuando ya existe un Orgullo Sordo con sus académicos y su cultura artística y literaria. El Congreso Internacional de Educadores de Sordos realizado en Milán en 1880 que prohibió el lenguaje por señas, cerró los colegios que lo enseñaban y sometió a los sordos a la oralidad obligatoria, fue para ellos lo que la conquista de sus tierras para los indios, la penalización del aborto paralas mujeres y la condena de la homosexualidad para los gays. Como si se les hubiera dicho: ¡Quédense quietos, llegaron los parlantes! Desde ahora podrán leer Leer en nuestros labios y tratar de domesticar esa voz estrambótica. ¿Cómo? Siguiendo el modelo.
La situación cambió, como la de muchas minorías, a comienzos de la década del ‘60 y ‘70. La cultura sorda produce sus propios éxitos culturales como la obra Hijos de un dios menor. El Gay Parade es colorido, multidiseño, anabólico, quirúrgico y rico en subespecies performativas pero no supera el modelo coreográfico y monótono del desfile y ni hablar de la rigidez estatuaria de las reinas bajo el peso de sus prótesis internas y externas. El Deaf Way es de una complejidad coreográfica extrema cuyos sentidos escapan a la inteligencia oyente. Como todas las minorías, la de los sordos tiene mitos de origen: para las lesbianas hay una isla que representa el calor original, Lesbos; para los sordos, Martha’s Vineyard, donde a causa de la mutación de un gen recesivo debido a la endogamia, ha habido desde la llegada de los primeros colonos sordos en la década de 1690 y a lo largo de 250 años, una forma de sordera hereditaria. En esa población, sordos y oyentes hablan por señas.
La transformación del ex Instituto Columbia para Sordos y Ciegos de Washington en Universidad de Gallaudet permitió la creación de una elite que tuvo su propia revuelta en 1986 cuando los estudiantes se levantaron para exigir la subida al poder de un rector sordo. El primero en ser elegido fue un tal King Jordan. Pero recién luego de sentadas a la luz de las velas, marchas al Capitolio y “oradores” de tanta fuerza como el poeta Lamartine. Oliver Sacks recuerda, por ejemplo, a un tal Tim Rarus: “Veo que uno de los estudiantes sube a una columna y empieza a hablar por señas con gran expresividad y belleza. No puedo entender nada de lo que dice, pero tengo la sensación de que su discurso es puro y apasionado: todo su cuerpo, todos sus sentimientos parecen fluir mientras hace señas”.
(Por uno de esos chistes de la vida, una oponente a la operación Duchesneau–McCullough –que pertenece a la Asociación Nacional de Sordos de EE.UU. y dijo: “No puedo entender por qué alguien quiere traer al mundo un niño con una minusvalía”– se llama Rarus; su nombre es Nancy. ¿O será pariente del Rarus revolucionario? ¿La esposa? ¿Tim también está en la contra pasados los años locos de la juventud?)
El Ameslán no es una lengua internacional. Una lengua de señas nace allí donde un grupo de sordos se junta. El lenguaje por señas de un lugar no es una versión de su lenguaje hablado. Hay tanto un lenguaje de señas inglés como maya pero sin relación al inglés o al maya hablado. Sin embargo cuando los sordos de un lugar visitan un país extranjero, el lenguaje de señas de ese país les resulta más fácil de comprender. Todo esto según Sacks.
¿La transmisión de lo simbólico a través de un lenguaje de señas podría llevar a transformar tanto la concepción de los simbólico como la de lenguaje? Germán García dice que la pregunta de la cronista atrasa y adelanta al mismo tiempo.
–Estamos en el postestructuralismo. No es que lo simbólico organiza la sociedad o la subjetividad sino que la sociedad y la subjetividad producen símbolos. A la idea de lo simbólico como autónomo, incluso como regulador de lo imaginario, Lacan se la sacó de encima. La reemplazó por la idea de una estructura dinámica que se va transformando a medida que se produce y no que es una máquina de cortar ravioles que va siempre de la misma manera. Por otro lado, el lenguaje en Lacan es una noción más amplia que la de habla: alude a todo lo que puede ser decodificado por otro bajo la forma de un rasgo diferencial –sea dentro de un flujo de ruidos, un flujo de colores, un flujo de movimientos– y sea transformable en un gesto intencional. Ya el caso de Hellen Keller, esa joven que era ciega y sorda, mostraba que hay maneras de despertar un universo cognitivo en alguien sin que sea necesariamente el lenguaje oral, aunque el lenguaje oral haya sido la maquinaria históricamente privilegiada de ese despertar.Escuchar a las brujas
Las brujas, lejos de ser quemadas por sus tratos con el diablo, lo fueron por practicar la medicina popular. Es decir, por ejercer el control de los cuerpos tan lejos de la ostia y la penitencia como del juramento hipocrático y su vademécum para elegidos. Sharon Duchesneau y Candice McCullough, al ir a proveerse del semen de un sordo de Gallaudet dando la espalda tanto a la ingeniería genética como a la ira de Billy Graham, se apropiaron no sólo de la herencia de un sordo de quinta generación sino de esa tradición feminista pasada por el fuego de la Inquisición y formada por mujeres que se reunían entre ellas en los bordes de las ciudades para beber potajes de cerveza, hidromiel y sidra e invocar a sus pasiones sensuales como Verrina (demonio del aire) o Leviatán (demonio argumentador) con hierbas alucinógenas.
–Si la sociedad se pone a manipular genéticamente, ¿por qué Sharon y Candice no podrían hacerlo socialmente? –dice Germán García–. Las personas que deliberadamente intentan engendrar a un sordo hasta podrían ser consideradas más “normales” que los genetistas que intentan alterar la genética. Lo que estas mujeres están haciendo es una parodia del estilo de las brujas. Si la sociedad en su conjunto acepta juntarse en la iglesia, simular que habla con Dios y con ese cuento agarra un montón de cuerpos y los saca de la situación sexual bajo la forma de la virginidad, la condena del aborto o lo que sea, las brujas se van al bosque y hacen algo parecido por cuenta propia. “¿Qué es lo opuesto a esto? Belcebú. Entonces llamamos a Belcebú y hagamos lo mismo que ellos pero al revés”, dicen. Si los científicos más serios del planeta se ponen a clonar gente o animales, ¿por qué no podrán los sordos reproducir sordos?
El operativo Duchesneau–McCullough puede tomarle el pelo incluso a otras minorías. Por ejemplo, a las comunidades gays que cultivan el cuerpo físico y la vida saludable –incluida la del espíritu– hasta convertir a cada uno de sus miembros en una mezcla de Discóbolo de Mirón y Deepak Chopra. Ellos buscarían la perfección en un más, Sharon y Candice en un -como se vio– falso menos. También parecen estar tomándole el pelo al doctor Mengele, ya que buscaron como padre a un miembro de la elite sorda de Gallaudet, sordo de quinta generación que es como certificar el escudo de armas de una familia del Imperio Austrohúngaro.
Cuando Duchesneau declara: “Criar a un niño sordo es mucho más barato que a un niño oyente: la guardería, el parvulario, la escuela, la universidad son por ley gratuitos”, su planeamiento no es muy diferente que el de la pareja heterosexual que se muda, antes del nacimiento de un hijo al barrio donde existe el mejor colegio y el más caro.
Existe entre las minorías una tensión siempre presente entre la exigencia de ser reconocidas en sus culturas específicas por el total de la sociedad y la promoción de ser capaces de relevar con hipereficacia las prácticas fallidas del patrón dominante.
–Los homosexuales hacen la parodia del matrimonio burgués que se sabe que no anda porque desde que apareció lo hizo con la comedia del triángulo, la trampa, los cuernos. Y hete aquí que aparecen unas personas que dicen “nosotros queremos ser fieles, puros y tener niños hermosos”. Cuando hay padres que abandonan a los chicos, los violan, los golpean o los asesinan, estas personas hacen el gesto de convertirse en la reserva moral de la sociedad que los condena. Entonces también puede llegar a plantearse que hay un montón de personas oyentes que son capaces de cualquier cosa y un montón de sordos santos que hacen un llamado a la paz y la concordia universal –provoca García.
En los canales de cable pasan hasta el cansancio un documental sobre una pareja gay de varones con dos hijas. En sus declaraciones, las niñas –muy ordinariamente femeninas, remilgadas, formales– hacen con voz estudiadamente pedagógica loas a su familia –cuando todo el mundo sabe que cualquier persona “normal” ama a sus padres en la misma medida en que los odia. Los únicos momentos del documental en donde se esboza algunacrítica –y la hacen padres e hijas casi a cuatro voces– es cuando se alude a la madre de alquiler que puso el cuerpo para que esa preciosa familia sea: prácticamente la tratan como a alguien que abandonó a sus propias hijas.
Germán García recuerda una frase de otro psicoanalista, Eric Laurent, que viene al caso: “La sociedad que más promueve que no hay universales, es la sociedad que conoce lo universal bajo la forma de la epidemia”.
Epidemias de asesinos seriales, de comunistas, de terrorista árabes, de mujeres ejecutivas, de extranjeros indocumentados. Germán García se ríe:
–Para el catolicismo somos el eco de la caída a raíz de un acto maléfico y sensual. Haber nacido ya es una pálida: es la caída en el tiempo, en la finitud y en la muerte. Empezamos a morir el día que nacemos. La naturaleza estaría corrompida de entrada y vivir no sería más que probar y darse cuenta de que esa corrupción va a ir creciendo paulatinamente. Para el protestantismo, en cambio, la naturaleza está al final y no al comienzo. Yo puedo ser a los doce años un asesino serial, pero ésa no sería mi naturaleza sino un tránsito hacia algo superior. Será por eso que todos los asesinos agarran La Biblia. Se dan cuenta de que hicieron algo raro, leen las estadísticas y ven que no hay muchos asesinos seriales, más bien pocos. Entonces quizás se preguntan: “¿No seremos elegidos para algo por el Señor?”. Empiezan a investigar y terminan todos místicos. Como buenos protestantes que son, los norteamericanos piensan que no es ninguna maldad barrer del planeta a Afganistán, porque quizás eso se revele al final como una realización de la verdadera naturaleza del hombre. Entonces, ¿quién sabe si la verdadera naturaleza del sordo no está en reproducir la sordera? Para un católico eso es un disparate. Si para el católico tener todas las virtudes no le garantiza la entrada al Paraíso, muchos menos se la va a garantizar perder alguna de esas virtudes. ¿Por qué el Señor no le dio el oído? Es culpa suya. Entonces el católico termina pagando su propio “déficit”.
La amenaza de epidemia del otro hoy puede tener otra cara. Si para los nihilistas de cuño progre el hecho de que los gays y lesbianas –incluidas Sharon Duchesneau y Candice McCullough– intenten relevar los valores burgueses en lugar de cuestionarlos, nos produce un ¡puaj! a lo Martín Caparrós, al homofóbico no le pasa lo mismo. Si antes temía a una horda seductora y perversa que podría amenazar con su mero contacto a sus hijos, ahora teme que ellos puedan expulsarlos de su propia iglesia por haber fracasado en sus propias premisas universales. ¡Son los particulares agrupados los que podrían sostener ahora los vetustos valores universales!
Claro que lo que se promociona sigue siendo a aquellas minorías dentro de minorías que encarnan los ideales de las mayorías. La impresión de que reproducen o parodian puede indicar simplemente que no existen aún patrones de inteligibilidad que permitan escuchar lo que en ellas hay que no es ni reproducción ni parodia ni diferencia pura. Quedan el mercado y la policía.
–El orden simbólico que antes parecía estar inscripto en la carne ahora está inscripto en el mundo jurídico –dice García–. Dos homosexuales no van a poder abusar de un pibe que adopten, van a tener que cumplir con la prohibición del incesto. Yo puedo ser un padre nominalista pero no estoy exceptuado del aparato jurídico que en la sociedad moderna viene a cumplir la función simbólica. Por ejemplo: hay una ley que me impide andar en pelotas. Yo digo: “Soy exhibicionista”. Seguro que me contestan: “Me importa un carajo, vaya a ser exhibicionista donde lo dejen, a Suecia”. Entonces la promoción de una libertad muy absoluta por un lado termina en la policía. Cuando cada cual hace lo que quiere, entonces hay que traer más patrulleros –dice García.
O bien convertirse en cliente o... hacer quebrar una industria. En las jornadas de marzo de 1968, cuando reclamaron la elección de un rector sordo, Tim Rarus no se comportó como Dany el rojo en Mayo del ‘68. Miró a la cámara y dijo: “Es muy simple. Si no hay rector sordo, no hayuniversidad”. La industria de la sordera implicaba para Estados Unidos, en 1988, diez mil millones de dólares para los oyentes. Al enemigo se lo combate con sus propias armas.

Maria Moreno

1 comentario:

Anónimo dijo...

i am happy to find it thanks for sharing it here. Nice work.